DEMASIADO


Demasiado

 

 

1

 

Si fuera posible definir con una sola palabra a Noelia Pérez Laval, ésta sería sin ninguna duda "demasiado". Demasiado gorda, demasiado fea. Casada demasiado joven, demasiados hijos, demasiado trabajo, demasiado poco dinero…

Demasiado demasiado.

Noelia abandonó los estudios en contra de los consejos de su tutor de la escuela secundaria. Entonces veía a su severo maestro como un hombre arrogante y altivo que se permitía mandar en su vida y apartarle de su novio, el gran amor de su vida. Ahora, cuando le recuerda, reconoce a Don Braulio como una de las pocas personas que de verdad se preocupó por ella sin querer nada a cambio. Con el paso de los años, ha aprendido a recordarle sin que se le humedezcan los ojos.

Tras separarse del vago de su marido, Noelia recomenzó su vida en un pequeño piso alquilado con sus tres hijos, y un trabajo de limpiadora por horas. No se podía negar que algo había mejorado al quitarse al bulto que la parasitaba; pero el resto de su vida continuaba con ella. Seguía teniendo una lluvia interminable de obligaciones sin ningún reconocimiento; Jefes irrespetuosos, patronas con falso postín dispuestas a humillarla por el mínimo dinero posible — por supuesto, en negro— y cuando llegaba el final del día, le esperaban sus tres hijos; que inocentemente acababan con lo que le quedaba de energía.

 

Aunque casi siempre estaba con gente, se sentía sola. A veces, cuando por fin conseguía que los niños se durmieran pronto, se sentaba en el taburete de su cocina y sacaba el paquete de "American Golden".

Ella sabía que un día debería dejar de fumar, pero observar retorcerse el humo del cigarro en el silencio de la cocina era su único reducto de paz en el día. En sus contorsiones azuladas, el humo parecía hablar con ella en un lenguaje secreto.

¿En qué momento lo jodí todo?”

Le dolía preguntarlo, pero no lo podía evitar. Entonces, la cadena de pensamientos acudía sola y se activaba involuntariamente, para responder a la eterna pregunta. Debió dejar a su novio a la tercera pelea que tuvo con él — ¿Qué coño tercera? ¡A la primera…!— . Debió de continuar en la escuela, debió de comer menos por la ansiedad y la depresión, debió de no aficionarse a fumar a los dieciséis, y así no se gastaría al mes en tabaco el equivalente a un carro de comida del supermercado. Debió de irse a la capital con lo puesto a los dieciocho, sin hacer caso a los casposos consejeros de turno; que sabían como mucho lo mismo que ella, o menos aún.

Y así, la cadena de culpabilidades seguía su cadencia cotidiana hasta la eterna pregunta final. “¿Y ahora qué?”

Aquí se detenía todo. Ya no estaba el humo para contestarle, porque el cigarro se había consumido. Siempre pasaba igual; el cigarro no aguantaba encendido hasta la pregunta clave. ¿Cómo salir de una vida fallida? Noelia apagaba el cigarro soltando la última bocanada de humo evitando contestarse, porque se sabía la respuesta: No había salida. Así de simple.

Entonces, se acostaba y seguía dando vueltas en la cama hasta que al final se rendía agotada y dejaba de luchar, cediendo al sueño. Unas pocas horas después, el timbre de su despertador barato la despertaba sin miramientos. Lo peor no era el sobresalto, sino la sensación agridulce de saber que ahora no estaba soñando y que todos sus problemas le esperaban en el mismo sitio en que los dejó.

Éste era el mundo de Noelia, y en él vivía.

 

 

2  

 

Un lunes, como otros tantos, se levantó al amanecer y se duchó sin hacer demasiado ruido. Tras preparar el desayuno y unos pequeños bocadillos para los niños, se puso su abrigo encima de su uniforme amarillo y despertó a Sergio, el mayor. Él se ocuparía de vestir a Lorena y a Cris, que entraba este año en primaria. Puri, la vecina, se encargaría de llevarlos junto con sus dos hijos al cole, como todos los días. A Noelia le daba vergüenza pensar cómo podía pagarle todo lo que hacía, pero su vecina era un encanto. Nunca mostraba el más mínimo comentario. Simplemente no hacía preguntas.

