EL LARGO CAMINO












 CAPÍTULO 1 


«Arrastro mi fracaso y mi vergüenza» 
Esto pensaba Li Huei mientras subía sudoroso por el empinado camino hasta el templo budista, asentado en lo alto de una colina. Aunque intentaba evitarlo, los pensamientos le acudían sin control. Nunca había imaginado que el mundo exterior al templo constituyese una prueba tan dura; aún cuando él escogió vivir en soledad.

Llegó a la puerta del templo y tiró de la cuerda de la campanilla colgante. Una pequeña abertura dejó al descubierto una cara juvenil con mirada grave. Tras una inclinación de cabeza y un saludo juntando ambas manos a la altura de su rostro, Li habló mirando al suelo en símbolo de humildad.

—Deseo ver al venerable maestro Tao Chang.

Sung, el guardián de la puerta, le miró con alegría, sin embargo no movió ni un músculo de su cara. Ambos habían crecido en el templo desde niños y se conocían; pero las normas de La Tradición debían ser observadas. Tras un silencio de cortesía, le contestó.

—El venerable maestro Tao no recibe a los visitantes, pero la vida es cambiante. Le preguntaré por si se digna a tener una excepción hoy contigo.

La puerta se cerró y Li se quedó ante ella, sintiendo todas sus emociones en conflicto. Ya hacía un mes que había abandonado el templo para iniciar el camino de la iluminación en solitario. Es sabido entre los monjes budistas, que el camino de la soledad es el más seguro para alcanzar el estado de iluminación «pero también es el más largo, el más difícil...» le recordaron los monjes viejos.

El pesado portón de madera giró. El monje de la entrada le invitó a pasar. Una vez más, los dos monjes se saludaron; y esta vez se sonrieron. 

—Amado Li, por favor, sígueme..

Li fue tras él hasta el edificio principal. Una vez dentro, se descalzó a la entrada de los aposentos, y entró, haciendo crujir la madera del suelo. El olor a grasa de cabra derretida de los candiles lo llenaba todo. Finalmente llegó a una gran estancia sin muebles, en cuyo centro había un pequeño reclinatorio en el que se encontraba sentado su maestro. El venerable Tao Chang tenía los ojos cerrados en una postura de meditación. 
Li se arrodilló a la distancia correcta, y tocó el suelo con su rostro. Y así estuvo un corto espacio de tiempo, hasta que su maestro le habló.

—Saludo a lo sagrado en ti, joven Li. ¿Qué nuevas traes tras tu partida del templo?

Li tragó saliva breves instantes, y por fin liberó su confesión.

—Maestro, he intentado seguir todas tus enseñanzas. Creí que seguir el camino de la meditación en soledad me llevaría hasta la iluminación, pero mi atrevimiento insultó al Universo. Mis defectos y mi mente demostraron ser más fuertes de lo que yo creía, y en todo este mes de estar en soledad en la montaña, he sido incapaz de dominar mi mente y su torrente de pensamientos. No he podido mantener el silencio dentro de mí, sino apenas unos breves instantes al día. En mí han aflorado la duda y el remordimiento...

«El primer día que abandoné el templo y a mis hermanos, iba contento por el camino, sabiendo que mis pies me llevaban hacia mi lugar en la vida. Pero a mitad de la jornada, me encontré con un campo de arroz en el que unos hombres trabajaban agachados. Uno de ellos se levantó y dejó caer su sombrero a su espalda. Era una hermosa muchacha que me miró en la distancia. Ambos nos observamos por un breve instante, que me pareció una eternidad...»

«...Su rostro me acompañó el resto del día, de la semana, del mes... Mi meditación se interrumpía porque su imagen se introducía en mi cuerpo y en mi corazón. No fue esto lo peor. Porque tras los pensamientos carnales, me vino algo peor, maestro. Ahora sé lo que es la duda.»

—¿Y cómo es esa duda, joven Li?

El novicio respondió tras un silencio respetuoso.
— Venerable Maestro ¿Soy yo la persona adecuada para esta empresa?¿No hubiera sido mejor ser un campesino más, llevando una vida feliz e ignorante, y dormir cansado por las noches junto al cuerpo cálido y suave de una mujer? 
Y tras recuperar el aliento, añadió: 
—¿Acaso la pulga y el mono no viven una vida plena cada uno, dentro de sus posibilidades?

