EL JOVEN GUERRERO



Tao sintió cómo la angustia aceleraba su corazón. Los pensamientos alocados entraban en su joven alma como las aguas impetuosas de un rio de montaña,  sin poderlos controlar. Mil escenas del pasado mezcladas con la duda y el miedo al mañana, invadían todo su ser.
Se acomodó mejor en postura meditativa, en la mullida hierba de la pradera y cerró los ojos para sentir el silencio de la noche. Llevaba varias horas intentando meditar, arropado sólo por la hierba alta que le llegaba casi hasta la cabeza y la brisa nocturna que le acariciaba el rostro. El muchacho finalmente abrió los ojos y miró el cielo estrellado, sintiendo cómo su corazón se estremecía al contemplar la inmensa belleza de las cosas sencillas.

El joven desde sus doce años había sido tomado como discípulo por Tanzan, el maestro de maestros de guerreros. El anciano le había enseñado todas las técnicas de combate a través de los años, así como disciplina y sacrificio. Con el paso del tiempo, el niño ganó en vigor y maestría hasta el punto de que aún en sus diecisiete años, ya pasaba por ser un guerrero consumado.

En la mente de Tao, las frases oídas  en su corto pasado, volvieron a ser revividas en ráfagas cortas.
--"...Pero de entre todas las habilidades, joven Tao, hay una especial que debes dominar, si de verdad quieres ser un gran guerrero. Ninguna de las técnicas aprendidas te servirá en el combate si no dominas antes esta: El resto de tu vida deberás vivir en el presente, como si caminases por el delicado filo de una espada..."
—"Maestro, no lo entiendo"
—"Observa al tigre como mira. Observa su intensa atención aún cuando reposa. Ningún pensamiento vano absorbe su mente. Ninguna locura nubla sus ojos. Así sus actos son espontáneos, frescos e inmediatos. No existe para él el despiste o la dilación. Simplemente está viviendo el momento. Es el guerrero perfecto."
—"Maestro, ¿Cómo puedo hacer eso?
—" Joven Tao, observa tu respiración. Siéntela a cada momento. Siéntela mientras caminas, mientras luchas, incluso mientras comes arroz de tu cuenco. Si así lo haces, estarás viviendo el momento como lo hace el tigre. Vive el presente, y tu alma será quien tome el mando. Y tus decisiones serán siempre las correctas, no las desviarán los malos pensamientos ni el sentimiento de dolor. Tu espada hará el movimiento acertado, tu esposa elegida será la adecuada. Tu combate será perfecto. Tu vida será armoniosa..."

Las frases de Tanzan resonaban en la oscuridad en la cabeza de Tao. Mañana sería el gran combate a muerte contra Ur; el guerrero más temible de las tribus mongoles. Si Tao ganaba, las hordas se retirarían y dejarían en paz a los agricultores del valle. Pero si perdía y moría, los mongoles saquearían y destruirían todo lo que encontrasen a su paso. Este fue el pacto al que se llegó para evitar muertes innecesarias por ambos bandos. Un sólo combate, un solo vencedor vivo.
El elegido para el combate fue Tao, el discípulo del maestro Tanzan, el cual se llenó de orgullo. Pero a medida de que las horas transcurrían y se acercaba el combate, el muchacho comenzaba a sentir el peso de la decisión.

Tao recordó la enorme envergadura de su oponente y su corpulencia, su fiereza y sus numerosas victorias. Por contra, a sus diecisiete estaciones, Tao nunca había combatido contra nadie. Y su cuerpo liviano aún no había terminado de desarrollarse plenamente. Las dudas comenzaron a asaltar al muchacho una tras otra, hasta que por vez primera sintió el miedo en su corazón.
El joven discípulo se levantó y fue en busca de su maestro. Necesitaba ahuyentar las dudas, que se le acrecentaban conforme la claridad del día se acercaba. Caminó con paso ligero y silencioso hasta llegar al pequeño templo, ante cuya puerta lo encontró meditando inmóvil. Se arrodilló tras él y se mantuvo en silencio a modo de respeto. Tras esperar un rato que le pareció eterno, Tao no pudo resistirse más a la impaciencia.

—Maestro, sé que me has oído llegar. Sólo quería hablar contigo porque mi mente y mi corazón están inquietos. Creí que no me pasaría. Pero no soy tan fuerte como pensaba...

El maestro Tanzan seguía impasible con los ojos cerrados, en una inmovilidad pétrea, indiferente a las disquisiciones del joven discípulo.

—Maestro, ¿Y si no soy tan bueno como todo el mundo cree? ¿Y si soy vencido en el combate y muero?¿Qué pasará con todas las gentes del valle? ¿Y qué pasará a mis padres y a mi pequeña hermana?. No me he despedido de ellos...¿Y si el miedo me vence mañana cuando esté frente a Ur, y salgo corriendo? ¿Soy yo la persona adecuada para el combate? ¿Y si no tenía que estar aquí...?


"¿...Y si toda mi vida ha sido un error...?"

El muchacho finalmente calló y permaneció de rodillas con la cabeza baja, esperando una respuesta de su maestro que no llegaba. Los primeros destellos del amanecer aparecieron, coloreando el paisaje. Sólo al cabo de un rato, Tanzan hizo un giro lento de su cabeza hacia  un lado, sin dejar de mirar al horizonte que empezaba a clarear. Con su rostro impenetrable le respondió.
—...No te olvides de respirar...


FIN

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