EL ESCRITOR





 

    Capítulo 1  
   
Marga entró en la pequeña sala de reuniones, seguida de la redactora de estilo y de su becario. Ahorrándose las cortesías, todos ocuparon su sitio en una mesa justa para cuatro personas.

― A ver — Marga comenzó la reunión― Como sabéis, ésta es una reunión exprés con un tiempo máximo de 15 minutos, así que debemos ir al grano si queremos que esto funcione. Recordemos que este fin de semana nos prometimos todos el aportar datos acerca de nuestro autor desconocido ― ¿Y bien...?

― No he podido encontrar nada, Marga. ―Dijo Maruja, que era jefa de edición, por no decir que lo más pomposo y correcto del nombre de su cargo era decir "jefa de estilo". Pero ese término lo ocultaba debidamente ante sus conocidos para evitar los consabidos chistes.

La sala de reuniones de la editorial Albanta era casi un cuarto de escobas, pero primorosamente pintado en un azul anochecer. La pequeña mesa camilla, ovalada por un extremo y plana por el otro, también hacía juego con la pintura, haciendo respirar un ambiente inverosímil.
Desde que la sala se usaba sólo para reuniones exprés, la experiencia había demostrado que realmente no se necesitaba más tiempo para tomar decisiones cruciales. Desde que la cúpula ejecutiva de la editorial hizo este descubrimiento, el salón grande de reuniones, con una mesa kilométrica y sillas en número suficiente para llenar un camión, languidecía en el abandono.



"Al parecer, nuestro autor no tiene redes sociales, no tiene teléfono móvil, y si tiene teléfono, ha de tenerlo con otro nombre. No creo que M. Sánchez pueda ser un nombre real. Debe de ser inventado."

―¿Y nuestro becario no ha podido añadir nada a este enigma?―preguntó Marga, con gesto de curiosidad creciente.
― Yo me he limitado a rastrear por todos los blogs y redes de escritura, algo parecido a un plagio. Pero no hay plagio, ni trampa, ni cartón. Nuestro autor es genuino. Y si me lo permiten, genial...

Marga hizo ademán de que se acercasen las cabezas en torno a la mesa. 

― Debemos de comprender todos, que una de las formas de que nuestra pequeña editorial siga funcionando, es editar.― Se quitó las gafas y jugó con la patilla entre sus labios mientras miraba con fijeza a sus interlocutores alternativamente― Pero no cualquier cosa; sino obras consistentes, serias, originales, geniales...Por todo esto no podemos dejar escapar a ni uno solo de los autores que sean nuevos y que merezcan la pena. Si nosotros no los fichamos, os advierto de que nuestra competencia no está ahora mismo de brazos caídos. ¡Todos están buscando al ganador anónimo del premio de poesía de la Universidad de Granada!

La mujer volvió a calarse las gafas con evidente sensación de desagrado, y les lanzó una mirada haciendo un ademán de que la reunión estaba próxima a terminar.
―Bien. Quiero soluciones. ¿Qué podemos sacar en claro de todo esto?
El becario carraspeó. 
―Creo que esta persona tiene una serie de rasgos peculiares.
De repente, los ojos de las dos mujeres se centraron en él.
― ¿Como cuáles? ― Replicó Maruja.
― Para empezar, no es un escritor de profesión...Tiene un trabajo que aparentemente no tiene relación con este mundillo.
― ¿Y por qué se sabe eso, si no es mucho preguntar? ― Terció Marga.
El joven becario volvió a carraspear
―Porque su obra es...discontinua...Una vez gana un concurso de poesía en un pueblo de La Mancha, y a continuación pasa un año hasta que vuelve a editar algo...Digamos que a este hombre, no le importa el no ganar dinero de lo que escribe. Lo tiene como un hobby. Y luego también, tiene otras características relevantes que lo definen.
―¿Por ejemplo...? ―Marga había ignorado la señal del temporizador de su teléfono móvil que avisaba con una secreta vibración de que el tiempo de reunión había terminado.