El viejo maestro lanzó un suspiro largo, como desperezándose. Y se mantuvo callado ante el silencio expectante de su discípulo. Finalmente, habló con su tono de voz monótono, aparentemente perezoso, pero con un acento diáfano y claro. Sus diálogos eran certeros, y jamás añadía una sola palabra más de las necesarias.
—Discípulo Li. Tus dudas te han hecho cuestionarte si acaso no has echado a perder tu vida en una empresa baldía ¿No es cierto?
—Es así, maestro —respondió el joven con humildad dolida.

—Entonces, recibe mi bendición. Porque has iniciado correctamente tu camino hacia la iluminación que tanto ansías. Con el tiempo vendrán otras dificultades, una vez que superes la primera etapa de tu camino. Si quieres avanzar hacia la iluminación, debes seguir tal como ahora. Pero recuerda que la iluminación puede no ser alcanzada. Muchos monjes venerables han llegado al final de sus vidas sin llegarla a conocer, así que mi consejo es perseveres en la disciplina sin caer en la crueldad contra ti mismo.
Li escuchó en silencio, y cuando iba a hablar, su maestro levantó el brazo con el dedo índice hacia arriba.

—...Pero lo más importante: persevera en tu esfuerzo. Porque nada de lo anterior te habrá servido sin ello. La perseverancia será tu bastón en tu difícil camino.

—Tus palabras alivian mi carga, maestro. Volveré a la montaña para intentarlo de nuevo —Dijo entusiasmado tras una reverencia de despedida— Pero antes, quería someter a tu criterio una cuestión...

—Di qué cuestión es —Esta vez el maestro Tao fue solícito en su respuesta.

—Me preguntaba si sería una buena estrategia el purificar mi cuerpo con el ayuno para así calmar el deseo, maestro.

Tao Chang se alisó su barba trenzada y tras pensar unos instantes, le contestó.
—Podría ser. Inténtalo. 

Li se levantó feliz y se despidió de su maestro, saliendo del salón con pasos silenciosos pero ligeros. El entusiasmo se le notaba en su mirada.
El monje novicio abandonó el templo tras despedirse efusivamente de sus compañeros. Mientras bajaba por el angosto camino, sus pies a ratos bailaban de alegría. ¡Estaba en el camino correcto! Finalmente llegaría a su ansiada iluminación para ser un maestro.



 CAPÍTULO 2 


Dos semanas después, Li volvió al templo cabizbajo, para pedir consejo a su maestro. Una vez más, el fracaso se le notaba en su cara al postrarse ante su maestro en el salón del templo.
Tao Chang lo miraba con una mezcla de impasibilidad y sonrisa bonachona.

—Maestro, una vez más vengo a hablarte de mis fracasos. Todas las tentativas que pensé en hacer para vencer a mis pasiones carnales han sido inútiles.
Li observó mientras hablaba las vetas sinuosas del listón de madera frente a su rostro. Fugazmente pensó que eran imperfectas dentro de la perfección.

«Inicié el ayuno a fin de mortificar mi cuerpo y poder vencer a mis bajas pasiones. Los primeros días evité la comida con entusiasmo y tesón. Pero conforme el tiempo pasaba, un estado de tristeza me invadió. Ya no tenía ganas de meditar, ni ilusión por mi meta. De hecho, no tenía ganas de hacer nada, y mi cuerpo cayó en la debilidad.»

—Has hecho bien en dejar ese camino, joven Li. Está claro que no era el tuyo.

El discípulo se quedó de rodillas, sin decir nada. Pero su maestro adivinó que había algo más que se había guardado.

—¿Hay algo más que decir, discípulo Li?

Li suspiró hondo y se preparó para hablar. Mirando al suelo, le respondió a su maestro una larga disertación.

—Maestro, cuando te pedí consejo sobre si seguir el camino del ayuno para purificarme, me animaste a seguirlo. Pero ahora sé que tú conocías que ése no era el camino...
—¿...Por qué dejaste que lo siguiera...?—Terminó de preguntar Li.

Tao Chang sonrió y dejó pasar un breve rato observando a su expectante discípulo. Era una expresión de satisfacción. 

—Precisamente en el camino está la diferencia, joven Li. El alumno que sigue la enseñanza de sus maestros, alcanzará el conocimiento con prontitud, y eso está muy bien. Pero el alumno que lo alcanza por sí mismo sin ayuda, alcanza el conocimiento, con una dimensión añadida.

—Maestro, no lo entiendo...

