UNA HISTORIA DE AMOR -Los cuentos del diablo IV-



UNA HISTORIA DE AMOR

Los cuentos del diablo IV





Llevábamos en silencio casi una hora en la oscuridad de la habitación. Aunque en la oscuridad no le veía, yo sabía que estaba frente a mí. Decidí romper el hielo.

– Nunca cuentas historias de amor. ¿Por qué?
Tras un silencio, dos ojos ámbar se abrieron en la oscuridad.
– Puedo hacerlo, si quiero. ¿Me estás retando?
– Yo creo que no puedes. Creo que el amor es algo que te sobrepasa.
El Diablo sonrió y dio un trago a su whisky Glen Grant
– Rellena tu copa y ponte cómodo. Deja a tu imaginación que yo la lleve de la mano...


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El hombre empujó la puerta y entró en el viejo bar. Con el abrigo entreabierto y peinado descuidado, su olor a licor ya le delataba; pero a aquellas horas no había casi nadie que se pudiera escandalizar. Se sentó en una banqueta al fondo de la barra desierta y esperó al camarero, con los ojos fijos en la barra.

A las dos de la madrugada, la cafetería Regina era el único antro que permanecía abierto en la ciudad. Estaba frente a la estación de ferrocarriles, y eso siempre era una garantía de afluencia de público; al menos en el pasado. Tenía el local una cierta elegancia trasnochada que había conocido tiempos mejores. Ahora su estilo antiguo se había difuminado, pasando a ser sólo un bar viejo.

El recién llegado se fijó en que él era el único cliente, a excepción de un grupo de hombres que jugaban a las cartas ajenos a él en una mesa del extremo. Al verlos, sintió pena de sí mismo, viéndose beber en soledad en un tugurio de mala muerte.

La luz se atenuó frente a él, y entonces salió de su ensimismamiento para darse cuenta de que un hombre con camisa blanca impoluta y pajarita perfectamente alineada estaba al otro lado de la barra. Tenía el pelo cortado a navaja y engominado. Al verlo tan elegante, por unos instantes sintió vergüenza de sí mismo.

– Buenas noches, señor. ¿Qué va a tomar?

– Buenas noches – su voz sonó cansada y triste – Un Macallan de esa botella que estoy viendo frente a mí, por favor.

El camarero dispuso el vaso sobre un posavasos, y añadió tres cubitos generosos de hielo. El tintineo de los hielos es, sin duda el mejor sonido del mundo.

– No guarde la botella, por favor. Déjemela en la barra, yo me serviré.

– Muy bien, señor. La costumbre de la casa entonces es que se pague por adelantado, si es tan amable.

El hombre rebuscó en sus bolsillos y sacó unos cuantos billetes mal doblados y arrugados, y los puso sobre el mostrador. El camarero le devolvió una cuantiosa vuelta, pero aquel extraño hombre la rechazó con la mano en alto.

– Muchas gracias. Es usted muy generoso.

– No hay de qué, sólo es dinero...

Tras aquella frase enigmática, el camarero se fijó en aquel cliente de aspecto desaliñado, con barba de dos días. Su corbata estaba aflojada, dejando a la vista dos botones desabrochados. Pero su mirada ausente, unida a su sonrisa, daba la imagen de un hombre feliz. O de un loco…

– ¿Se encuentra bien, señor?

– Créame. Jamás me he encontrado más lúcido en mi vida -El cliente le devolvió la mirada. Sus ojos verdes vidriosos mostraban una extraña mezcla de afabilidad y desesperación.

– Si no necesita nada más, ...

– ...No se preocupe. Esta noche tengo todo el tiempo del mundo.

Una vez más, el desconocido parecía hablar a un punto en el infinito, en la mitad de la pared frente a la barra, con una sonrisa enigmática. El camarero sintió curiosidad por él, y se mantuvo cerca abrillantando la barra con la bayeta. 
Finalmente, el desconocido inició la conversación tras un largo silencio. La velada prometía.

