LAS COSAS QUE NUNCA TE CONTÉ




Mayo de 2018

 Querido Luis,

Nunca estas dos palabras las he escrito con más sentido. Hace unos cuantos meses, ni me hubiera planteado el hacerlo. Aunque me gusta mucho leer, siento que no sirvo para escribir; realmente nunca me llamó la atención. Sin embargo, alguien me dijo que vivir la vida implica romper nuestras propias reglas alguna vez. Así que hoy he tomado la decisión de romper mis principios, primero por honestidad hacia mí. Pero sobre todo, porque te lo debo a ti. 

Este viernes quedé con mi amiga Julia, la psicóloga, en la cafetería frente al instituto. Y después de recordar los viejos tiempos, ella entró al trapo, sugiriéndome que te escribiera una carta, en donde te contase todo aquello que siempre me he callado, como una forma de ajustar cuentas contigo. Supongo que me lo dijo porque notó el estado en el que me encuentro. Al parecer, no lo disimulo tan bien como yo creía. Y creo que ella tiene razón.

He de admitir que alguna vez había pensado en sincerarme contigo cuando aún vivías, pero viéndote tan frágil y tan sedado con morfina, supe que ya no era el momento para hacerlo. Y cuando te fuiste para siempre, me quedé con el veneno dentro. Porque las palabras que no decimos cuando hay que decirlas, añaden un peso extra a nuestra alma. Todos lo sabemos, claro; pero una cosa es saberlo y otra, vivirlo en primera persona.
Nunca pensé que yo lo viviría.

Al principio, me vi ridícula ante el ordenador, pero cuando escribí el título, mis dedos empezaron a volar sobre el teclado. Y de repente el texto en la pantalla creció sin parar, como si tuviera vida propia. Huelga decirlo; todo esto es un artificio para despedirme de ti desde mi inconsciente. Pero ahora que he empezado a hacerlo, no sé si de verdad quiero decirte adiós, porque vivir con tu recuerdo se me ha hecho tan cómodo, que ha pasado a ser como mi bata de franela rosa para estar en casa, que tú decías que era de vieja --- no era nada sexy, es verdad---- pero que era comodísima...

A veces, cuando salgo del trabajo, ansío el tener un rato de intimidad, para estar en mi mente a solas contigo. Un vicio que he adquirido, pero que sé que debería dejarlo. Quizás por eso, Julia me ha aconsejado que te escriba. Siguiendo sus consejos, todo el contenido de esta carta lo enviaré a la papelera de reciclaje una vez que te la lea en voz alta.



Querido Luis: 

¿Cómo olvidarte? ¿Cómo puedo aceptar que ya no estás, cuando es mentira, porque te siento conmigo allí donde voy? Mi madre y Antonio, mi hermano, me dicen que debo decirte adiós para siempre un día de estos, y cuanto antes, mejor. Pero, me es imposible aceptarlo ¿Cómo que no te voy a ver nunca más? ¿Nunca, nunca? ¿Cómo puede ser eso? ¿Esto está ocurriendo de verdad?

Recuerdo que nos conocimos en el Santiago Bernabéu, en un partido del Real Madrid. Tú ibas con tus amigos, y yo con mis dos mejores amigas. Éramos forofos del fútbol y por casualidad, coincidimos dos veces más en la misma grada. Hasta que al final una tarde me pediste que te acompañara a dar un paseo. Con el tiempo, los dos nos dimos cuenta de que estábamos saliendo juntos, sin habérnoslo dicho siquiera. Era muy gracioso; simplemente quedábamos para el día siguiente un día tras otro. Uno de esos días, los dorsos de nuestras manos se rozaron varias veces, y de forma instintiva, se asieron. Ninguno hizo por donde soltarse. Seguimos andando como unos cinco minutos, hablando sin soltarnos, hasta que por fin, te atreviste a decirlo. "¿Entonces, somos...?" y yo te dije que sí. 
Andamos unos cuantos metros más, y entonces finalmente me lo dijiste"¿Y besarnos, cuándo...? " para a continuación darnos un beso en la calle. Fue algo maravilloso. La gente pasaba por nuestro lado apartándose, con complicidad. 
Ahora sé que era inevitable el que fuéramos pareja, aún con lo torpes que éramos. Y quizás por esto, por saber que estábamos destinados, se me hace imposible asimilar tu pérdida. Sobre todo por lo cerca que te siento, y por lo cómoda que me encuentro en compañía de tus recuerdos.

