LOS CUENTOS DEL DIABLO - I
¡Hola-hola!,
¿cómo estás? Soy tu amigo El Diablo ¿Cómo te va, viejo zorro? ¡Cuánto tiempo..!
No
por favor, no me aburras con esa cantinela. No digas que no me conoces, ni que
no quieres saber nada de mí. Sabes de sobra que no es así. Nos conocemos desde
que tienes uso de razón, y siempre has crecido conmigo al lado. ¡Con la de
cosas que hemos hecho juntos, no lo niegues ahora...!
¿Te
acuerdas? Siendo tú un bebé, te enseñé a ser egoísta para sobrevivir, y a
centrarte en tus necesidades antes que cualquier otra cosa. Así aprendiste a
llorar con toda tu fuerza cuando te faltaba la comida ante tu agotada
madre. Y también fui yo el que te mostró
el deseo de tener los juguetes de tu amiguito de la guardería, y el que te dio la idea de meterlos en tu
mochila y llevártelos a tu casa. Y cómo no; también el que hizo que montases el
pollo a los siete años para ir a la piscina cuando tu padre acababa de venir
cansado del turno de noche. Y todo por
una sencilla razón: porque nadie cuida de ti, ni atiende a tus deseos como Yo lo
hago.
...Por
cierto, tu padre al final te llevó a la piscina ¿verdad?
Siempre
estuve a tu lado, incluso en tu adolescencia, en aquel periodo tan difícil para
ti, que no sabías ni quien eras ni qué querías ser en la vida. ¿Recuerdas
cuando te encaprichaste con la novia de tu mejor amigo de entonces? Sí, aquella
pelirroja de media melena con gafas y con con la cara llena de pecas, que tenía
unas piernas de infarto con aquella minifalda vaquera elástica... Yo te di la fuerza necesaria
para vencer tus complejos y acercarte a ella, y ganarte poco a poco su
confianza. Y te animé a vencer tus prejuicios a la hora de llevártela a la cama
con algún pequeño engaño. Vale que no jugaste limpio, pero de aquella primera
noche en que echaste el polvo de tu vida con tu más secreta ambición, creo que
no me guardas rencor. Además; se cumplieron hasta tus sueños más
inconfesables... hasta aquellos en los que ella se enamoró perdidamente de ti y
te suplicaba que no la abandonaras. ¿Recuerdas? Sí, lo sé. También ella sufrió
mucho cuando la dejaste.
¿Y
de adulto? También estuve a tu lado avivando la llama de tu ambición; como el
día en que fuiste a comprarte un televisor pequeño para tu dormitorio, y
saliste de la tienda con uno de cincuenta y dos pulgadas. Ahora que ya ha
pasado tiempo de aquello, ¿a que ya das por buenas las peleas con tu mujer por
aquello, y los dos años de más que tardaste en pagarlo? Visto de lejos tiene
su gracia...
Como
ves, he sido siempre tu instinto de supervivencia, tu temor a la escasez y tu
fuente de duda hacia los que te rodeaban. Te hice conocer el miedo, y con ello,
te induje a protegerte y a desconfiar de las apariencias y las personas. Sí, yo
fui tu instinto de conservación cuando no tenías uso de razón, y cuando fuiste adulto,
lo transformé en el sentido práctico de las cosas, propio de las personas maduras, que te dio excusas para evitar
sistemáticamente exponerte a lo que no te convenía, abandonando a qué o quién
hiciese falta. Lo primero es lo primero ¿no?
¿Cómo?
¿Que por culpa de todo eso perdiste a la mujer de tu vida para siempre? ¿Y que
también perdiste a buenos amigos? ¡Pero bueno...! Te quejas por todo. Yo sólo
me limité a hacer realidad tus sueños más secretos, que no lo olvides; eran
sólo tuyos. Además ...¿Y todo lo que aprendiste?
...Porque
ésta es otra cosa de mí que nunca has tenido en cuenta: soy el mejor maestro
que has tenido y que tendrás en tu vida. Podrás olvidar las capitales de Asia,
pero lo que Yo te enseñe, lo recordarás
hasta después de muerto. Al hacerte caer por tus fallos, te enseño con dolor y sufrimiento. Hasta el mismísimo Jesucristo me buscó para
terminar su preparación antes de lanzarse a predicar. Durante cuarenta días
estuvimos juntos en el desierto, y solo cuando terminó su aprendizaje conmigo,
se lanzó a proclamar su evangelio.
No,
no te burles con esas de que no tienes nada más que aprender de mí. No es así.
Realmente puedo serte muy útil en tu vida. Vale, ya; deja de dudar de mí, y no
te pongas histérico. Sé que te ha ido muy mal con ciertos consejos que te dí.
Pero un momento. Te fue mal porque
"Tú" hiciste un mal uso de mí, y te lo tomaste demasiado al pie de la letra. Espera,
no te pongas nervioso, ¡deja que me explique...!
...Yo
te soy muy necesario para ti. Es más, te voy a decir algo que te va a
descolocar, algo que posiblemente no entenderás, pero no importa. Tienes
hasta el último de tus días para meditarlo y entenderlo. Quédate con esto que
te digo:
"Si tú quieres hacer el bien, necesitas conocerme a mí, y a mi
mundo".
¡No!
No te lo tomes a la ligera. Un físico de tu tiempo ha dejado escrito que, si sólo
existiera el color azul, seríamos incapaces de apreciar los colores; y no le
falta razón. Tan sólo cuando existe un abanico de posibilidades, es cuando es
creada la libertad para elegir. Y por el contrario, si no existiesen
opciones, tú no existirías. No serías.
Lo
comprendes, ¿verdad? Yo soy tu percepción de todas tus posibilidades. Porque si no
existiera yo, tú serías bueno como un vegetal es verde. Digamos, por poner un
ejemplo, que soy como a la cocina son el cilantro, el tabasco, el comino...que echados
a la olla sin miramientos arruinan cualquier plato, y por el contrario,
añadidos con sabiduría te elevan a la categoría de chef de cinco estrellas.
Tenme
en ti, como un gran cocinero tiene su cocina bien pertrechada de aliños de todo
tipo...y sácame a relucir sólo en sabias dosis y en el momento adecuado, y no
sólo tendrás tu sitio en el cielo. También en este mundo serás leyenda. Además ¿Cómo podrás elegir entre una opción buena y otra mala, si sólo conoces una de ellas?
Veo
que vas entendiendo a juzgar por tu silencio. Déjame estar a tu lado; acéptame como una parte de ti. Prometo no estorbarte jamás. Y además, si me lo pides, podría contarte alguna que otra historia. Conozco muchas después de estar tantos años acompañando al hombre.
Tal vez en alguna noche que no tuviese demasiado trabajo, si tú me lo pidieras; podría contarte alguna. Sólo para pasar el rato, como dos viejos enemigos que acaban teniéndose aprecio.
Quién sabe. Lo mismo pasaríamos un buen rato. Yo contándote, y tú escuchando.
Tal vez en alguna noche que no tuviese demasiado trabajo, si tú me lo pidieras; podría contarte alguna. Sólo para pasar el rato, como dos viejos enemigos que acaban teniéndose aprecio.
Quién sabe. Lo mismo pasaríamos un buen rato. Yo contándote, y tú escuchando.
Que
el infierno te acompañe.
-Derechos reservados-Foto: P. Barranco
Comentarios
Publicar un comentario