– Dígame una cosa ¿Alguna vez ha estado enamorado? -

El barman le miró sorprendido.

– No señor. Yo he sido camarero toda mi vida.

– ¡Qué fantástica contestación…! – Dijo el hombre pensativo-- ¿Pero nunca ha sentido curiosidad de saber qué hubiera sido de su vida si hubiese tomado otros caminos?

– Realmente nunca lo sabré, señor. Porque para eso, debería de haber vivido dos vidas: una como camarero, y otra haciendo otras cosas. Y eso es imposible.

– ¡Oh…! – Exclamó el hombre. El camarero no pudo discernir si su sentido era de admiración o más bien, de decepción. – ...Pues soy muy afortunado, porque por primera vez me he encontrado con un auténtico camarero que lo es por vocación. ¡Creo que estoy viviendo un raro momento en mi vida! – Levantó su vista cansada y le hizo un brindis sonriendo con jovialidad.

–...Pero usted sí se ha enamorado ¿No es así? – Respondió el camarero, al que se le notaba la curiosidad en aumento.

– Acérquese un poco más, por favor.

El camarero se apoyó frente a él con los codos en la barra – Los ojos verdes, empequeñecidos por el alcohol, se le agrandaron entonces y miraron fijamente al barman. 

–- ¿Alguna vez ha conocido al amor de su vida?-- Su rostro esbozó una sonrisa, mientras sus ojos miraban al infinito, como si estuviera volviendo a vivirlo -- Me refiero a ése que solo se le presenta una vez. ¿Alguna vez ha sentido una sensación de felicidad intensa que no tiene fin? ¿Alguna vez ha conocido a alguien tan especial, que sienta que no le baste una vida para conocerla a fondo?

El barman se incorporó como para mirarle mejor de lejos, y le contestó con curiosidad.

– Lamento decirle que no, señor. Ha sido muy afortunado. …

– ...Pues a una persona así, hoy la he perdido para siempre…

El hombre bajó su mirada al vaso casi vacío y echó mano a la botella para llenarlo de nuevo. Lo levantó en un brindis y le dio un nuevo trago. Una sonrisa forzada junto con algún esfuerzo para evitar alguna lágrima, fueron todo lo que acompañó a aquel silencio.

El camarero se mantuvo a la espera. Los silencios, su tristeza en los ojos, junto a la determinación del que ya nada tiene nada que perder, le convertían a aquel hombre, justo aquella noche, en el mejor contador de historias del mundo. El hombre se quedó mirando un punto en el mueble de licores frente a él, y al mismo tiempo empezó a hablar. Su rostro sonrió como el de un niño, ilusionado al evocar los recuerdos.

– ...Cuando yo tenía quince años, la vi por primera vez. Fue una especie de flechazo. Me pareció bonita, pero además, tenía algo singular. A día de hoy todavía no sé qué es ese algo que la rodea. Solo sé que entonces, aún sin conocerla, yo ya sabía cómo era. Sabía que era simpática, inteligente, y además, una buena persona.

– ¿Intentó conocerla usted? -Los dos hombres se habían sumido sin querer en una atmósfera de confianza. 

– No... En aquellos momentos yo era un adolescente que tenía muchos problemas por solucionar. Era tímido, muy tímido...me hubiera encantado conocerla entonces, pero durante los dos años siguientes, me faltó el valor para acercarme a ella.

– Pero al final se conocieron ¿no es verdad? -adelantó el camarero arqueando una ceja.

– Sí. Al final nos conocimos – dijo mientras miraba ausente al frente-- Entonces me pareció que era la persona más maravillosa del mundo. Pero vivíamos en sitios distintos. Tampoco yo era buen estudiante y ella en cambio, pasaba por los cursos sin ningún contratiempo. Pero aún así, ella me enviaba cartas desde donde estaba. No se olvidaba de mí.