Quiero contarte lo que pasó aquel día en que llevábamos apenas un mes y medio de salir juntos. Recuerdo que al acompañarme a casa te subiste conmigo al ascensor y tú le diste al botón del último piso. Una vez allí, me llevaste de la mano subiendo a oscuras por las escaleras para llegar a la terraza. Me dijiste que así podíamos despedirnos mejor. Yo me dejé llevar, nerviosa. Por supuesto, sabía a lo que íbamos...

Yo estaba muy excitada, ahora lo puedo decir. Pero también muerta de vergüenza. Nunca había hecho nada parecido y cuando empezamos a besarnos, noté cómo tu mano subía por mi pierna y apartaba la falda para llegar hasta mi culo, mecánicamente quise apartarte la cara. Pero a oscuras no sabía donde estaba, y por torpeza, por nervios, por no tener costumbre de llevar tacones, perdí el equilibrio y mi mano, buscando un asidero, encontró tu cara a la primera pegándote un bofetón que sonó en todo el hueco de la escalera...
Cuando vi en la oscuridad el brillo de las lágrimas en tus ojos, me sentí peor que si me hubieran dado el bofetón a mí. Te acaricié la mejilla, y tú apartaste la cara, pero no lo hiciste a tiempo y toqué tus lágrimas. Intenté abrazarte, pero me soltaste los brazos, y la magia se acabó. 

Bajamos en silencio la escalera y en la puerta de mi casa te despediste con frialdad, no sin antes pedirme perdón con la seriedad de un militar. Yo no dije nada, paralizada por la vergüenza.

Ahora sé que debí abrazarte aunque no me dejaras. Debí de pedirte perdón y no lo hice. ¡Nunca he tenido el valor para decirte lo mucho que te deseaba aquella noche! Desde entonces, he ensoñado en mi imaginación miles de veces la misma escena, pero con un final distinto; como que aquella noche me arrancabas las braguitas de un tirón y me hacías tuya allí mismo. 

Pero el orgullo me calló. A mis diecisiete años recién cumplidos, siempre me he excusado pensando que yo era muy inexperta. Pero no tuve en cuenta que tú también tenías mi misma edad. Nunca sabrás cómo me pesa aquel bofetón involuntario, y tu cara de niño aguantándose las lágrimas...

Tampoco esto te lo conté. Un poco por dolor de conciencia y otro por amor, al día siguiente me puse las braguitas más sexys que tenía, por si acaso lo volvías a intentar. Pero no ocurrió. La despedida en la puerta de mi casa acabó con un beso frío. Y mis braguitas sexys volvieron intactas a casa. Caí en la cama de mi cuarto enterrando la cara en la almohada, llorando por mi torpeza. Tampoco esto te lo conté. Yo era así de tonta, sí. Pero entonces me pareció lo más real y triste del mundo.

Ahora que te escribo esto, ya no me avergüenza decir que yo tenía ganas de "eso" contigo todos los días, desde que empezamos a salir. No te lo dije porque se supone que una chica no debe de decir ciertas cosas. Y aunque por fin, un día la ocasión se presentó y nos hicimos oficialmente amantes, ahora echo en falta todas las veces que pudimos hacerlo y no lo hicimos, por no contravenir las normas. Y echo de menos el haber tenido un hijo contigo en cuanto nos casamos,  pero decidimos esperar unos años para tenerlo todo bien preparado. Al final, la vida se ríe de todo eso ¿Pero cómo podía saber que la muerte te esperaba a la vuelta de la esquina?

