El Último Tren
















"El destino ¿Nos viene dado 
o nosotros lo forjamos?"


Capítulo 1



Teodoro se sentó en la vieja silla de su despacho en el último día antes de su jubilación, puso su gorra de jefe de estación sobre la mesa, y miró al reloj de la pared. Faltaban veinte minutos para el próximo tren.

Distraídamente pasó sus ojos por el mobiliario de la habitación en una especie de revista diaria: la mesita con la máquina de escribir Olivetti, el armario metálico del eterno color gris-oficina; y pegada a la pared, la mesa de despacho de madera negra a juego con el enorme teléfono de baquelita, y el mapa de líneas de ferrocarril... hizo una mueca de asentimiento cuando terminó la revisión de su mundo. Hoy sería el último día que vería esta escena. Teodoro Basculó la silla para estirar los pies en ángulo bajo la mesa, observando en silencio el tiempo pasar. Antes, tuvo un compañero con el que también mantuvo fructíferos silencios durante muchos años. Ambos se vieron envejecer el uno al otro entre idas y venidas de trenes; entre la fascinación de ver desconocidos viajando hacia el punto donde la vía se juntaba con el horizonte, para desaparecer ante sus ojos. En esta cadena de pensamientos, sus recuerdos comenzaron a desfilar frente a él...

La estación de Moreda está situada en una tierra de nadie entre las provincias de Jaén y Granada, en una explanada yerma al pie de Sierra Mágina que recoge los vientos que bajan de las montañas, dando temperaturas extremas en verano y en invierno. En particular, la proximidad de aquel otoño de 1989 se estaba anunciando con dureza en las rodillas de Teo, ante su resignación.

Al ser trazado en otros tiempos y morir en Granada, el ferrocarril no pudo competir con la autovía recién inaugurada. Por esto, la estación se fue quedando infrautilizada con el paso de los años, asemejándose a un islote en el tiempo, a una especie de parque temático del siglo pasado. Y en aquel curioso escenario trabajaba Teo, desde joven. La fascinación por los trenes le venía desde niño. Hijo de padre ferroviario, vivía con su familia al lado de la estación de Larva, en una pequeña hilera de casas con jardín para los trabajadores de Renfe. Al vivir lejos de los niños del pueblo, Teo suplía la escasez de amigos con una fértil imaginación que le hacía inventar mil juegos, como el que consistía en otear el fin de la vía para captar justo el momento en que la luz de la locomotora rompía en el horizonte. Tras el aviso por los altavoces, el pequeño Teo se sentaba en una piedra junto al andén, contando los segundos pasar en una espera que se le antojaba una eternidad...hasta que repentinamente, como un pequeño rayo, aparecía la tenue luz de la locomotora en la lejanía. Una vez más la profecía de los altavoces se había cumplido.

Un día tras uno de estos avisos, Teo tomó reparó en que había una palabra que no entendía, y corrió a preguntar a su padre, que estaba en su despacho.

Papá, ¿Qué es el destino?

Es el el lugar a donde el tren te lleva, si te montas en él...- contestó su padre mientras liaba un cigarro.

¿Y ese sitio cuál es?-Preguntaba el pequeño Teo lleno de curiosidad.

Bueno, Granada o a Almería, según la vía que cojas...

¿Y puede ir a Úbeda, donde vive la tía Paquita?

No hijo. Un tren no puede ir a cualquier sitio- El padre levantó la vista levemente del papel de liar que tenía en la mano y miró al suelo pensativo mientras hablaba.

¿Y por qué no?

Porque todo no puede ser en la vida- repuso sorprendido por el sentido de la propia contestación-. Solamente puede ir por donde vayan las vías- Su padre lo miró de reojo con disimulo,

¿Y entonces, el destino te lleva a donde él quiere?

Pues...te lleva a donde tiene que llevarte- Contestó su padre incómodo.
¿Y no lo puedo elegir yo?

Bueno...no sé, pregúntaselo al maestro mañana, que para eso está. Asunto acabado -El padre suspiró aliviado volviendo a su tarea-.

El niño no se quedó nada convencido con la contestación de su padre. De hecho, aquella duda nadie se la despejó jamás. Curiosamente todos aquellos a quienes preguntó con el paso de los años parecían entender la pregunta, pero sólo cuando iban a contestarle, caían en la cuenta de que ellos tampoco sabían la respuesta.

¿Por qué las cosas tenían que ser de una manera y no de otra? Esto preguntaba Teo de niño a sus padres. Y estos le respondían invariablemente "porque sí". Y él replicaba "¿Y por qué sí?". Inmediatamente le daban respuestas evasivas y le encargaban algún recado. Teo imaginaba que debieran de existir unos altavoces mágicos que le avisaran lo que iba a pasar, como los de la estación. Así, si un día el maestro caía enfermo, Teo lo sabría y al día siguiente él no iría a la escuela.

Luego pensó que, en lugar de saber lo que va a pasar, aún sería mejor el poder cambiar lo que va a pasar; cambiar el destino. Y no le pareció difícil, porque si él quería, podía ir a jugar al patio de su casa, o a ver a su vecino. Así que trazó un plan: aquel día, cuando iba a mitad de camino, cambió a propósito sus planes para "engañar al destino". Lo hizo un par de veces, pero como vio que no pasaba nada especial, pronto se olvidó de aquello.

Estos razonamientos que Teo tuvo en su infancia, se fueron complicando con los años -porque la edad lo complica todo-; llegando a la conclusión de que si el destino no estaba escrito, entonces dependía de las circunstancias del momento. Si eso era así, un niño que naciera en Calcuta no tendría las mismas oportunidades que otro que naciera en nueva York; estableciendo por tanto que nuestro futuro nos es marcado desde que nacemos.
Tampoco le convencieron años más tarde, los sermones de Don Blas, el párroco de Larva, en los que aseguraba que el destino estaba trazado para todos los hombres; pues como decía La Biblia, "escrito estaba que Jesucristo iba a nacer en Belén". Sin embargo, Teo lo veía contradecirse al domingo siguiente con otras soflamas igualmente vehementes, en los que decía que Dios hacía libre al hombre para elegir su destino entre el bien y el mal. Y así Teo llegó a la conclusión de que en la Biblia tampoco había una respuesta a esto, ya que en ella había citas para defender cualquier cosa y la contraria.

De modo que aquella disquisición filosófica sobre si el destino estaba prefijado de antemano, o bien era algo moldeable por el hombre, se convirtió para Teo en un dilema irresoluble, porque sólo cabía una respuestas posible. O era cierta una, o la otra. Como el choque inevitable de dos trenes que se enfrentan en la misma vía.


Por lo demás, la vida de Teo siguió cumpliendo etapas. Tras hacer el servicio militar en ferrocarriles, tuvo facilidades para quedarse como trabajador de la Renfe. Y así acabó en Moreda, cerca de su pueblo natal. Allí conoció a una chica y se casó, pasando los años en una felicidad que se mezclaba con la vida de los pueblos pequeños; con facilidad y fluidez y con la única pega de la ausencia de hijos mientras los días y los años pasaban volando...

Un buen día, Eufrasio, su compañero el guardagujas le comentó mirando al horizonte que iba a pedir una cita al médico, porque tenía una molestia en la espalda. Nada serio. Teo no reparó hasta unos meses después de su muerte, cuán cotidianas son las cosas realmente importantes.

Sin embargo había algo que a Teo le inquietaba. Esa misma tarde en que su compañero le confesó su dolor de espalda, mantuvieron una conversación que quedó interrumpida: Teo se dirigió a Eufrasio sin rodeos.

Eufra, ¿Nuestro destino está escrito? ¿O somos nosotros los dueños de nuestra vida?
Las dos cosas a la vez -respondió el otro sin pensárselo demasiado mientras apagaba su cigarro Coronas.

Teo se sintió molesto por la rotundidad con que le contestó su compañero, sabiendo las pocas entendederas que tenía. Pero por otro lado era la primera vez en su vida que alguien le había dado una respuesta tan concreta a su eterna cuestión.

¿Y cómo va a ser eso?—le preguntó con sequedad.

Luego te lo cuento, que el Talgo de Madrid lo tenemos encima.


A aquella conversación le siguió una lluvia torrencial que acabó con un enterramiento de las vías a diez kilómetros de la estación de Larva, junto con la coincidencia de un estacionamiento del Talgo en Moreda hasta las tres de la mañana. Comunicaciones con Granada y Jaén, informes, equipos de trabajo, peticiones urgentes de cuadrillas de operarios, atención a los pasajeros...finalmente los dos se fueron exhaustos a sus casas pasadas las seis de la mañana.

Teo se quedó aquel día sin saber la respuesta a su pregunta. Esperó impaciente a que Eufrasio viniera y continuase la explicación. Pero al día siguiente éste no fue a trabajar porque estaba de médicos. Y de ahí empalmó una baja por enfermedad con otra por jubilación. Tampoco volvió al pueblo, porque se fue a vivir con su única hija a la ciudad, que le cuidó de su enfermedad terminal hasta su muerte.

Capítulo 2




Un mes después que supo la verdad sobre el estado de salud de su compañero, Teo se montó en uno de los trenes que tanto contemplaba, con su mejor y único traje de tweed inglés pasado de moda. Tenía preocupación por su compañero, pero también tenía interés por terminar con Eufrasio aquella conversación interrumpida. Quería saber lo que para él era la gran pregunta de su vida, que si años antes parecía haber desaparecido de su mente, ahora había vuelto de nuevo con fuerza.

Durante su viaje en el vetusto tren, mientras veía pasar el paisaje Teo se preguntó por qué tenía tanto interés en aquella cuestión, reconociendo que siempre se hizo esa pregunta en su vida; pero disfrazada de mil modos distintos: ¿He aprovechado mi vida? ¿Tuve otras opciones realmente? ¿Y si el destino es implacable, soy culpable de mis actos?... ¿Y si es sólo exceso de tiempo para pensar?. El ferroviario comprendió que tenía envidia de Eufrasio; de su despreocupación con misterios filosóficos, porque para él no había ningún misterio: la vida era clara como el cristal.

También Teo observó la paradoja muchas veces ocurrida de que en los momentos en los que él tomó alguna decisión crucial en su vida, él habría jurado que lo hizo según los dictados de su corazón -que nunca le fallaban- con su total voluntad y sin coacción por ningún poder fatalista...y sin embargo, ahora que miraba su pasado desde los años que le daba su vejez, ya no lo tenía tan claro. Finalmente se rindió al sueño entre el traqueteo del tren y una facilidad cada vez mayor para dormirse en cualquier sitio.

Cuando Teo llegó al hospital se encontró con un Eufrasio unido a una máquina que le ayudaba a respirar, y la conversación se limitó a miradas y monosílabos. El hombre se sintió avergonzado ante su compañero al ver su grave estado. Estaba claro que aquel no era el momento para hablar de estas cosas. Al caer la tarde se despidió de Eufrasio con torpeza, y mientras salía del hospital Ruiz de Alda, supo que no lo volvería a ver.
Una vez en la calle se sintió incómodo en aquella ciudad enorme y extraña y fue al único lugar que le era familiar: la cafetería de la estación de Renfe. Allí esperó hasta el amanecer al tren que le devolvería a Moreda, en medio de una sensación de soledad y preocupación persistentes, no sólo por su amigo; sino también por él mismo. Él también era redundante y pasado de moda. Lo mismo que su traje.

La empresa de ferrocarriles no reemplazó el puesto de Eufrasio a su muerte, porque ya en aquel 1989, una estación de un pueblo pequeño con dos guardagujas era un despilfarro absurdo. El trabajo de ordenar el tráfico ferroviario ya se había comenzado a hacer de forma automática desde Granada; y además los ordenadores que vigilan el tráfico demostraron ser más seguros que el hombre. Unas pocas semanas tras el entierro de Eufrasio, Teo recibió una comunicación formal de su empresa en la que se detallaban los años cotizados, la subida de categoría, y una suculenta oferta de jubilación. Podía dejarlo todo con un buen sueldo, y con honores.

Teo se lo pensó un par de días, y como siempre en estos casos, tras una breve consulta a su corazón, finalmente resolvió aceptarla. Después de todo, ya hacía algún tiempo en que sentía una sensación cada vez más acuciante e intensa, de que tenía que hacer un cambio en su vida. Quizás el momento estaba acercándose, aunque no sabía muy bien qué cambio hacer ni cómo.

Por lo pronto, regaló su traje a la parroquia del pueblo. En aquel instante sintió que había hecho bien, porque su corazón así se lo dijo. Pero al día siguiente, tuvo el presentimiento de que ese sólo había sido el primer paso. Hacía falta seguir avanzando en esa dirección. ¿Pero qué hacer a continuación...?

Su corazón mostró esta vez el silencio por respuesta.


Así estaban las cosas aquel lunes de Septiembre; faltando menos de doce horas para el fin de su vida laboral. Teo madrugó más de la cuenta, Sólo porque quería saborear el último día de trabajo. Abrió su oficina, la ventiló y se sentó sin nada que hacer. Ni siquiera había trabajo para él. No había forma de echar fuera el olor a máquina de escribir y tabaco, tras tantos años entre compañeros fumadores -Él era el único que no fumaba-. Después, comprobó si había algún mensaje en los teletipos, buscando novedades en el tráfico ferroviario… El tren de Linares-Baeza a Granada tenía un retraso de 22 minutos. Bueno, no pasaba nada. Al fin y al cabo los estudiantes de selectividad del pueblo ya habían ido a hacerla hace unos días; de modo que aquel lunes nadie esperaría al tren aquella mañana. Salió del despacho a estirar un poco las piernas. En el andén vio una figura esperando de pie junto a la vía. Cuando él pensaba que nadie habría, mira por donde... Teo miró con curiosidad a la persona que estaba de espaldas. Era una chica joven. No cesaba de mirar hacia el punto del horizonte en el que la vía desaparecía. Teo sintió una enorme familiaridad al ver la misma curiosidad que él tenía de niño.
De repente Teo tuvo una corazonada. ¿Era eso, o sólo la coincidencia de ver a la chica oteando la vía? Teo siguió caminando, intentando ignorar la escena. Siguió avanzando con paso casual por la acera del andén, pasando por detrás de la desconocida. Pero cuando la dejó a sus espaldas, su corazón le "empujó" de nuevo. Teo volvió la cabeza por encima de su hombro, disimulando, para encontrarse fugazmente con los ojos de la muchacha, que también le estaban mirando. Sí, era una corazonada. No había duda. "Vale" -dirigió sus pensamientos hacia su interior, como si siguiera una conversación con él- "¿Y Ahora qué?"
Su corazón calló como siempre. Teo ya había estado en otras ocasiones en situaciones parecidas, en las que su intuición -o su corazón, que era lo mismo- le decía algo, enviándole un sordo mensaje de malestar o de excitación. Lo malo es que nunca le daba detalles de nada. Su mente no entendía a su corazón. La primera era racional y aparentemente más preparada para la vida mundana...pero su corazón tenía una extraña y exasperante virtud: nunca se equivocaba.
Teo se volvió lentamente y se dirigió hacia la chica, actuando como autoridad de la estación con su uniforme y su bigote blanco.

—Si está esperando el tren que va a Granada, viene con retraso. Unos veinte minutos.
La chica se volvió. Unos diecinueve años o dieciocho. Tenía media melena con el pelo marrón y unas gafas livianas. Llevaba unos vaqueros y un jersey con cazadora propios del frío de aquella mañana. Nada ostentosa, pero con una cierta gracia a la hora de vestirse. Tras aquel atuendo informal, se le adivinaba un cuerpo hermoso. Lo curioso es que no llevaba maleta. Tan solo un bolso de tela lleno de libros colgaba de su hombro.

Gracias.
Puede esperar si quiere en el bar de la estación. Como no hay demasiada gente a esta hora, yo la aviso...
Estoy bien aquí. Gracias.



Capítulo 3




Teo fue al bar de la estación mascullando en su pensamiento una reprimenda a su "niño interior" por haberle obligado a romper su timidez con una muchacha desconocida que, a todas luces no estaba haciendo nada distinto de lo que habrían hecho los miles de pasajeros que han pasado por la estación, y que no necesitaba ayuda. Lucas, el encargado del bar lo fregaba cada día por la mañana temprano para intentar en vano que se le fuera la mezcla de olores de café y de cerveza rancia de los bares viejos. Fregaba el suelo y preparaba los cafés con una lentitud desesperante debido a su cojera y a su avanzada edad. Aunque bien mirado, a una persona con prisa jamás se le ocurriría meterse en aquel antro. Le puso a Teo un descafeinado, como todos los días.

Mientras éste removía distraídamente el café con la cuchara, vio por el viejo espejo frente a la barra a la chica, que había entrado a sus espaldas. Ella hizo ademán de buscarse el monedero dentro del bolso de tela.

Mientras la miraba, Teo sintió otro impulso en su corazón. Su intuición le decía algo sobre aquella chica, ¿Pero qué? A aquella sensación de inquietud que tanto conocía, se le sumó una curiosidad acuciante. "Dios mío -pensó- va a creer que quiero algo con ella". El hombre tragó saliva y se preparó para que no se le notara la vergüenza, al mismo tiempo que se puso disimuladamente alerta, esperando alguna pista de los acontecimientos.

Señorita, ¿me permite que la invite en mi último día antes de jubilarme? Lucas, pon a la chica lo que pida. Ella se volvió azorada, y empezó a decir que no, pero Lucas ya le había acercado la taza, haciendo un ligero teatro y guiñándole un ojo.

Mira, a él lo conozco desde hace tiempo, y me lo ha dicho con un tono de orden, así que le he hecho más caso a él. ¿Solo o con leche? Ella se resignó y musitó "con leche". Desde los dos metros que le separaban de Teo, le habló.

Muchas Gracias otra vez. Y enhorabuena por su jubilación...

Va a gastar esa palabra de tanto decirla, mujer. En vez de eso, disfrute el café. Es otra forma de dar las gracias más original. Ella empezó a disolver los terrones de azúcar en el vaso.

¿Estudiante? Preguntó Teo rompiendo el hielo.
Bueno, en eso estoy -dijo ella con media sonrisa mientras miraba al café-. Voy a hacer la selectividad. Debería haberla hecho el año pasado...

¿Ah, sí?- La curiosidad de Teo se despertó. Un hombre viejo con mostacho blanco y uniforme tiene poderes especiales a la hora de conseguir que los demás le cuenten cosas. Y por una vez, él se aprovechó conscientemente de su condición.

 —...Pero el coche de mi novio se quedó tirado en la carretera. Perdí la ocasión -dijo ella mientras removía distraídamente el café con la cucharilla-
Pero hay otra convocatoria en Septiembre ¿no?

Es una historia larga- dijo ella.

Perdóneme -dijo Teo sonriendo- Son sus cosas; tiene razón. En ese punto ella dejó de mirar al vaso para mirarle a él. Le sonrió y bajó la mirada al vaso de nuevo. También ella sintió una anómala necesidad de sincerarse con un desconocido. Cogió su taza y su plato y se puso al lado de Teo.

El caso es que en el verano del año pasado, me salió un trabajo...ya sabe, de esos que una no busca, para unos pocos días, para mis gastos... Estuve de cajera en un supermercado. Pero al final debí de hacerlo muy bien, porque acabé de encargada. Así que estudié lo justo (sonrió mirando al suelo). El caso es que la dueña del supermercado se encariñó conmigo. Empecé trabajando un poco por probar, y al final, fue la dueña la que me quiso renovar el contrato.

Todo bien entonces. ¿No?
Sí...supongo que sí, Claro. Pero no saqué la suficiente nota en Septiembre para entrar en medicina y me sentí muy mal. Creo que me equivoqué al seguir trabajando. Le quité demasiado tiempo a los libros.

¿No te aconsejaron tus padres?
Teo empezó a tutearla inconscientemente.

Ellos...bueno, les molestó un poco al principio, pero se acostumbraron pronto a la idea de tenerme en casa, y trabajando. Además, vino bien aquello, porque con mi nómina pude firmar como avalista para un préstamo que mi hermano mayor pidió para abrir un bar en el pueblo...de modo que empalmé tras el suspenso de septiembre con el trabajo otra vez.

¿Y ahora?

Ahora, bueno; hace unos tres meses tomé la decisión. Le dije a Sonia, la dueña que me iba. Era el día 31 de Junio y acababa de cobrar. Le dije que me iba justo en aquel momento, porque si no lo hacía entonces, nunca iba a tener el valor suficiente para hacerlo. Siempre he querido estudiar medicina. Es mi sueño. Pero necesitaba dos meses para prepararme bien la selectividad en septiembre. 

Teo escuchaba en silencio junto a Lucas. Éste último había dejado de lavar los platos sin darse cuenta, y absorbía las palabras de la chica.

Y eso hiciste...lo de estudiar ¿verdad muchacha?-Se metió Lucas en la conversación-

Sí. Bueno, se hace lo que se puede. -con una sonrisa torcida volvió la cabeza hacia él- Los libros nunca se me dieron mal del todo. Mi media de COU es de notable alto.
Teo cayó en la cuenta de quién era la muchacha. En el pueblo alguien vagamente le había hablado de "la hija de la Paula"; una muchacha que era un lince en los estudios, pero que los había dejado y se había puesto a trabajar. Sí. Debía de ser ella.

¿Y dónde está el problema entonces? Preguntó, sospechando Teo.

La semana pasada a mi padre le dió un infarto. Coincidió con las fechas de la selectividad. De modo que llevé a mi padre al hospital, y cuando todo se arregló, bueno...tampoco llegué a tiempo esta vez a los exámenes.

Vaya por Dios, ...¡Qué mala suerte!—Dijo Teo chasqueando la lengua y moviendo la cabeza.

Gracias por el interés- La chica miró a Teo a los ojos y sonrió. Sí que era guapa, tenía unos ojos color miel, que hacían juego con algunas pecas en la nariz. La verdad es que las gafas despistaban un poco.- De todos modos solicité una convocatoria de gracia al tribunal, alegando lo de mi padre, y me concedieron examinarme aparte hoy. Todos se portaron muy bien conmigo.

...El caso - ella siguió hablando-es que yo también estaba un poco baja de moral, y hace dos días, mi antiguo novio me pidió volver, y empezar a trabajar los dos para ahorrar dinero y casarnos dentro de unos meses. Incluso Sonia me ofreció de nuevo mi trabajo como encargada. Y hasta a mis padres y a mi hermano no les pareció mal...además, un noviazgo se lleva mal en la distancia...Así que hace unos cinco días me planteé no presentarme a la selectividad y dejar lo de los libros para siempre.

Teo gruñó con un matiz indistinguible entre admiración y decepción. Según parecía contar aquella chica desconocida,las cosas que ella quería aparentemente se le alejaban, y como en un extraño complot, otras cosas distintas se le presentaban de frente.
¿Tiene tu novio miedo de perderte? El silencio de ella ante la pregunta de Teo confirmó a él y a su amigo el blanco directo. Lucas le miró arqueando la ceja, desaprobándolo por su osadía. Pero al mismo tiempo, coincidiendo con él.

Él no tiene culpa en esto. Quizás yo fui dejando para después una cuestión muy importante en nosotros. Quizás tampoco supe hasta qué punto quería lo que quería...—la muchacha removía lentamente el café con la cucharilla mientras le hablaba a la taza-... Podría decir muchas excusas, como la del miedo al compromiso, o algo así. Pero la primera culpable fui yo. No fui clara en expresar mis deseos. Quizás escuché a todo el mundo antes que a mi corazón...

Esta vez fue Teo quien se quedó completamente en silencio; y en estado de alerta creciente por el rumbo que estaba tomando la conversación.

...Pero cuando anoche me despedí de mi novio y regresé a mi casa, ví los libros en mi cama, supe lo que realmente era mi mundo. Sí. Ahora lo sé... La chica hablaba, no para ellos, sino para sí misma. Teo sabía mucho de ello porque su corazón también le había ayudado a tomar sus grandes decisiones en su vida, al igual que el de aquella chica. Tanto él como Lucas estaban ensimismados oyéndola. —...Esta noche no he podido dormir. No estoy segura de querer para siempre esta vida que llevo. Esta noche lo he pensado, y quiero presentarme. Necesito hacerlo para poder respetarme a mí misma el resto de mi vida. No me importa que los demás no lo vean. Lo decidí anoche. Me he levantado y me he venido con los folios y con lo puesto andando.

¿Andando desde Moreda? —Sí- dijo ella levantando la vista y sosteniendo la mirada a Teo, confirmando a los dos ancianos con su mirada los dos kilómetros andados a pie al amanecer sola por la carretera.

Pero ¿Tus padres lo saben?

Mi madre sí. Me he despedido de ella al salir. Mi padre se enterará cuando salga del hospital esta tarde.

¿Y tu novio?

Aún no. He preferido dejarlo para luego, porque tengo miedo de que me convenza. Cuando termine los exámenes y vuelva se lo diré. De todos modos, yo pienso que el amor de verdad nunca perjudica los sueños de la otra parte... 

Teo y Lucas se miraron, mientras ella seguía hablando. No pudieron evitar sentir la fragilidad del destino de la chica por unos momentos. Si ellos fueran jóvenes otra vez...-la cantinela de los viejos -intentarían mil cosas sin miedo a fracasar, porque finalmente aprendieron que el fracaso ni es el fin ni es el infierno. El infierno viene después, con los remordimientos por no haberlo intentado. Y a ese sí hay que temer.
Acaba tu café, hija. Y prepárate, no vayas a perder tu último tren.




Capítulo 4



Teo y la muchacha se despidieron de Lucas y salieron al exterior, mientras el primero maquinaba sobre por qué su intuición le había hecho entablar la conversación con ella. Y mientras, la megafonía de la estación avisó de la inminente llegada del rápido con destino Granada. La muchacha se paró en seco en la puerta, buscando algo en su mochila. Y empezó a buscar con desesperación creciente. Sacó libros, un neceser, ropa doblada.
No encuentro mi monedero.

Teo frunció el ceño, preocupado. Lucas, desde detrás de la barra miró preocupado a la muchacha mientras se secaba las manos con un trapo.

¿Has mirado bien, hija? -le inquirió Teo-
Eso hago. Dios mío, quizá con las prisas...no sé si lo eché en la mochila antes de irme. La voz de ella adquirió un tinte de creciente tensión.

¡...Que como no lo encuentre, no tengo dinero para comprar el billete, Dios mío...!
Teo se sintió afectado por la historia de aquella muchacha. Un pensamiento le salió sólo: "Parece como si todo el mundo conspirase contra ella". Y entonces se dio cuenta de que estaba presenciando uno de los momentos más críticos de la vida de una persona. ¡Este momento crítico constituía el laboratorio perfecto para conocer cuál era la respuesta a "su pregunta"! Ante una situación como ésta, podían ocurrir dos resultados contrapuestos: O ganaba la chica y cumplía sus deseos de salir al mundo, o ganaba la carta del destino. Ese ente odiado por Teo, porque es el nombre que se le da a lo que en nuestra vida tenemos, y que no hemos elegido.

El hombre se dio cuenta de que aquí podía encontrar la respuesta a su eterna pregunta. Tan sólo tenía que adoptar una actitud de observador como la del naturalista anglosajón de los documentales de National Geographic. Debía de ser fríamente implacable y, ocurriese lo que ocurriese, no intervenir. Así tendría una prueba de primera mano. ¡Por fin iba a pillar a Dios trabajando... !

Al ser consciente de la idea de ser un testigo privilegiado, su corazón empezó a latir con fuerza. Teo sintió cómo la emoción le poseía, y empezó a vivir con intensidad los segundos del reloj que transcurrían, mientras se oía el pitido del tren que se acercaba. Se pararía durante dos minutos escasos, porque ya tenía mucho retraso acumulado.

¡Dios! Otra vez no...—La chica dejó de buscar en la mochila mientras levantaba la cabeza con los ojos fuertemente cerrados, para controlar la desesperación que la iba embargando. A pesar de su imparcialidad, Teo la miraba y sufría por dentro.

Teo le sostuvo la mochila haciendo ademán de ayudarla a buscar las llaves, pero recordó su promesa de no intervenir. Para desviar la atención de aquello simuló fijarse en la bolsa.
El faro de la locomotora se hizo visible en el horizonte, con lentitud aparente hacia el trozo de andén donde estaban los dos. La muchacha comenzó a aceptar con dolor la realidad de que, con la despedida a su madre, con las explicaciones, con el abrazo de despedida que ambas se dieron; simplemente no llegó a meter su monedero en la mochila.

Los dos sabían que podía montarse en el tren sin billete, pero cuando el revisor la descubriera, la bajaría en la siguiente estación. No llegaría a Granada para hacer el examen. Últimamente los reglamentos eran terriblemente estrictos debido a la picaresca reinante del momento. Únicamente dando castigos ejemplares se podía combatir aquella lacra; y todo el personal de Renfe estaba avisado sobre el grado de tolerancia que había que tener: cero. También Teo podría echar mano a su billetera y pagarle el viaje... Pero entonces intervendría en los hechos, y él se quedaría sin una respuesta objetiva a su cuestión.

El jefe de estación se estaba sintiendo nervioso también por momentos. Su corazón le latía deprisa mientras miraba cómo la joven desconocida se consumía en la desesperación. Pero para saber el desenlace final, debía de no intervenir, pasara lo que pasara. Sin embargo, Teo se preguntó por qué su corazón le latía tan deprisa.
El tren emitió un pitido ahora mucho más sonoro. Ya era visible. Y aunque parecía lento, Teo sabía que el viento los echaría hacia atrás por la velocidad. No había tiempo ya para decidir nada. Se diría que las cartas estaban echadas, pensó.

¿No hay otra posibilidad de presentarse, hija? Tal vez puedas explicar esto ante el tribunal; no sé...

¿...Que no me presenté porque me olvidé el dinero del billete del tren? —respondió ella con voz queda- La excusa tenía muy mala pinta. Jamás colaría algo así.


El tren pasó delante de ellos con violencia, estruendo y viento. Finalmente se paró mientras entre el ruido se avisaba por la megafonía automática de la estación que la parada duraría dos minutos solamente. Una puerta de un vagón se abrió automáticamente con un soplido frene a ellos, dejando a la vista el interior.

El ferroviario se volvió para decirle algo en mitad del estruendo de los motores Diesel, cuando se fijó en sus ojos brillantes tras las gafas. Ella estaba fija mirando la puerta del vagón abierta mientras se pasaba nerviosa las dos manos por su pelo. Teo notó la emoción. Había algo que estaba fallando en su plan. Su corazón latía angustiado, comunicándole una sensación de apremio que él mismo no sabía muy bien interpretar.

Teo levantó la vista al cielo gris esperando algo que no sabía qué era.
La sensación de malestar que sentía, le hacía preguntarse una y otra vez dónde estaba el fallo, pero la única respuesta que obtenía era el silencio. Mala cosa, -pensó Teo- porque con ese tipo de urgencias su corazón nunca contestaba. Además, el hombre cayó en la cuenta de que nunca le había preguntado a su corazón para decidir en nombre de otra persona. Una vez más, se formuló la pregunta dirigiéndola hacia su interior "¿Estaba todo bien?". Por fin le vino un pensamiento que venía a ser algo así como "La pregunta no está bien formulada"

"Pero ¿por qué?" se preguntó él, cerrando los ojos un momento. "El plan es correcto...¿O no?". Su corazón respondió con una sensación de desagrado y vacío, que Teo entendió como un "no", que resonó en el interior del ferroviario como un clarín de guerra. —"Yo no estoy cambiando su destino" Pensó Teo intentando justificarse mientras miraba al horizonte. —"Lo estás haciendo ahora mismo". La respuesta fulminante dejó a Teo estupefacto, porque un torrente de lucidez inundó su mente en un instante.

La chica, ajena a las aventuras en segundo plano que tenía el jefe de estación reparó en que Teo estaba inmóvil, idiotizado mirando al infinito. Giró lentamente sobre sí misma, buscando un milagro mientras miraba nerviosa a todos lados. Reprimió un sollozo mientras miraba a todas partes sin saber qué hacer, sabiendo que faltaban segundos para que sus sueños se perdieran para siempre.
Finalmente tragó saliva y se dispuso a recibir el golpe. Se volvió a Teo y esperó a que éste bajara el banderín que tenía en la mano para ofrecerle la suya, con lágrimas en la cara. Debía volver a su vida de siempre, que por lo visto era la suya. Al menos lo intentó...

Gracias de todos modos. Lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible... -dijo con voz quebrada, encogiendo los hombros mientras forzaba una sonrisa para disimular su dolor- Tengo que volver a al pueblo...

Teo cogió su mano bruscamente, y tiró de ella, empujándola al interior del vagón. Acto seguido corrió a por la mochila, y se la tiró dentro en una volea, justo antes de que la puerta neumática se cerrara. Eva se asomó por la ventana, sin entender nada al principio. Teo le dijo por señas que no se preocupara. Porque nadie le pediría el billete.

La chica casi perdió el equilibrio por la fuerte aceleración del tren que iba con retraso; Se asomó a la ventana y gritó mientras el andén se movía hacia atrás —¡me llamo Eva!, y un minuto después, en un susurro musitó "gracias" . Teo era una figura menguante en el paisaje que al minuto dejó de verse. Todavía confundida, pero feliz con el corazón latiéndole deprisa; entró en el pasillo del vagón, buscó un asiento libre y se acomodó en él, apoyando la cabeza junto a la ventanilla. Inmediatamente se incorporó como un resorte al caer en una cuestión "¿Esto está ocurriendo de verdad?".

Con mucho disimulo miró a un lado y a otro mientras discretamente se pellizcaba el dorso de la mano. Una sonrisa feliz iluminó su rostro al sentir dolor, y acomodó de nuevo su cabeza mientras veía cómo el paisaje se aceleraba. Se prometió a sí misma abrazar a aquel hombre en cuanto volviera. Al cabo de unos minutos miró su reloj y sacó unos folios para repasar, aunque ahora sabía que todo iría bien. No sabía exactamente cómo de bien; pero ya no le importaba. Estaba montada en Su Tren. Lo sabía. Tenía el presentimiento de que el revisor no la echaría del tren en la próxima estación. No sabía por qué, pero tenía esa certeza...

Efectivamente, Buitrago, el revisor del tren se había quedado en tierra. Lucas le había hecho señas para que entrase en la cafetería, alejándose del tren. Una vez que lo vio entrar, Teo levantó el banderín ordenando la salida, la cual cumplió el maquinista de modo diligente para compensar el retraso. Un error frecuente que ocurre al dar vía libre al tren, sin haber comprobado dónde está su revisor. No habitual, pero perfectamente posible.

Capítulo 5



Cuando Buitrago se dio cuenta de lo ocurrido, a punto estuvo de matar a aquellos dos viejos chochos, aunque en el último minuto tuvo lástima por ellos. "Hay que ser comprensivo -se dijo para sí- con los idiotas".

Lo cierto es que a Lucas se le ocurrió hablar en el último momento con el nuevo revisor sobre el asunto de la porra semanal que su antecesor tenía con él. Esta casualidad fué aprovechada por Teo, en cuanto el revisor se metió en la cantina. Cuando vieron las consecuencias, los dos viejos se miraron evitando reírse. Había que seguir con la farsa; y tras disculparse, le invitaron a unas cuantas rondas gratis de cerveza mientras esperaba al siguiente tren para Granada. Esto, unido a una conversación intrascendente, le impidió al otro pensar demasiado. Al cabo de dos días, nadie recordaría el incidente. Estos errores son frecuentes en las estaciones antiguas.

Una vez que el Buitrago se fue en el siguiente tren, Teo vio alejarse el tren. Y mientras, su cerebro repasaba todos los acontecimientos; hasta que su rostro se iluminó con una sonrisa. Ya tenía la respuesta.

A la pregunta de si el destino lo creamos nosotros o nos viene dado, Eufrasio tenía razón. Son las dos cosas a la vez. Primero la chica formuló su deseo de viajar, con su hermosa determinación. Y después, en una segunda parte, procedió esa cosa invisible y poderosa que todos llamamos Destino, de acuerdo con sus deseos. Sólo hay una forma en que dos trenes opuestos no choquen en la misma vía: no circulando a la vez. Primero uno y después, el otro.

Teo lo supo cuando a través de sus presentimientos, él se implicó en la historia de ella. Pensó que no estaba afectando a su futuro, pero no era cierto. Sus pensamientos, sus dudas...todos ellos fueron tenidos ya de antemano en cuenta por el Universo. También recordó que Lucas entró en la escena entreteniendo al revisor para que perdiera el tren, al mismo tiempo que a que a Teo se le ocurriera la idea rápida de ordenar la partida del tren -¿Y cómo se coordinaron los dos, con lo complicado que es Lucas para hacer lo que se le pide, que es el peor camarero del mundo?- Demasiadas ocurrencias en demasiado poco tiempo.

El caso es que en dos minutos escasos, la chica había cambiado totalmente su futuro al pasar en su vida de una vía muerta a otra que se perdía en el horizonte. Y todo ello bajo una aparente casualidad...

"Tenías razón, viejo cabrón" Dijo a un Eufrasio invisible mientras miraba a las vías vacías por donde la muchacha partió en su tren.


FIN
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"No se puede ser el observador de un evento, sin alterar el evento observado" -Principio de incertidumbre de Heisenberg-
"Los dioses siempre nos aparean según nuestros deseos"
-Homero-

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