– Supongo que usted le respondería las cartas...

– Oh, sí. yo también le escribía... No me dí cuenta cuánto esperaba sus cartas y sus llamadas, hasta hace poco. A pesar de lo poco que tenía de ella, era feliz con eso. Sólo con eso...Como aquel prisionero judío del campo de concentración, que se sentía feliz al amanecer cuando pasaban lista, solo porque veía reflejarse el sol en las gotas de rocío de la hierba. Un hombre tímido puede ser feliz con muy poco ¿sabe?

– No me extraña que ella le escribiese a usted, señor. Usted es alguien muy especial también, si me lo permite. No todo el mundo tiene esta sensibilidad para contar las cosas…

– ...O quizás tan solo es que mi borrachera me permite decir todo esto.

– Por favor, continúe… – El camarero había perdido todo el interés por la barra, y parecía querer absorber todo lo que aquel desconocido decía.

– ...Con el tiempo coincidimos en la misma ciudad. Un día salimos juntos, y una vez más, me di cuenta de que era Ella. ¿Se imagina lo que es sentarse en un bar, y que el camarero le toque en el hombro, diciéndole que tienen que cerrar porque son las tres de la mañana? El tiempo pasó como un suspiro, sin que me diera cuenta...


– ¿Cómo es que entonces no se le declaró? -Preguntó casi inmediatamente su elegante interlocutor. Quizás era la sinceridad de aquel desconocido borracho, o su tristeza al contar la historia, pero el caso era que el camarero estaba totalmente absorto escuchando.

– Porque, porque… – el silencio sobrevino– Porque tuve miedo de que me rechazara. Además, entonces ella estaba enamorada de otra persona. Y para ella yo solo era su amigo confidente. Nada más. Ahora que lo pienso, el miedo ha estado siempre presente en mi vida de una forma o de otra.

– Ajá… – El camarero se limitó a decir eso. No juzgaba. No criticaba. “Simplemente es perfecto en su oficio” -pensó el borracho, cada vez más inmerso en la nebulosa del alcohol.

– De un modo u otro, creí que no tenía nada que hacer con ella. La veía muy lejana, inalcanzable para mí. Ahora sé que siempre estuvo esperando que le dijera algo. Que me declarara…

– ¿ Y por qué no lo hizo? 

– Por inseguridad, por timidez, por orgullo… – Al hombre cada vez le costaba más pensar por el alcohol – No, nada de eso. Simplemente yo no supe estar a la altura. Podría decir mil explicaciones, pero ésta es la más cierta.

– ¿y qué ha pasado esta tarde? Antes ha dicho usted que la dejó...

– Esta tarde me ha llamado, para decirme ...que se casa. Quería que fuese a su boda. Si le digo la verdad, no recuerdo qué le dije, porque todo lo que pasó a continuación lo he olvidado. Creo que todo fue una conversación formal, como la que tienen dos desconocidos que se tratan con corrección. ¿Sabe? Cuando colgué el teléfono, le recé a Dios con toda la fe del mundo, como nunca lo he hecho; para que me volviera a meter en el horno, para que me volviera a amasar, para empezar de cero, si pudiera ser...Pero no ha pasado nada. Sigo aquí, sin ella. Para siempre...

El camarero vio cómo el hombre se tapaba los ojos con la mano. Su cara tenía una mezcla de tristeza y lucidez; como la que tiene un condenado a muerte cuando oye su sentencia. Seguramente habría estado vagando por las calles sin rumbo fijo, buscando un bar abierto para naufragar en él; hasta que llegó al Regina. Dio otro trago al vaso y siguió su historia.

– ...Sólo entonces me di cuenta de todas las ocasiones, de todas las oportunidades que perdí. Nunca terminaba de decidirme para decirle que quería ser su novio. Hasta que al final, alguien se me adelantó. Simplemente así…

– Señor, ¿Me deja que ahora me sincere yo con usted? – Preguntó el enigmático camarero.