Recuerdo los días en que a los cuatro años de casados, empezamos a plantearnos tener nuestro primer hijo. Éste no llegaba, pero todo me parecía tan normal, que no le di importancia. Fueron pasando los meses, y un fin de semana que salimos con Mateo y su mujer, éste te preguntó con tono de envidia, cuál era la dieta que seguías para estar tan delgado como cuando tenías veinte años. Tú le dijiste que el secreto no se lo podías decir en público, al mismo tiempo que me cogías por la cintura. Todos nos reímos, pero yo me quedé con aquella observación. 
Una semana antes, mi madre también se había dado cuenta. Me dijo que yo era una mala cocinera, a la vista del marido tan delgado que se me estaba quedando. 
Aquella fue la primera vez que atisbé que algo no iba bien. Cuando nos acostamos, a oscuras, yo seguía con los ojos abiertos y oía el son de tu respiración, me recuerdo preguntándome si había algo importante que estaba pasando y no lo estábamos viendo.

Con mucha picardía y suavidad, al día siguiente te deslicé el comentario de que tal vez deberías hacerte un chequeo a fondo. No por no tener hijos, sino por tu delgadez. "A lo mejor te hace falta un reconstituyente para el trabajo" --- te dije, cuidando la interpretación teatral- En el instituto soy la profesora de secundaria encargada de las obras de teatro.

Esto fue en Abril. En Mayo te habían dado cita con el especialista con una rapidez que no atinábamos a entender. Te metieron en una especie de tubo delante de mí y te tuvieron media hora. Nadie decía nada. El técnico que operaba el escáner, tenía cara jugador de póquer. Lo mismo que las enfermeras que entraban y salían. Todos parecían expertos en jugar al póquer. 

Cuando salimos de allí, vi tu cara de miedo por primera vez. Tú, que siempre habías mantenido el papel de hombre, desde que te conocí siendo los dos casi unos niños...
Nos citaron al día siguiente en una misteriosa planta 5 del hospital para ver los resultados. Todo se iba desarrollando tan rápido que no teníamos tiempo de reaccionar. Cuando salimos del ascensor y vimos que estábamos en el área de oncología, el alma se nos cayó al suelo. Ni siquiera tuvimos que esperar. El especialista nos esperaba de pie en la puerta de la consulta...

Tu mano buscó la mía hasta encontrarla, y nos agarramos con fuerza mientras entrábamos en la consulta. Una vez dentro, el médico nos descargó el mazazo. Tú escuchabas con entrega todo lo que el doctor decía, sin soltar mi mano. Una vez más, me sentí muy pequeña ante tu entereza. Tampoco esto te lo dije. Y es una de las frases que más me pesa no habértelas dicho entonces. Como pareja que éramos de muchos años, claro que te dije muchas veces que te quería. Pero ahora pienso que me quedé corta.

¿En qué consiste la vida de un enfermo de cáncer? Básicamente en mentir. Se miente a todas horas, todos los días. Se miente a los amigos -o al menos, no se les dice todo- para evitar sus miradas devastadoras llenas de compasión. Lo mismo que a los compañeros de trabajo y a los parientes lejanos. 

Pero sobre todo, sobre todo; lo que peor llevé fue mentirte a ti. Te mentía todos los días, poniendo buena cara a cualquier cosa que te preocupaba. Te mentía haciéndote ver mi optimismo, que no era tal; sino una forma muy depurada de interpretación teatral. 
Y también --- cómo no--- me mentía a mí misma, faltaba más. Me decía que finalmente me despertaría en la cama y todo quedaría en un mal sueño; pero eso nunca ocurrió.

Por último, también el cáncer es otra cosa: Es una enfermedad devastadora para quien cuida al enfermo; con la maldición añadida de que nunca, nunca puede quejarse ante nadie. Así es; yo nunca pude quejarme de mi situación, ni de mi suerte; porque sería una muestra de egoísmo terrible. En vez de eso, me mantuve como un soldado, firme bajo la lluvia, siempre a tu lado en todo momento.

También esto te lo puedo decir ahora. Tú me tenías a mí, y al cúmulo de parientes y conocidos que se turnaban por atenderte, por prestarte atención. Pero yo no tenía a nadie. Y aún menos a ti, porque si yo caía ante tus ojos, todo tu universo lo haría también. 
Así fue como viví dos vidas: la tuya, y la mía. Y con ello, dos sufrimientos: el tuyo y el mío. Sin poder decírtelo a ti para que no te derrumbaras, tampoco di cuenta de esto a nadie jamás. Y por supuesto; nadie reparó en mí durante todo el año que duró tu enfermedad. Posiblemente por esto, pasé por una depresión no diagnosticada que conservo en secreto hasta el día de hoy.