―Es un hombre.
―¿Y por qué no es una mujer? ―Dijo Marga, divertida. La reunión la empezaba a encontrar interesante.
―Porque tiene recursos de frases copiadas a Richard Bach, y a Saint Exupery. Ha leído al principito, y a Juan Salvador Gaviota. Tanto uno como otro autores, fueron muy completos en sus vidas. Fueron hombres, poetas, amantes, héroes de guerra, aventureros...Ambos son muy masculinos. Un tipo de hombres que ya hoy no existe.
―Un momento, un momento ―dijo Marga― Yo he leído a los dos y soy mujer. Y me han gustado mucho los dos.
―Sí, cierto. Pero me permito recordar que el señor x, escribe poemas sobre el viento y el olor a gasolina de los motores, que describía Richard Bach. También Antoine de Saint Exupery hablaba de sus máquinas en su libro "Correo Nocturno". Ambos eran pilotos de combate enamorados de sus máquinas, lo cual es de una belleza nada femenina. Casi con seguridad, nuestro personaje es un hombre.

―...Además, es alguien que ha leído mucho. Es una persona muy culta. Aunque sus poemas son muy sencillos, expresa sentimientos complejos. Ha leído a Hesse, seguro, porque tiene una frase sacada de Siddharta. También me permito presumir de que ha leído a Chejov. Algunos de sus giros en sus relatos cortos vienen también de él. Y un detalle más: o ha leído a John Steinbeck, o le gusta el campo, o las dos cosas a la vez. Steinbeck fue un escritor norteamericano que trabajó como jornalero en los tiempos de la gran depresión. Aunque luego ganara el premio Nobel, nunca dejó de sentirse hombre del campo. Nuestro hombre ha leído a toda esta gente. 

―¿Y cómo puedes saber todo eso, niño? -Dijo Maruja admirada.
―Porque además de filólogo, también estudié psicología...―Y además, este hombre es hetero. Y ronda la treintena.
― Lo de hetero vale. Pero ¿Por qué ronda la treintena?
― Porque si fuera mayor, digamos de 50 años, escribiría algo desde dicho ángulo. Pero todo lo que ha escrito en sus relatos cortos, en sus poemas...siempre son sensaciones, sentimientos de alguien relativamente joven. Para nada habla de sensaciones de vejez, o de amores maduros. Simplemente no escribe de lo que no conoce.

―Como sigas hablando así, me voy a enamorar de él ― Dijo Maruja— Bien. Terminamos la reunión, porque me parece que por hoy poco más podemos hacer. Ramón, bravo por tus deducciones, pero no bastan.

El grupo se levantó en silencio y abandonó la sala. Marga se fue pensativa. El señor x seguía siendo un enigma irresoluble. Si antes sólo era una promesa en ciernes, aquel hombre, como escritor le parecía ahora mucho más consistente. "...y también más interesante, qué demonios..." -se sorprendió pensando. 
Empezó a sentir que su fino olfato de editora le apremiaba a encontrarle con cierta urgencia.

  
  Capítulo 2  



Sus manos eran grandes y proporcionadas. El rostro moreno contrastaba con sus ojos azules. Y si se quitaba el sombrero de paja por un momento, se le veía un corte en el moreno de la frente.

Martín andaba a grandes zancadas por el campo de trigo, dejando atrás al tractor con su ruido "chug, chug". Delante había una piedra demasiado grande que podría dañar el arado. Casi seguro que él sólo con sus manos no podría; pero siempre en su mente y en sus principios personales, había una férrea tradición de intentarlo todo. Aunque fuese una locura. 

Se acercó a la piedra oyendo el sonido de sus propios pasos. No era muy grande, realmente. Podía intentar pasar las hojas del arado por encima, pero temía que éstas se doblaran, y martín tenía el tiempo justo para arar todas sus tierras antes las primeras lluvias, que este año se adelantaban. Calculaba unos cinco días de margen para sembrar una vez que estuvieran las tierras aradas. No quería distraerse metiéndose en guerras que se podían evitar.