– Por favor… – Musitó en un susurro el desconocido. Cada vez hablaba con más esfuerzo.

– Usted se culpabiliza mucho por su pasado. Pero le puedo asegurar que todos y cada uno de los días en que se levantó de la cama, hizo lo posible por elegir lo mejor. Con lo que sabía, con lo que era, con lo que tenía. Sé que usted está deseando volver al pasado para hacer las cosas de otro modo. Pero mi querido amigo, volvería a hacerlo todo igual. Simplemente no lo supo hacer mejor.

El cliente calló. Tenía los antebrazos apoyados en la barra, sosteniendo el vaso con ambas manos y mirándolo fijamente. Finalmente habló al vaso con voz queda.

– ¿Y por qué al oír eso no me siento mejor?

– Porque usted no se lo cree, señor. Es difícil de asumir, pero es la verdad. Nadie en el mundo se ha levantado un solo día en su vida con el ánimo de decidir lo más perjudicial para sí mismo. Hasta los que se suicidan piensan que hacen lo mejor para ellos…Sin embargo…

El barman dejó de hablar, dejando en vilo a su oyente. Había buscado el silencio deliberadamente para dejarle en ascuas. El hombre levantó la vista hacia él.

– Sin embargo ¿Qué?

– ...Sin embargo, hay un detalle importante en todo esto, señor. Una cosa es el pasado, que ya no tiene solución y por el cual siente culpabilidad. Pero no hemos hablado de lo que pase a partir de ahora; del futuro. Esto se llama responsabilidad


– ...Eso no va a cambiar el que la he perdido para siempre, ¿verdad? – el hombre reprimió un sollozo, y una lágrima cayó inadvertidamente sobre la barra, que el camarero limpió diligentemente con la bayeta.– Ahora sé lo que es el infierno. Es el sitio donde mueren los sueños…

– ...Si me lo permite, señor; al infierno no van las personas que cometieron errores por no saber, sino los que sabían lo que había que hacer y no lo hicieron. Por orgullo o por cobardía, o por lo que fuera. Y esto sí que me preocupa por usted, porque ahora sí sabe lo que tiene que hacer– Las enigmáticas palabras del camarero sonaron como un clarín de guerra en la cabeza del hombre, que había intentado llenar su vaso inútilmente, porque la botella estaba vacía.

– Usted quiere asustarme ... Por favor, tráigame otra botella de lo mismo.

– No señor. No beba más esta noche.

El hombre se quedó mirando al camarero como si le hubiera echado un cubo de agua fría encima.

– ¿Por qué? ¿Me está echando?

– Sí señor. Pero no para que se vaya a su casa. Sino para que vaya a la casa de esa mujer. Hable con ella ahora.

– ¿A estas horas? ¿Borracho como una cuba? ¿Y qué le digo?

– Lo mismo que me ha dicho a mí. Simplemente eso.

– Creo que esperaré a mañana – Musitó hablando despacio. El cansancio y el sueño empezaban a envolverle. Empezaba a sentirse muy, muy cansado.

– Señor, puede que no lo entienda, pero debe de hacerlo ahora. Mañana pondrá una excusa, y al día siguiente otra aún mejor... Y así irán pasando los días hasta que llegue la boda. Entonces, ese día se sentirá el hombre más desgraciado de la tierra. Y desde entonces hasta su vejez, maldecirá esta noche, en la que supo lo que tenía que hacer y no lo hizo. Esto es la responsabilidad ¿se acuerda?.

– ...Y por esto sí iré al infierno… – sentenció con tristeza el cliente--

– Yo no lo podría decir mejor, señor. A su infierno.

– Pero ¿Y si se asusta y me echa? ¿Y si su novio me rompe la nariz, y con razón?