Siete de la mañana. Aún de noche, avanzaba a paso rápido por la calles desierta, mirando las punteras de sus zapatos. No sabía desde cuándo había tomado esa costumbre de andar así. Aunque intentaba corregirse, sin darse cuenta volvía a la confortable costumbre de mirar hacia abajo. Por alguna extraña razón, se ponía nerviosa si miraba a los ojos de las personas.

Un objeto en la acera unos metros delante de ella llamó su atención. Era muy raro, porque los barrenderos habían pasado recientemente, a juzgar por la humedad del suelo. Cuando llegó hasta él, se dio cuenta que era una cartera de mujer. Miró hacia un lado y hacia otro, y se agachó a recogerlo. Además de la documentación, había una suma relativamente grande de dinero; trescientos euros en billetes grandes.

Noelia se fijó en las fotos de la documentación. Su dueña era una mujer sonriente con el cabello blanco y gafas. 

Se cuestionó si tomar el dinero y dejar la cartera en el mismo sitio, pero después lo pensó mejor. Algo dentro en su interior le decía que no podría pasar a un estrato moral aún más bajo que en el que ya estaba. Necesitaba hacer algo que le hiciera sentir persona, que pudiera recordar de sí misma sin sentir dolor. Además, siendo sincera, su vida continuaría siendo igual de miserable con trescientos euros más.

Al acabar la mañana buscó en la guía de teléfonos en su móvil, y dio con una persona que atendía por sus apellidos. Una mujer muy feliz, a juzgar por su voz, le pidió que se reuniera con ella ahora mismo en la cafetería El árbol azul, que estaba a quinientos metros de allí.

La mujer resultó ser la dueña de la cafetería que hacía esquina en la calle de enfrente. A pesar de que nunca había reparado en ella, el sitio estaba decorado en un tono desenfadado con madera blanca y azul turquesa. Una bicicleta antigua con el cartel de los precios, descansaba en la acera frente a la puerta, coronada por un letrero de madera que rezaba “El árbol azul”.

Le estoy muy agradecida. No sólo por el dinero, que no era mucho. Sino por el ahorrarme el reponer toda la documentación…

No tiene importancia, señora — Noelia agachó la cabeza con azoramiento.

No me llames señora. Me llano Alisa.

Yo soy Noelia—  Ambas se dieron dos besos.

La mujer le dio dos billetes de diez euros, que Noelia rechazó tajante. Si trescientos euros no le parecieron valiosos, aún menos esa pequeña propina.

 Tómate un café. Invita la casa ¿Te parece?

Está bien... — Noelia le sonrió. Pensándolo bien, era justo lo que necesitaba.

 Noelia siempre había pensado que el cielo debía parecerse a un café muy caliente sobre una mesa limpia, con murmullo suave de voces, y el entrechocar de los platos.

Esta es mi cafetería. Tras enviudar, pensé en retomar mi vena de escritora y me encontré con este antro desangelado que buscaba una arrendadora…¡Y aquí estoy!

No entiendo, ¿Qué tiene que ver ser dueña de una cafetería con ser escritora?

Mucho, porque todos los escritores necesitan un ancla con la vida real. No hay una mayor fuente de ideas para escribir que una cafetería, porque todos tenemos una historia. Por cierto ¿Cuál es la tuya?

Noelia abrió la boca sorprendida.

¿La mía? No hay mucho que contar. Mi vida no es interesante — dijo nerviosa, mientras jugueteaba removiendo el azúcar de la taza con la cucharilla.

¿Sabes? Nunca ha existido en el mundo una persona con una vida no interesante —  respondió Alisa con rotundidad.

Noelia se retorció sus manos estropeadas por la lejía. No sabía qué decir. Además, tenía que irse ya a su siguiente trabajo o no llegaría a tiempo. Así se lo dijo a su extraña interlocutora.

Estoy aquí todos los días, excepto los lunes, que descansamos. Si alguna vez te ves con tiempo, entra y pasamos otro rato ¿Te parece bien?

Claro…no me importaría.

¡Genial…!

Noelia se alejó por la acera, mirándose las punteras de los zapatos. El día había sido inusualmente intenso. Había tomado la decisión de ser honrada; había conocido a alguien nuevo, había hecho algo distinto y ahora se encontraba en una disimulada euforia.

 

3

 

Una semana después, Noelia aprovechó que era martes, y por tanto el único día con hora libre para desayunar. Así que fue directa El árbol azul.

¿Por qué decidió cambiar su sitio donde siempre desayunaba? Ni ella misma lo sabía. Querría cambiar toda su vida, pero hoy sólo tenía la posibilidad de cambiar de cafetería.

Nada más entrar, El árbol azul le pareció un lugar entrañable, sin atinar a comprender el porqué, porque apenas era la segunda vez que lo pisaba. Simplemente le parecía más limpio, más…distinguido. Más cercano a la vida inalcanzable que ella soñaba.

Alisa estaba sirviendo en la barra, junto con un muchacho joven y otra camarera algo mayor. En cuanto la vio, se acercó y se sentó en su mesa. Decidió tomarse un te con Noelia en una mesa.

Como si fuera su antítesis, Alisa era alta, delgada y elegante, aún con el mandil puesto.  

Le contó a Noelia que se había jubilado tras treinta años como profesora de secundaria. No necesitaba el dinero, pero le encantaba el mundo de los negocios. Y cuando se le presentó la oportunidad de regentar una cafetería, no dudó en aprovecharla.

Alisa animó a Noelia a contar “su historia”; y cuando por fin ésta accedió, encontró en su nueva amiga a una oyente entregada, cosa rara en la gente con la que normalmente ella se relacionaba. No la juzgaba ni la condenaba.

Mi vida es poca cosa. El día que muera, creo que nadie se dará cuenta.

Vaya ¿No hay algo que a esa Noelia que eres tú le gustase hacer?

Sí. Pero ya no se puede. Noelia ya se casó. Ya tuvo tres hijos, uno tras de otro. Ya se separó y se dio cuenta de que le faltan estudios para tener un trabajo digno. Las cosas que hemos vivido ya no se pueden cambiar…

Alisa sonrió y dejó pasar un tiempo antes de hablar..

¿Sabes? Mi trabajo tampoco me gustaba. Estaba todo el día en contacto con personas que estaban en el momento más bajo de sus vidas.  

Quizás las entiendo… — Repuso Noelia mirando al techo.

No te gusta tu vida y te sientes culpable ¿verdad?

Supongo que debí de hacerlo todo mal, porque ninguno de mis sueños lo pude cumplir jamás— dijo Noelia con pesar.

He visto eso durante muchos años. El patio del presidio está lleno de gente que no se perdona, y que da vueltas y más vueltas a la hora del paseo, recordando sus errores día tras día. Deberías de perdonarte a ti misma, Noelia. El perdón a una misma es toda una hazaña en la vida.

 ¿Y por qué tendría que perdonarme? — Preguntó Noelia intrigada.

Porque el sentirte culpable hace que mueras un poco cada día.

Noelia estaba sentada al borde de la silla. La conversación había tomado un inusitado tinte interesante. Sentía que estaba hablando de algo muy, muy importante para ella.

Creo que eso no cambiaría nada. Además no sé cómo se hace…

Es muy fácil. Se hace con algo de teatro y un poco de magia. Pero tienes que inventarlo tú y adaptarlo a ti sobre la marcha. Si no improvisas no funcionará.

 ¿Y después qué? ¿Ya está?

A lo mejor es más importante de lo que tú crees.

Ante aquellas enigmáticas palabras, Noelia la miró como una vaca que ve pasar el tren. O no había sabido explicarse bien, o Alisa era una de esas neo-hippies que todo lo solucionan con meditación.

Tengo que irme ya. Mis hijos me esperan.

Las dos se levantaron de la mesa y se despidieron. Alisa le recordó que esperaba verla pronto. Noelia asintió pensativa.

 

4

 

Esa noche, cuando acostó a los niños,  se sentó en su cocina como siempre. Encendió su cigarrillo dispuesta a deleitarse en el silencio de la noche, y ante el movimiento relajante del humo azulado que se contorsionaba ante sus ojos, Noelia pensó acerca de la extraña conversación de aquella mañana

¡Perdonarse a sí misma...!  Es la mayor ridiculez del mundo. El perdonarse no la va a hacer más delgada, ni más guapa, ni más rica. En realidad es un autoengaño, una forma de disfrazar la realidad para hacerla menos indigesta.

Dio otra calada al cigarro y expulsó el humo para verlo flotar. Y mientras pensó que por otro lado ¿Qué se pierde intentándolo? Nadie va a estar allí para observarla. Será un secreto de lo más íntimo, a no ser que ella lo divulgue. Y eso no va a ocurrir; claro está.

Noelia entró en el dormitorio de los niños sólo para asegurarse que dormían. Después salió con cuidado y cerró la puerta sin hacer ruido. Su "rito secreto" estaba a punto de comenzar.

Se encerró en el cuarto de baño con el pestillo y se miró en el espejo del mueble Romy. Allí estaba aquella mujer que la miraba con desconfianza. No era nada guapa, ni siquiera tenía un cuerpo deseable. Tan sólo unos ojos grandes, negros, parecían ser lo más parecido a algo bonito. Quizás demasiado grandes. 

Bueno, ¿Qué quieres?— terminó diciéndole con modos hoscos.

Quiero decirte que te perdono. — Contestó con reparos ante lo poco amigable que era aquella mujer.

¿Quién me perdona? ¿Tú, que eres yo?

Noelia se alejó un paso del espejo, asustada. Pero luego pensó en responder.

Sí, tú. Has cargado mi vida de mala conciencia. Te he llevado siempre sobre mis hombros como una carga. Desaparecías cuando tenía que decidir sobre algo importante, y sólo aparecías, para quejarte después…

¿Decidir? ¡Ya habías elegido…! En realidad nunca decidiste nada, porque dejaste que los demás lo hicieran por ti.

Si lo sabías ¿Por qué no me lo dijiste a tiempo? ¡Eres peor que yo!

¡Vete a la mierda! Siempre estuvo en tu mano el escucharte a ti misma.

 Noelia abrió la puerta del baño para salir. No se podía creer todo lo que su pequeño aquelarre había dado de sí. Evidentemente esto había sido una representación, claro. Pero sintió mucha pena de sí misma. Ahora recordó lo que Alisa dijo "El perdón a una misma es toda una hazaña en la vida."

Volvió a presentarse ante el espejo, asomándose lentamente por el marco lateral. Los ojos asustados de una mujer emergían a la vez que los suyos, mostrando dolor y cansancio. Nunca había pensado que ese rostro con incipientes ojeras era su auténtica imagen.

Creo que no lo hemos hecho bien. Vamos a empezar de nuevo, si te parece. Hay algo que yo tengo que perdonar de ti. Pero tú también tienes que perdonarme. Creo que esa es la idea...

Su imagen calló durante unos momentos.

"Si esa es la idea, puedes decírmelo tú. Y al mismo tiempo, yo te lo diré a ti"

Noelia puso su mano apoyada sobre la mano de su imagen en el espejo. Y mirando a los ojos de sí misma, lo pronunció en voz baja.

¿Me perdonas? Te perdono…

Sí. Pero hay algo que quiero añadir. Yo nunca te abandoné. Siempre estuve ahí.

Ella no supo cuánto tiempo permaneció mirándose, pero cuando las lágrimas le impidieron verse, intuyó que su pequeña brujería había acabado. Era la hora de acostarse. Sin más, apagó la luz y decidió no pensar más en aquello. Mañana tendría muchas cosas más importantes en qué pensar.

El día empezó bien. Por primera vez en mucho tiempo, durmió de un tirón. ¿Sería que se acercaba la primavera? No recordaba lo bien que se sentía tras haber dormido muchas horas seguidas, desde hacía muchos años.