—Joven Li, simplemente te hice un regalo -- el maestro Tao sonrió--. Vi que tú necesitabas vivirlo y te dejé hacer. El alumno perseverante que aprende por sí mismo, comete errores. Y en cada uno de ellos, pone a prueba su fe y su tenacidad. 
Por eso, cuando consigue al fin su meta, lo hace tras muchos errores y un acierto final. Ha conseguido el conocimiento y su  porqué; pero también sabe su «porqué no...». A este conocimiento aumentado, se le llama Maestría.

Esta vez, maestro y alumno se miraron brevemente y sonrieron. Li agachó su cabeza a modo de saludo y se dispuso a retirarse.

—Entonces ¿Qué debo hacer ahora, maestro?
—Tú ya lo has decidido, joven Li: seguir a tu espíritu. Es un largo camino, pero muy meritorio.
Li se levantó y saludó a su maestro inclinando la cabeza. Su maestro volvió a hablar con sonrisa bonachona.
—Sigue así, joven Li. Estoy muy contento contigo. Eres un discípulo aventajado.



 CAPÍTULO 3 


Cuando por fin llegó a su humilde choza, estaba cansado, lleno de remordimientos y consumido por el deseo hacia la muchacha que un día había cruzado su mirada con él. A pesar de que había sido un día de mucho aprendizaje, él no se sentía mejor ni más elevado. Tan sólo más triste porque cada vez era más consciente de que los obstáculos para llegar a la iluminación eran interminables. Tras sus oraciones, y antes de acostarse en la dura estera de hojas trenzadas, miró las estrellas por una pequeña abertura en el techo de la cabaña, sintiéndose pequeño y derrotado. Pero entonces recordó las palabras de su maestro «...La perseverancia será tu bastón en el camino que has elegido...»

Un poco más consolado, Li se durmió.

No habiendo amanecido aún, se levantó y tras meditar y hacer sus oraciones, se dispuso a tomar su cuenco de arroz hervido. Debía llevar una vida sencilla porque así controlaría mejor a su mente. Pero aunque en el exterior Li parecía concentrado y silencioso, dentro de él se desataban tormentas impetuosas. 
Había momentos en los que conseguía por fin apaciguar su mente y mantenerse en silencio. En esos breves momentos, se sentía en paz con el Universo; pero eran tan escasos que le era fácil plantearse si el precio de toda una vida en soledad lo merecía. Una y otra vez volvía entonces a acordarse del consejo de su maestro, y volvía a ser observador de su mente con ímpetu renovado.

Comenzó a tallar cuencos de madera para venderlos en el poblado cuando bajaba una vez a la semana. Así, obtendría los alimentos necesarios que no podía procurarse en el pequeño huerto junto a su cabaña.

Un nuevo problema le surgió: Si destinaba tiempo a trabajar tallando cuencos, mas otro tiempo a cultivar su pequeño huerto, se reducía el tiempo diario dedicado al trabajo espiritual. A veces, esto se acentuaba porque tenía que solucionar los imprevistos que a veces le ocurrían, como reparar su tejado por los elementos, o la cerca que rodeaba el huerto para que los pequeños animales no se comieran los brotes.

Li entonces tuvo una nueva idea. ¡Podía transformar su trabajo en un modo de meditación!. De esta manera, el tiempo dedicado al trabajo no menoscabaría a su trabajo espiritual. 

Al día siguiente, Li empezó su trabajo de tallar cuencos con impaciencia para aplicar su nueva idea. 
Tras un momento de silencio, tomó un tocón de madera del tamaño apropiado y empezó a tallarlo con un buril, canturreando en meditación una oración en susurros. Aquello pareció funcionar, porque el tiempo pasó casi sin darse cuenta. El trabajo le había cundido más que antes, y al lado de su regazo ya había cuatro cuencos perfectos tallados. Esta vez con calidad, cuidado y amor.

Los días siguientes no cambiaron la naturaleza de sus rutinas, pero había una diferencia: ahora el trabajo se había convertido en un pasatiempo agradable. Y además, tras su comida podía seguir meditando y dar un paseo al anochecer para contemplar la naturaleza. 
Los cambios pequeños empezaron a sucederse día a día. Los cuencos de madera  cada vez le salían más perfectos. Y su técnica de tallado era más depurada día a día, con nuevas ideas que le surgían mientras meditaba, y que iba poniendo en práctica. Algunas las desechaba, otras no. Pero al final, su maestría en la talla de madera crecía con el paso del tiempo.