– A lo mejor sí. O no. Sólo hay una forma de comprobarlo. ¡Vaya ahora a hablar con ella! Usted sabe que ahora es el momento de decírselo. Deje de lamentarse y acuda a su casa.

– ...Pero si estoy hecho unos zorros…

– ¡Deje de excusarse en tonterías! ¡Si no va ahora, nunca lo hará!– La voz del barman se había tornado imperiosa y severa. Su amabilidad se había transformado en un rictus de urgencia que hizo que el hombre del abrigo se levantase de su banqueta y se alejase levemente de la barra.

– Sí...sí. Iré y le hablaré. Pero ¿Y si me rechaza?

– Entonces, vuelva por aquí y le serviré otra botella.

– ¿Para seguir la misma historia?¿Qué habrá cambiado?

– Algo muy importante. Usted vendrá como alguien que lo dio todo por su sueño. Entonces, reinará en el Regina. Y la botella le sabrá a gloria. No al infierno al que le está sabiendo ahora.

– ¡Pero mi vida no consiste en beber…!

– Tiene razón. Lo de venir a por la segunda botella es una tontería. Lo más importante es que usted podrá vivir consigo mismo el resto de su vida. No es poca cosa ¿no cree?


El hombre miró hacia la puerta de salida y volvió a mirar al barman con la duda en su semblante. El camarero vio cómo en su interior, el hombre libraba una de las batallas más importantes de su vida. Finalmente, tras un minuto que pareció una eternidad, le hizo un leve gesto de asentimiento y empezó a andar arrastrando los pies hacia la salida. Con un movimiento de la mano, se despidió del barman sin mirar. 

– ¡Vaya ahora y no deje que nada le entretenga!– Le ordenó el camarero a modo de despedida. Un extraño destello pareció salir de uno de sus ojos. 

El hombre del abrigo empezó a acelerar el paso. Un rictus de entusiasmo empezó a reflejarse en su cara. La puerta de salida se le acercaba y él pensó por un momento que salir de allí e ir al piso de ella era la cosa más importante de su vida. Salió tan deprisa que chocó con un parroquiano que entraba en el bar en ese momento. Musitó una disculpa ante el desconocido y salió casi corriendo a la calle. El aire frío le despejó y caminó con paso ligero por la acera, perdiéndose en la oscuridad.

El recién llegado se encaminó a la mesa en donde los cuatro hombres jugaban a las cartas. Uno de ellos tenía una camisa blanca arrugada, con algún lamparón, y con la pajarita desanudada colgando.

--¿Habéis visto la cara de ese hombre que por pocas me aplasta al salir? Parecía que había visto a Dios bendito o que iba camino del cielo.

– ...O que estaba loco y borracho – Dijo jovialmente el hombre más joven, que tenía toda la pinta de ser el mozo del bar.

– ¿Le has servido tú? – Inquirió el recién llegado mirando al hombre de la pajarita deshecha.

– Iba a hacerlo, pero como vi que él ya había cogido una botella y había dejado el dinero en la barra, ni siquiera me acerqué...Además, ya estaba fuera de mi turno.– respondió con sonrisa burlona.

– No es un borracho habitual – dijo el más viejo de los cuatro-- Tiene cara de buen hombre. De esos que ponen dinero de más en el parquímetro por si acaso.

– Entonces, ¿Porqué se ha bebido una botella entera de golpe? – preguntó el mozo joven.

– Rapaz, te queda mucho por aprender – le contestó el viejo, con acento gallego – Beberse una botella de whisky de golpe es como un deseo de morir. Ese hombre quiso hacerse daño. Lo más seguro es que fue por una mujer...

– Da mucha pena ver a un hombre así – Dijo el maitre mientras miraba la puerta por la que el borracho desconocido se había ido – Llegó, se sentó solo en la barra, dejó un puñado de billetes encima y cogió una botella. Y después de estar hablando solo todo el rato, se fue como una exhalación...




FIN


Foto: Película "Días sin huella"  de Billy Wilder.



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