Llegó a la piedra y le dio un leve puntapié. No era demasiado grande, pero se notaba firme. Decidió que podía perder algo de tiempo en quitarla a mano. Era mejor así, que pasar por encima con el arado y atenerse a las consecuencias. Se encaminó de nuevo hacia el tractor para pararle el motor.

Se encaramó a la máquina y cortó la llave de contacto. El ruido del motor cesó. Y un silencio inspirador llenó todo el paisaje. Los campos de Castilla empezaban a rezumar el calor de todo un día de sol. Al mismo tiempo, el cielo ardía en tonos rojizos, preparándose para la noche.

Martín levantó la vista y lo sintió. Sintió la llegada de la musa. Rápidamente sacó una libreta gastada del bolsillo de su mono de trabajo y un lápiz corto.
Empezó a escribir deprisa. Una hoja, dos, tres hojas de su pequeña libreta. Después hizo un bosquejo torpe, y ahí lo dejó. Guardó con reverencia la libreta con el lápiz entre sus hojas, y con lentitud, corrió la cremallera del bolsillo. Mentalmente agradeció "a quien correspondiera" la inspiración recibida. Sus padres siempre le enseñaron a ser agradecido a diario haciendo una pequeña oración mental, siempre había mil razones. La primera, seguir vivo un día más. Y la segunda, tener conciencia de ello; casi tan importante como la primera...

El silencio seguía allí, mezclado con el susurro leve del viento, que empezaba a ser tibio ante la llegada del anochecer. Aún siguió sentado allí, mirando todo y sintiéndose parte del paisaje. Como la piedra, como la tierra, como el cielo. 

Martín sintió que la musa se había ido. Y como si saliera de un sueño, bajó del tractor y abrió un pequeño cofre en su costado. Sacó un pico y una pala y se encaminó a la piedra sin prisa, pero sin pausa. No debería llevarle demasiado tiempo. Calculó mentalmente que no más de una hora debería de emplearse en sacarla de allí. 

Con reverencia, empezó a dar los primeros golpes en la tierra que rodeaba a la piedra. No atacaba a la piedra directamente, porque sabía que era inútil. A los cinco minutos, empezó a retirar con la pequeña pala la tierra suelta de alrededor. Poco a poco la piedra se iba mostrando como lo que era; como una pirámide en pequeño que iba saliendo a la luz. 
Diez minutos de pico. Parecía que las redondeces aparecían en su base. Paró un instante para tomar el resuello y empujarla con el pie. Le pareció que había cedido algo.

Entre cada golpe, se le había colado en la mente los acordes de una canción que repetía mentalmente una y otra vez. Era una canción que le enseñaron en el parvulario. No pudo aprender a leer, pero los acordes, los ritmos se le quedaban grabados a fuego, aún cuando era niño. Entonces se acordó de su compañera de aula, aquella niña pelirroja que nunca más volvió a ver, porque al año siguiente su familia se mudó a otro lugar.
"Debería tener pareja. A mis treinta y dos años, esto empieza a no ser normal" ― pensó mientras volvía a comprobar con un pequeño puntapié si la piedra se movía o no.

Volvió a acordarse de su María Encarni. Cuando se casaron y el cura les dijo que el matrimonio sería hasta que la muerte les separe, ninguno de los dos sospecharon que se refería a un año y tres meses tras la boda.


  Capítulo 3  


Martín se incorporó para recuperarse de la espalda. Aquello empezaba a ser pesado. Sentía la sobrecarga muscular, así que se estiró con un quejido. Total, nadie podía oírle....
Abrió y cerró las manos varias veces antes de asir la azada. Los poemas que escribía con un lápiz recortado, con la punta tallada a navajazos, y escritos sobre el reverso de un papel de cartón de tabaco, podían parecer cutres y faltos de estilo en su presentación. Y más, cuando los escribía apoyándose en el volante del tractor en un momento de inspiración. Porque el trepidar del tractor le hacía tener una caligrafía casi rúnica. 
Pero los poemas que escribía eran honestos, reales como la tierra y el sol. Y al mismo tiempo tan gentiles, tan sensibles como la brisa que soplaba en su nuca en ese momento. Hablaban de ausencias, de cosas invisibles y sin embargo vitales; como el aire que sirve para respirar.

A veces, le preguntaba en voz alta a su Encarni cosas sobre asuntos tales como el ir o no a visitar a su hermana. Cuando terminaba de hablar, dejaba un silencio para escucharla. Y a veces, ella le respondía con un pensamiento.
"No debes meterte en líos con ella. Mejor harías si fueras después a su casa a hacer una visita y llevarle un saco de patatas. Quedarías bien y ella no se sentiría con ánimo de decirte nada malo"

También le leía en voz alta los poemas y relatos que le escribía. Y en el silencio que seguía a la declamación, Martín sabía que a ella le gustaban. Porque casi toda su obra literaria era un canto a su mujer muerta. Las cosas que no le dijo en vida, encontraron en la poesía una forma tan hermosa, que rara era la vez que no le daban algún premio en algún sitio. Por otro lado, él buscaba siempre participar en certámenes lejos de su casa; en donde nadie le conociera. Aún no sabía por qué, pero le daba vergüenza que en su pueblo alguien se enterase de su vocación secreta, tan distinta a su trabajo.

Un buen día, su mujer le susurró al oído

"Te voy a dejar."

― Pero ¿Por qué? ― Respondió Martín en un susurro apenas moviendo los labios.

"Porque no avanzas sin mí. Te has estancado y eso no es bueno para ti."

― ¡Pero yo estoy cómodo así contigo...1

"Ya lo he decidido yo. Esta será la última vez que conversemos así. Las personas vivas deben estar con ellas mismas. Y las muertas, deben estar en su mundo. Además, debes reiniciar tu vida"

― En mi corazón ya no cabe nadie más ― replicó Martín defendiéndose. No sabía cómo convencerla. Ahora que había encontrado un equilibrio imaginario en su vida, notaba como todo se tambaleaba de nuevo. La maldita sensación de pérdida volvió de nuevo a la vida, cuando creía que ya la había vencido.

"Eso es mentira y tú lo sabes. En el corazón de un hombre caben muchas cosas. Puedes tener dentro del tuyo un sitio solo para mí. Y le puedes poner una puerta. Pero el resto de tu corazón, lo puedes dar a alguien más. 
Además, sólo en ocasiones, cuando te sientas solo, o triste, o simplemente cuando creas que sea necesario, puedes abrir esa puerta y entrar. Allí estaré yo, esperando para abrazarte..."

Martín se secó las lágrimas con el dorso de la mano. No sabía qué contestar, Siempre su mujer tenía más lógica que él en sus razonamientos. Una mujer del campo es, si cabe, más vehemente y más lógica que su propio marido.

" Y recuerda que quien hace esto es porque te quiere..."
  
La piedra por fin cedió y empezó a levantarse. Martín hizo palanca con el pico y la sacó del agujero. Se levantó y miró al cielo de color violeta. Después de estirarse con un rictus de dolor, la empujó haciéndola rodar con el pie hasta el margen de la linde al lado del camino.

Aún tenía tiempo de terminar un par de hileras más, antes de volver a casa. No le importaba que la noche le pillara en plena faena, porque en el fondo le encantaba trabajar bajo las estrellas, ahora que nadie le esperaba en su hogar. En secreto, sabía que probablemente la musa le hiciera una nueva "visita" aquella misma noche...





  Fin



EL ESCRITOR - CC by-nc-nd 4.0 - MANUEL VALENZUELA MARTÍNEZ

Comentarios

  1. Hola Manuel!!
    Siempre es un placer leerte de nuevo. Me ha emocionado " enormemente" este relato.
    Si el protagonista pudiera hablar, te agradeceria el buen trabajo realizado.Tu sensibilidad e imaginación muy presentes.
    Felicidades!!

    Aprovecho para agradecerte
    tu apoyo, en momentos que me han desbordado.
    Un beso.
    Un beso.

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  2. Me encantó,se nota que eres una persona muy sensible,y con un gran talento,enhorabuena

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