El día que había mercado en el pueblo, Li bajaba con su saco lleno de cuencos recién tallados, se ponía en un lugar al lado de los puestos de especias, y deshacía su hato, ordenando en el suelo sus platos. Había elegido sentarse justo allí, porque las mujeres que iban buscando enseres para su cocina, terminaban inevitablemente viendo sus platos. 
El primer día sólo vendió un cuenco, y volvió a su cabaña dando gracias al cielo por aquella buena señal. Al fin y al cabo, cuando bajó al pueblo no tenía nada vendido; y volvió a casa con una pequeña bolsa de arroz con el que cocinar.
Li pensó que su primera venta era una buena señal. 

Al amanecer del día siguiente volvió de nuevo a hacer sus oraciones de agradecimiento por seguir vivo un día más, y por tener todo cuanto necesitaba para trabajar. Se sentó de nuevo frente a un trozo de madera escogido y se dispuso a tallarlo. Nuevamente comenzó a susurrar sus oraciones mientras daba pequeños martillazos leves con el buril, poniendo toda su atención. 

Él no supo en qué momento empezó a hacerlo, pero cuando llevaba unos cuantos cuencos hechos, cayó en la cuenta de que en su meditación le estaba hablando al tarugo de madera mientras le tallaba, en una nueva y extraña forma de empatizar con la materia en comunión con sus dedos.

Siguiendo la corriente a esta nueva idea, le habló al tarugo sobre sus metas, sobre las dificultades de su camino, y le pedía consejo mientras le solicitaba permiso para tallarlo de forma perfecta. Ante su asombro ¡el trozo de madera le respondió! No con palabras, sino con pensamientos fugaces. Además, le permitió que le separara los trozos que le sobraban para convertirse en un plato perfecto.

Así, con el paso del tiempo, Li observó que cuando llegaba al mercado del pueblo, con su saco de cuencos de madera, ya había algunas mujeres que le esperaban allí donde solía poner su pequeña manta en el mercado. Algunas incluso, eran del pueblo vecino, que habían madrugado para comprarle sus platos. 
Li se sorprendió cuando una mujer le dijo que no había mejores cuencos de madera que los fabricados por él. Y lo cierto es que cada uno de ellos era en sí mismo una obra de arte sencilla y útil. 
Por esto las gentes del pueblo cada vez le demandaban más y más encargos de platos y cuencos, pero Li tuvo que decirles que sólo haría la misma cantidad de siempre, los que necesitaba para vivir. Porque el resto del día debía dedicarlo a su trabajo espiritual.
A nadie más explicaba lo que era la iluminación. No quería que su sueño se quedase expuesto a los ojos de los demás, como una esposa desnuda. Sólo un hombre iniciado adivinaría el motivo de sus actos. Y de este tipo, no había ninguno en el pueblo.

Pasó así una estación, y luego otra. Y finalmente los años. La aparente rutina que seguía Li, tan sólo había conseguido una cosa: hacer de él un hombre feliz. Con su madurez había perdido la prisa por llegar a ninguna parte. Las horas incontables de meditación, le habían enseñado a admirar el paisaje mientras el rio de la vida le llevaba en su barca.

Tampoco olvidaba su sueño de alcanzar la iluminación, pero al final se convenció de que la ansiedad por lograr la meta, no hacía sino alejarle de ella.
Por eso, había aprendido a permanecer atento reverenciando al presente, la única cosa cierta que tenía. No sólo su meditación había llegado a ser muy depurada y sostenida. Además, ya era el mejor tallador de platos de madera de la región. Y su público le esperaba fiel el día del mercado, aunque sólo fuera para ver su obra sin comprarle nada. A todos Li les agradecía su atención, tanto si le compraban como si no.

—Si te dedicaras sólo a esto, acabarías siendo un rico comerciante —le dijo una mujer— Y no te faltaría una buena esposa.

Li sonrió inclinando la cabeza por el cumplido. Había llegado a dominar el oficio, pero éste no era su vida. Él sabía que ningún oficio puede llenar por sí solo algo tan basto y complejo como el corazón de un hombre. Tarde o temprano, quienes sólo crecen en un aspecto de sus vidas, acaban viejos, frustrados y vacíos.



 Capítulo 4 


Un día, mientras hacía sus cuencos en total meditación, la madera que tallaba le habló en susurros. Ésta le preguntó por su maestro. «¿Cuánto hace que no sabes de él?»
—Creo que hace años. He perdido la noción del tiempo— contestó en voz queda.

La madera calló, y Li esperó expectante algún nuevo diálogo, incluso enlenteciendo su proceso. Pero la conversación finalizó allí. Mentalmente, el monje se anotó la intención de hacer una visita al templo de su niñez para visitar a su maestro. Sí. Era el momento de volverlo a ver.

Cuando la oscuridad llegó, Li estaba sentado en la puerta de su cabaña, contemplando el cielo estrellado. Tal era su belleza que él sentía que podría estar toda una vida contemplando el espectáculo sin aburrirse. 
Sin embargo, algo distrajo su atención. Una tenue luz se acercaba por el sendero hacia su choza. 
Aquella luz era un visitante que había atravesado el bosque a altas horas de la noche ¿quién sería?. Li se incorporó para verlo mejor.

—¡Maestro! 

Li sintió una alegría indescriptible y fue corriendo hacia él. El maestro Tao no llevaba ninguna lámpara. Era el aire a su alrededor que resplandecía de una forma extraña. Maestro y alumno se encontraron y se sonrieron. La alegría era palpable por ambos lados. Li se deshizo en un torrente de palabras que a duras penas podían expresar su dicha. Pero Tao se llevó un dedo a la boca, recordándole la primera enseñanza del templo «La palabra tiene poder. No debe ser malgastada innecesariamente»

Li calló y con una sonrisa, asintió bajando la cabeza. Invitó a su maestro a entrar en su casa y le ofreció su estera. Ambos se sentaron con las piernas cruzadas uno frente a otro. Y su maestro le hizo un gesto para meditar juntos. 
Li tuvo la meditación más intensa de su vida. Se sintió volar por sitios nunca imaginados. Vio de cerca a las estrellas, y sobre todo, tuvo el sentimiento de que todo era correcto, de que su vida era correcta, que todo tenía un equilibrio exquisito y que el universo respiraba a través de su nariz, y veía por sus ojos...
Cuando salió de su meditación, quiso contarle a su maestro todo lo que había visto. Pero delante de él no había nadie. El maestro Tao se había ido sin hacer ruido.
El monje corrió por el sendero para intentar alcanzar a su maestro, pero no lo encontró. Tras la tristeza de no haberse despedido de él, una extraña sensación de plenitud le había quedado. De algún modo, todo estaba correcto. En su sitio. Como tenía que estar...

Los días sucesivos volvieron con su rutina. Nada parecía haber cambiado en la vida de Li...salvo Li. La vida ahora le saludaba con miríadas de detalles en los que antes él no había reparado. Y no sólo era eso; una nueva sensación de felicidad le acompañaba en todo lo que hacía, allá donde iba. Al cabo de un tiempo, descubrió que todo el día estaba en estado meditativo. Ya no era sólo cuando se sentaba en la estera de su choza. 



 CAPÍTULO 5 


Tras un mes de la visita de su maestro. Li no conseguía olvidarse de él. Debía tener el detalle de devolverle su visita. Así que preparó su ausencia tallando más cuencos durante varios días, a fin de no fallar a sus encargos del mercado. No debía faltar al compromiso con sus clientes.
El día señalado, se levantó al alba y tras preparar un ligero equipaje, partió. Se había saltado sus oraciones, pues había descubierto que podía transformar su camino en una oración. Y como su meditación era continua, tampoco le era necesario estar en estado de quietud silenciosa.

El trayecto al templo fue rápido, liviano y refrescante. No había cansancio, ni prisas por llegar. Incluso a Li le pareció que llegó mucho antes que otras veces; habida la cuenta de que los colores vívidos de los campos y los detalles las alas de las libélulas salpicaban de belleza todo cuanto sus ojos veían. Tal era todo, que Li viajaba, ensimismado en un estado de admiración continua.

Por fin, llegó a la puerta del templo e hizo sonar la campana. Como siempre, la cara de un joven -esta vez desconocido- asomó para preguntar quién llamaba. 

—Soy el eterno novicio Li Huei. Vengo a ver al venerable maestro Tao Chang.
La puerta se abrió, y el novicio inclinó la cabeza a modo de respeto. 

—Entra, hermano. 

Li fue tras él. Había caras nuevas en el patio del templo. Todos le miraban con curiosidad. Algunos sonreían. Pero Li no alcanzaba a ver ninguna cara conocida de su juventud.

Llegaron por fin a la sala del templo donde el maestro Tao solía estar. Esta vez él no estaba allí. Un monje con túnica de maestro ocupaba su lugar. Era un viejo compañero que entró de novicio un año después de él. 
Li se arrodilló manteniendo la cara contra el suelo, como siempre hacía con su maestro.
—Bendigo lo sagrado en ti, monje extranjero.
—Yo te conozco. Cuando eras joven me abrías la puerta del monasterio. Te llamas Sung.