Y al mismo tiempo, tú me mentías a mí. Tú hacías el papel de tonto que todo se lo creía, siguiéndome la corriente para que yo me sintiera tranquila. En su momento no lo vi, y ahora pienso que tampoco te agradecí, no el mentirme, que no lo conseguiste; sino el detalle de intentarlo. No sé por qué, es ahora cuando al recordar empiezo a apreciar la lluvia fina de detalles que cada día tenías conmigo. Ahora que rebobino mis recuerdos, empiezo a verlos en cada cosa. ¡Dios mío, no me dí cuenta.!. Debí de haberte dado las gracias, aunque sólo hubiera sido una vez. 
Como ves, tampoco pude agradecerte todo esto. El amor es muchas cosas, pero también una lluvia fina de detalles que si no estás atenta, los dejas pasar sin apreciarlos. Esta es la primera lección que me enseñaste: el amor es prestar atención.

El día en que te fuiste, no solté ninguna lágrima, y estuve recibiendo un aluvión de condolencias durante varios días; todo ello con toda la entereza que tú hubieras querido que hiciera.
Pero cuando pasó una semana, y por fin el teléfono dejó de sonar; cuando me vi  en nuestra casa vacía, libre de todo, libre de ti, de cuidarte; y al mismo tiempo sin ninguna necesidad de mentir nunca más, lloré, lloré como nunca lo he hecho. ¡Quién me iba a decir que tras dejar el infierno atrás, me sentiría peor que antes!. Porque habiendo muerto tú, pareces seguir vivo. Y en cambio yo, siento que he muerto. 

Siguiendo con las cosas que nunca te conté, tampoco supiste todo acerca de aquella vez que me dejé las llaves dentro de la casa, y te tuve que llamar al trabajo para que me abrieras con tu llave. Tú te enfadaste mucho y colgaste. Ya me habías dicho "despistada" muchas veces, y estas cosas atacaban mi ego. Yo te respondí también y te dije unas cuantas verdades...

Esperando a que vinieras, me apoyé un poco en la puerta y ésta se abrió sola. ¿Qué podía hacer? Hice lo que mi orgullo me dictó. Cerré la puerta bien. Porque si venías tú aparcando el coche en doble fila, y te encontrabas con que encima habías venido en balde, sería demasiado para mi. Así que cuando llegaste y abriste la puerta, entramos dentro sin hablarnos para coger mis llaves. Y a continuación volviste a la oficina sin decir nada. Por la noche me pediste perdón, y yo me hice la ofendida. A veces nos metemos en jardines de los que es difícil salir bien parados si contamos la verdad. Una vez más, te apuntaste un tanto secreto a mis ojos. Yo fui cobarde y me callé. Una vez más, tampoco te dije nada.

También quiero hablarte de otra ocasión en la que tampoco fui sincera contigo. Fue hace un año cenando los dos en la Pizzería Roma. Seguro que te acuerdas. Te pillé mirando a una chica con minifalda y me hice la ofendida. Te avergonzaste y me pediste perdón, y me dijiste mil veces al menos, que eso no tenía importancia. Pero yo me hice la orgullosa una vez más, y arruiné la velada; haciéndote sentir culpable por una tontería. 
Ahora sé que me porté como una imbécil, echando a perder un momento que podía haber sido un recuerdo especial de nosotros; algo digno de recordar.
Lo que tú no viste fue que yo había mirado antes al culo de uno de mis alumnos que coincidió con nosotros en el restaurante, y que me saludó desde lejos con la mano. Yo también lo hice, pero estas cosas las hago con más gracia que tú; y no te diste cuenta. ¿Por qué luego me hice la ofendida cuando ocurrió contigo? Porque me dejé llevar por mis automatismos, por mi ego, porque ...Porque no estuve a tu altura. Una vez más.