Un cierto sentido del humor le acompañó aquella mañana. No se reía de los demás, sino de sí misma, lo cual no era costumbre en ella.

"¿Qué me está pasando? Sigo siendo gorda y fea, y mi vida sigue siendo tan mierda como siempre”. Y al pensarlo soltó una risita. Aquello tenía su gracia.

 

El día transcurrió deprisa. No pasó nada especial, pero tampoco ningún contratiempo. Casi sin darse cuenta se vio entrando en casa por la noche. Los niños estaban bien, y pedían la cena. Todo estaba como tenía que estar.

A los pocos días, en el edificio del banco donde limpiaba, se apartó del pasillo con su pesado carro de limpieza para que pasara una comitiva de hombres bien trajeados. El más viejo al pasar se dio la vuelta y le dijo con una sonrisa "muy amable". Noelia dudó durante breves instantes sobre si se dirigía a ella o no. No estaba acostumbrada a un cumplido.

No era algo milagroso, pero las sonrisas y algún pequeño gesto la hicieron un poco más feliz.  Todo era lo de siempre, pero mejorado un poco. Y ese poco era magia…

 

5

 

Los días se sucedieron sin novedad hasta que llegó el domingo. Para Noelia todos los días eran iguales, porque siempre estaba limpiando, sino en casa ajena, en la propia.  Además, le tocaba llevar a los niños al parque a jugar. Y una buena manera de devolver favores a su vecina Puri, era llevar también sus hijos también. Entre ellas había un convenio no escrito por el que no se hacían preguntas, porque simplemente no hacía falta. Una silenciosa discreción bastaba.

Este domingo pasó algo especial: Noelia disfrutó con los niños como nunca. Sergio — su hijo mayor— se hizo cargo de su hermana Lorena, que a su vez vigilaba al pequeño Cris. Y las dos niñas de Puri, Teresita  y Lucía, también se añadieron al equipo con entusiasmo. Tan sólo la pequeña Lucía quedaba a cargo de Noelia. A mitad de tarde, merendaron en un banco del parque. Los niños tenían las mejillas coloradas y el pelo enmarañado, y discutían entre ellos a gritos sobre sus héroes de la televisión.

Después, empezaron a jugar al escondite. El juego se puso tan interesante, que cuando Noelia quiso recogerlos, los niños se deshacían en súplicas para que les dejara un poco más.

Noelia tenía muchas ganas de volver a su casa para sentarse ante el viejo televisor, pero se oyó decir a sí misma “¡Qué demonios..!” y se esperó un rato más, que al final se transformó en una hora.

 Ya estaba anocheciendo cuando llegaron a casa en tropel. Puri estaba esperándolos sentada en su balcón. Temía que les hubiera pasado algo, pero cuando divisó sus caras sudorosas y felices, suspiró tranquila. Cuando Noelia subió a las niñas, la invitó a pasar.

Te has enterrado en vida — dijo a Noelia con una mueca cómplice— Ya sabes qué es lo que te espera todos los domingos de este año.

¿Sabes lo que te digo? ¡Que no me importa! Hasta yo lo he pasado bien…

—  ¡Bien! — Continuó Puri con desenfado— ¿Te sientas en el balcón y te tomas una cerveza conmigo? Así ya rematas el domingo.

¿Dónde está esa cerveza? — Replicó Noelia con solemnidad.

El primer trago la hizo sonreír. Últimamente sonreía mucho.

Las dos estaban sentadas en el balcón, viendo el anochecer en la barriada. El sol se despedía amarilleando los edificios viejos, con sus tejados salpicados de antenas. Y en los tendederos ondeaba ropa de trabajo de sus dueños a secar; monos de mil tonos de color azul y amarillo, según su desgaste.

El barrio es feo y viejo, pero tiene una belleza especial para quien la sepa apreciar ¿no crees?— le preguntó Puri, mirando al frente.

Noelia asintió. Y mientras bebía un trago, se sintió parte de todo.


   

FIN  

 

 

 

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Demasiado - (c) - MANUEL VALENZUELA MARTÍNEZ

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