Sung abrió los ojos con cara de asombro y alegría.

—¡Li! ¡No puedo creer lo que mis ojos ven! ¡Por favor, no me humilles más arrodillándote ante mi y levántate! Tienes que contarme tantas cosas...
Los dos monjes se abrazaron tras casi una vida sin verse. 
—He venido a ver al maestro Tao Chang. Él me tomó como discípulo...
Sung le miró con extrañeza.
—El maestro Tao ya hace años que partió en su viaje hacia la Unidad. De él sólo nos queda su recuerdo y la belleza de sus actos.

Li se quedó desolado. No habló de la visita que recibió de su maestro tan sólo hacía unas semanas. Intentó encontrar una respuesta a su aparición. ¿Por qué le visitó? ¿Y por qué en aquel momento y no antes? No tuvo tiempo a pensar demasiado porque sus hermanos monjes le abrumaban con saludos e invitaciones. Todos los monjes del templo querían hablar con él, incluso pedirle consejo. ¡A él, que siempre estaba buscando respuestas!
Finalmente, Sung le hizo una propuesta increíble.
—Li, ¿Querrías quedarte en el templo como maestro?. Todos nosotros ganaríamos con tu presencia.
A Li le sorprendió tal ofrecimiento. Agachó la cabeza en señal de humildad y juntó sus dos manos a la altura de su rostro.
—Recibo un honor inmerecido, Venerable Sung. Yo soy el torpe monje Li, que siempre caía en todas las faltas posibles. No tengo nada especial que enseñar. Mi vida no es distinta de la vuestra...
—...Ese mismo torpe monje Li, sería todo un ejemplo para todos nosotros. Estaríamos encantados con tenerte cerca. Aunque no nos dijeras nada. Sólo con estar a tu lado sería suficiente para nosotros...

Li declinó por segunda vez el ofrecimiento. Aunque tenía control sobre sus emociones, sintió la tentativa del azoramiento al verse rodeado por tantos rostros que esperaban que se quedara. Definitivamente él había vivido siempre en soledad, y ya no serviría para vivir en comunidad. Así se lo dijo a Sung, que finalmente asintió con una reverencia. 

En el camino de regreso, Li a duras penas podía controlar sus emociones. Aunque en su madurez había conseguido que su paz interior no se afectara por la cháchara de pensamientos rebeldes; en este día los contenía con esfuerzo. Así que puntualmente liberó a sus pensamientos apara que le ayudaran a asimilarlo todo: 

"El maestro Tao había fallecido hacía muchos años. Ahora sabía que fue el espíritu del maestro Tao lo que se le presentó la semana anterior. Por eso tenía aquella aura de luz. ¿Y por qué todos sus compañeros del templo querían que se quedara?. Pensó que era un honor inmerecido para alguien que nunca había hecho nada especial en su vida."

"Sólo soy un agujero de la flauta por el que suena la música del Universo" --se oyó decir en un susurro, para a continuación mirar a su alrededor avergonzado. No está bien que un monje budista hable solo.

Ya comenzaba a anochecer, y aún le quedaba un largo tramo hasta llegar a su cabaña. Por fin recuperó el equilibrio en su interior y fue uno con el paisaje circundante. Pero al tomar un recodo en el camino, frente a un bosquecillo cercano, Li divisó un extraño resplandor frente a él en los árboles. Tras unos instantes de observarlo, pensó que era su maestro Tao, al que vio con la misma luz a su alrededor. 
Su corazón se alegró, y Li apretó el paso. Quería reencontrarse con su maestro, ahora sí tenía muchas preguntas que hacerle.

—¡Maestro!, ¡Por favor, espera! 

Cuando llegó al lugar en donde la primera vez vio la luz, ésta ya no estaba. Al parecer, también se movía. 
Li empezó a correr tras la luz en la oscuridad. Perseguía el resplandor cuando su pie se enganchó en una rama, haciéndole caer frente a un charco. 

Li contempló su rostro en el agua tras muchos, muchos años de no haberlo hecho, y soltó un grito, seguido de un sollozo largo. Y de repente, al llanto le sucedió la risa como algo natural y espontáneo. Toda su vida, toda su existencia, se comprimió en el instante donde su rostro se veía reflejado. 

Había descubierto cuál era la fuente de la misteriosa luz. 



 FIN 



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