Y en general, fui poco generosa en decirte lo mucho que te quería -y no sabes con qué dolor escribo esto- en mil y una ocasiones en las que lo pensé y no lo hice; supongo que porque pensaba que tenía tiempo y lo podría hacer más adelante. Y ésta es la segunda lección que me has enseñado: el amor es no-pereza

Porque es cierto que el amor se basa en cosas importantes, pero también en lo cotidiano. Y es tan fácil adormecerse en las rutinas diarias, que la tentación de caer en el ahorro de gestos y palabras es muy fuerte. También aquí te fallé. No fui consciente de que el presente es un regalo que caduca a cada instante.

Pero también te odio. Te odio porque te fuiste. Te odio porque me dejaste con un saco de deudas que ya nunca te podré pagar. Porque se acabó el partido ganándome tú cinco a uno, sin dejarme siquiera opción para empatar...! ¡Yo creía que estábamos al inicio del partido, y ya era la prórroga final!

Querido Luis, 

Tuve que dejar de escribir anoche, porque soy una tonta emotiva. La vista se me nubló y no podía ver las teclas. Lo que escribí de odiarte no iba en serio ¿Cómo podría? Pero le prometí a Julia que no borraría nada de lo que me saliera. Así que lo dejo tal cual, sabiendo que tú entenderás el sentido en el que lo escribí.

¿Sabes? Siento que contigo me elevé a las alturas, y después, desapareciste y me estrellé contra el suelo. ¿Por qué la vida tiene que ser así? ¿Cuál es el sentido de esta crueldad?

Esta es la gran incógnita que tengo sobre la vida. Pero mientras tanto, intentaré vivir con tu ausencia, lo mejor que sepa. Perdón; lo mejor que pueda.
Querido Luís... ¿Qué te puedo decir que no sepas ya? Puede que se me olvide algo en este momento, pero si es así, no debe ser importante. Sólo te pido que pienses en lo bueno de mí, y no en lo mucho que me quedó por aprender. Y por favor, recuérdame, pero no demasiado. Con la mitad de lo que yo lo hago, me bastaría. Ya es mucho hasta para mí.

Y me despido hasta siempre, y no empleo la palabra "nunca". No la siento, no me la imagino, sobre todo ahora que te he conocido. Ahora sé lo qué es la eternidad.

Un beso. Un abrazo. Un todo.

Tuya siempre, 
 Any

 Pd.-

Querido Luis, ¡Ya sé la respuesta!. La he visto esta mañana al despertarme.
Sí que era necesario que nos conociéramos y que pasáramos por todo esto. Antes era una chica solitaria y soñadora, pero no sabía que lo era. Ahora soy una mujer solitaria y soñadora. Pero ahora lo soy, sabiendo que lo soy. 
Mi vida ha ganado en conciencia, gracias a ti. Siento tu pérdida, no sabes de qué manera; y aún así, estoy aprendiendo a asumirlo como parte de la vida que me toca vivir. 
Nuestros padres, nuestro cargo en el trabajo, nuestro título académico...incluso nuestros hijos. Todo se nos irá. ¿Y qué nos queda? Sólo aquellos breves instantes en que nos entregamos a vivir lo que nos toque con toda nuestra entrega, teniendo presente que nada perdurará. Contigo he aprendido que la vida debe vivirse en equilibrio, como andar por el filo de una navaja; siendo dos cosas a la vez. Siendo niños y al mismo tiempo, sabios. 

Aunque todos dan por hecho que por mi juventud, volveré a retomar mi vida con alguien más --- yo ahora mismo ni me lo imagino--- hay una parte de mi corazón que será tuya por siempre, aunque tenga cinco maridos más.

Y ya que no me queda otra, intentaré pagarte mis deudas de la única forma que puedo: haciéndome de merecerte el resto de mis días. No sé si lo conseguiré, porque es un reto que me llevará el resto de mi vida.
Tendré que vivir una vida larga para conseguirlo. 

Eternamente tuya,  
 Any


-Derechos reservados-


Comentarios

  1. Maravillosa,Manuel,está si me toca el corazón.

    ResponderEliminar
  2. Relato muy duro y maravilloso. Me quedo con el mensaje final.
    Te felicito.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario