El Último Tren
"El destino ¿Nos viene dado
o nosotros lo forjamos?"
o nosotros lo forjamos?"
Capítulo 1
Teodoro se sentó en la vieja silla de su
despacho en el último día antes de su jubilación, puso su gorra de
jefe de estación sobre la mesa, y miró al reloj de la pared.
Faltaban veinte minutos para el próximo tren.
Distraídamente
pasó sus ojos por el mobiliario de la habitación en una especie de
revista diaria: la mesita con la máquina de escribir Olivetti, el
armario metálico del eterno color gris-oficina; y pegada a la pared,
la mesa de despacho de madera negra a juego con el enorme teléfono
de baquelita, y el mapa de líneas de ferrocarril... hizo una mueca
de asentimiento cuando terminó la revisión de su mundo. Hoy sería
el último día que vería esta escena. Teodoro Basculó la silla
para estirar los pies en ángulo bajo la mesa, observando en silencio
el tiempo pasar. Antes, tuvo un compañero con el que también
mantuvo fructíferos silencios durante muchos años. Ambos se vieron
envejecer el uno al otro entre idas y venidas de trenes; entre la
fascinación de ver desconocidos viajando hacia el punto donde la vía
se juntaba con el horizonte, para desaparecer ante sus ojos. En esta
cadena de pensamientos, sus recuerdos comenzaron a desfilar frente a
él...
La
estación de Moreda está situada en una tierra de nadie entre las
provincias de Jaén y Granada, en una explanada yerma al pie de
Sierra Mágina que recoge los vientos que bajan de las montañas,
dando temperaturas extremas en verano y en invierno. En particular,
la proximidad de aquel otoño de 1989 se estaba anunciando con dureza
en las rodillas de Teo, ante su resignación.
Al
ser trazado en otros tiempos y morir en Granada, el ferrocarril no
pudo competir con la autovía recién inaugurada. Por esto, la
estación se fue quedando infrautilizada con el paso de los años,
asemejándose a un islote en el tiempo, a una especie de parque
temático del siglo pasado. Y en aquel curioso escenario trabajaba
Teo, desde joven. La fascinación por los trenes le venía desde
niño. Hijo de padre ferroviario, vivía con su familia al lado de la
estación de Larva, en una pequeña hilera de casas con jardín para
los trabajadores de Renfe. Al vivir lejos de los niños del pueblo,
Teo suplía la escasez de amigos con una fértil imaginación que le
hacía inventar mil juegos, como el que consistía en otear el fin de
la vía para captar justo el momento en que la luz de la locomotora
rompía en el horizonte. Tras el aviso por los altavoces, el pequeño
Teo se sentaba en una piedra junto al andén, contando los segundos
pasar en una espera que se le antojaba una eternidad...hasta que
repentinamente, como un pequeño rayo, aparecía la tenue luz de la
locomotora en la lejanía. Una vez más la profecía de los altavoces
se había cumplido.
Un
día tras uno de estos avisos, Teo tomó reparó en que había una
palabra que no entendía, y corrió a preguntar a su padre, que
estaba en su despacho.
—Papá, ¿Qué es el destino?
—Es el el lugar a donde el tren te lleva, si te
montas en él...- contestó su padre mientras liaba un cigarro.
— ¿Y ese sitio cuál es?-Preguntaba el pequeño
Teo lleno de curiosidad.
— Bueno, Granada o a Almería, según la vía
que cojas...
— ¿Y puede ir a Úbeda, donde vive la tía
Paquita?
— No hijo. Un tren no puede ir a cualquier
sitio- El padre levantó la vista levemente del papel de liar que
tenía en la mano y miró al suelo pensativo mientras hablaba.
—¿Y por qué no?
— Porque todo no puede ser en la vida- repuso
sorprendido por el sentido de la propia contestación-. Solamente
puede ir por donde vayan las vías- Su padre lo miró de reojo con
disimulo,
—¿Y entonces, el destino te lleva a donde él
quiere?
—Pues...te lleva a donde tiene que llevarte-
Contestó su padre incómodo.
—¿Y no lo puedo elegir yo?
—Bueno...no sé, pregúntaselo al maestro
mañana, que para eso está. Asunto acabado -El padre suspiró
aliviado volviendo a su tarea-.
El niño no se quedó nada convencido con la
contestación de su padre. De hecho, aquella duda nadie se la despejó
jamás. Curiosamente todos aquellos a quienes preguntó con el paso
de los años parecían entender la pregunta, pero sólo cuando iban a
contestarle, caían en la cuenta de que ellos tampoco sabían la
respuesta.
¿Por
qué las cosas tenían que ser de una manera y no de otra? Esto
preguntaba Teo de niño a sus padres. Y estos le respondían
invariablemente "porque sí". Y él replicaba "¿Y por
qué sí?". Inmediatamente le daban respuestas evasivas y le
encargaban algún recado. Teo imaginaba que debieran de existir unos
altavoces mágicos que le avisaran lo que iba a pasar, como los de la
estación. Así, si un día el maestro caía enfermo, Teo lo sabría
y al día siguiente él no iría a la escuela.
Luego
pensó que, en lugar de saber lo que va a pasar, aún sería mejor el
poder cambiar lo que va a pasar; cambiar el destino. Y no le pareció
difícil, porque si él quería, podía ir a jugar al patio de su
casa, o a ver a su vecino. Así que trazó un plan: aquel día,
cuando iba a mitad de camino, cambió a propósito sus planes para
"engañar al destino". Lo hizo un par de veces, pero como
vio que no pasaba nada especial, pronto se olvidó de aquello.
Estos
razonamientos que Teo tuvo en su infancia, se fueron complicando con
los años -porque la edad lo complica todo-; llegando a la conclusión
de que si el destino no estaba escrito, entonces dependía de las
circunstancias del momento. Si eso era así, un niño que naciera en
Calcuta no tendría las mismas oportunidades que otro que naciera en
nueva York; estableciendo por tanto que nuestro futuro nos es marcado
desde que nacemos.
Tampoco
le convencieron años más tarde, los sermones de Don Blas, el
párroco de Larva, en los que aseguraba que el destino estaba trazado
para todos los hombres; pues como decía La Biblia, "escrito
estaba que Jesucristo iba a nacer en Belén". Sin embargo, Teo
lo veía contradecirse al domingo siguiente con otras soflamas
igualmente vehementes, en los que decía que Dios hacía libre al
hombre para elegir su destino entre el bien y el mal. Y así Teo
llegó a la conclusión de que en la Biblia tampoco había una
respuesta a esto, ya que en ella había citas para defender cualquier
cosa y la contraria.
De modo que aquella disquisición filosófica sobre si el destino estaba prefijado de antemano, o bien era algo moldeable por el hombre, se convirtió para Teo en un dilema irresoluble, porque sólo cabía una respuestas posible. O era cierta una, o la otra. Como el choque inevitable de dos trenes que se enfrentan en la misma vía.
Por
lo demás, la vida de Teo siguió cumpliendo etapas. Tras hacer el
servicio militar en ferrocarriles, tuvo facilidades para quedarse
como trabajador de la Renfe. Y así acabó en Moreda, cerca de su
pueblo natal. Allí conoció a una chica y se casó, pasando los años
en una felicidad que se mezclaba con la vida de los pueblos pequeños;
con facilidad y fluidez y con la única pega de la ausencia de hijos
mientras los días y los años pasaban volando...
Un
buen día, Eufrasio, su compañero el guardagujas le comentó mirando
al horizonte que iba a pedir una cita al médico, porque tenía una
molestia en la espalda. Nada serio. Teo no reparó hasta unos meses
después de su muerte, cuán cotidianas son las cosas realmente
importantes.
Sin
embargo había algo que a Teo le inquietaba. Esa misma tarde en que
su compañero le confesó su dolor de espalda, mantuvieron una
conversación que quedó interrumpida: Teo se dirigió a Eufrasio sin
rodeos.
—Eufra,
¿Nuestro destino está escrito? ¿O somos nosotros los dueños de
nuestra vida?
—Las
dos cosas a la vez -respondió el otro sin pensárselo demasiado
mientras apagaba su cigarro Coronas.
Teo
se sintió molesto por la rotundidad con que le contestó su
compañero, sabiendo las pocas entendederas que tenía. Pero por otro
lado era la primera vez en su vida que alguien le había dado una
respuesta tan concreta a su eterna cuestión.
—¿Y
cómo va a ser eso?—le preguntó con sequedad.
—Luego
te lo cuento, que el Talgo de Madrid lo tenemos encima.
A
aquella conversación le siguió una lluvia torrencial que acabó con
un enterramiento de las vías a diez kilómetros de la estación de
Larva, junto con la coincidencia de un estacionamiento del Talgo en
Moreda hasta las tres de la mañana. Comunicaciones con Granada y
Jaén, informes, equipos de trabajo, peticiones urgentes de
cuadrillas de operarios, atención a los pasajeros...finalmente los
dos se fueron exhaustos a sus casas pasadas las seis de la mañana.
Teo
se quedó aquel día sin saber la respuesta a su pregunta. Esperó
impaciente a que Eufrasio viniera y continuase la explicación. Pero
al día siguiente éste no fue a trabajar porque estaba de médicos.
Y de ahí empalmó una baja por enfermedad con otra por jubilación.
Tampoco volvió al pueblo, porque se fue a vivir con su única hija a
la ciudad, que le cuidó de su enfermedad terminal hasta su muerte.
Capítulo 2
Un mes después que supo la verdad sobre el
estado de salud de su compañero, Teo se montó en uno de los trenes
que tanto contemplaba, con su mejor y único traje de tweed inglés
pasado de moda. Tenía preocupación por su compañero, pero también
tenía interés por terminar con Eufrasio aquella conversación
interrumpida. Quería saber lo que para él era la gran pregunta de
su vida, que si años antes parecía haber desaparecido de su mente,
ahora había vuelto de nuevo con fuerza.
Durante
su viaje en el vetusto tren, mientras veía pasar el paisaje Teo se
preguntó por qué tenía tanto interés en aquella cuestión,
reconociendo que siempre se hizo esa pregunta en su vida; pero
disfrazada de mil modos distintos: ¿He aprovechado mi vida? ¿Tuve
otras opciones realmente? ¿Y si el destino es implacable, soy
culpable de mis actos?... ¿Y si es sólo exceso de tiempo para
pensar?. El ferroviario comprendió que tenía envidia de Eufrasio;
de su despreocupación con misterios filosóficos, porque para él no
había ningún misterio: la vida era clara como el cristal.
También
Teo observó la paradoja muchas veces ocurrida de que en los momentos
en los que él tomó alguna decisión crucial en su vida, él habría
jurado que lo hizo según los dictados de su corazón -que nunca le
fallaban- con su total voluntad y sin coacción por ningún poder
fatalista...y sin embargo, ahora que miraba su pasado desde los años
que le daba su vejez, ya no lo tenía tan claro. Finalmente se rindió
al sueño entre el traqueteo del tren y una facilidad cada vez mayor
para dormirse en cualquier sitio.
Cuando
Teo llegó al hospital se encontró con un Eufrasio unido a una
máquina que le ayudaba a respirar, y la conversación se limitó a
miradas y monosílabos. El hombre se sintió avergonzado ante su
compañero al ver su grave estado. Estaba claro que aquel no era el
momento para hablar de estas cosas. Al caer la tarde se despidió de
Eufrasio con torpeza, y mientras salía del hospital Ruiz de Alda,
supo que no lo volvería a ver.
Una
vez en la calle se sintió incómodo en aquella ciudad enorme y
extraña y fue al único lugar que le era familiar: la cafetería de
la estación de Renfe. Allí esperó hasta el amanecer al tren que le
devolvería a Moreda, en medio de una sensación de soledad y
preocupación persistentes, no sólo por su amigo; sino también por
él mismo. Él también era redundante y pasado de moda. Lo mismo que
su traje.
La
empresa de ferrocarriles no reemplazó el puesto de Eufrasio a su
muerte, porque ya en aquel 1989, una estación de un pueblo pequeño
con dos guardagujas era un despilfarro absurdo. El trabajo de ordenar
el tráfico ferroviario ya se había comenzado a hacer de forma
automática desde Granada; y además los ordenadores que vigilan el
tráfico demostraron ser más seguros que el hombre. Unas pocas
semanas tras el entierro de Eufrasio, Teo recibió una comunicación
formal de su empresa en la que se detallaban los años cotizados, la
subida de categoría, y una suculenta oferta de jubilación. Podía
dejarlo todo con un buen sueldo, y con honores.
Teo
se lo pensó un par de días, y como siempre en estos casos, tras una
breve consulta a su corazón, finalmente resolvió aceptarla. Después
de todo, ya hacía algún tiempo en que sentía una sensación cada
vez más acuciante e intensa, de que tenía que hacer un cambio en su
vida. Quizás el momento estaba acercándose, aunque no sabía muy
bien qué cambio hacer ni cómo.
Por
lo pronto, regaló su traje a la parroquia del pueblo. En aquel
instante sintió que había hecho bien, porque su corazón así se lo
dijo. Pero al día siguiente, tuvo el presentimiento de que ese sólo
había sido el primer paso. Hacía falta seguir avanzando en esa
dirección. ¿Pero qué hacer a continuación...?
Su
corazón mostró esta vez el silencio por respuesta.
Así
estaban las cosas aquel lunes de Septiembre; faltando menos de doce
horas para el fin de su vida laboral. Teo madrugó más de la cuenta,
Sólo porque quería saborear el último día de trabajo. Abrió su
oficina, la ventiló y se sentó sin nada que hacer. Ni siquiera
había trabajo para él. No había forma de echar fuera el olor a
máquina de escribir y tabaco, tras tantos años entre compañeros
fumadores -Él era el único que no fumaba-. Después, comprobó si
había algún mensaje en los teletipos, buscando novedades en el
tráfico ferroviario… El tren de Linares-Baeza a Granada tenía un
retraso de 22 minutos. Bueno, no pasaba nada. Al fin y al cabo los
estudiantes de selectividad del pueblo ya habían ido a hacerla hace
unos días; de modo que aquel lunes nadie esperaría al tren aquella
mañana. Salió del despacho a estirar un poco las piernas. En el
andén vio una figura esperando de pie junto a la vía. Cuando él
pensaba que nadie habría, mira por donde... Teo miró con curiosidad
a la persona que estaba de espaldas. Era una chica joven. No cesaba
de mirar hacia el punto del horizonte en el que la vía desaparecía.
Teo sintió una enorme familiaridad al ver la misma curiosidad que él
tenía de niño.
De
repente Teo tuvo una corazonada. ¿Era eso, o sólo la coincidencia
de ver a la chica oteando la vía? Teo siguió caminando, intentando
ignorar la escena. Siguió avanzando con paso casual por la acera del
andén, pasando por detrás de la desconocida. Pero cuando la dejó a
sus espaldas, su corazón le "empujó" de nuevo. Teo volvió
la cabeza por encima de su hombro, disimulando, para encontrarse
fugazmente con los ojos de la muchacha, que también le estaban
mirando. Sí, era una corazonada. No había duda. "Vale"
-dirigió sus pensamientos hacia su interior, como si siguiera una
conversación con él- "¿Y Ahora qué?"
Su
corazón calló como siempre. Teo ya había estado en otras ocasiones
en situaciones parecidas, en las que su intuición -o su corazón,
que era lo mismo- le decía algo, enviándole un sordo mensaje de
malestar o de excitación. Lo malo es que nunca le daba detalles de
nada. Su mente no entendía a su corazón. La primera era racional y
aparentemente más preparada para la vida mundana...pero su corazón
tenía una extraña y exasperante virtud: nunca se equivocaba.
Teo
se volvió lentamente y se dirigió hacia la chica, actuando como
autoridad de la estación con su uniforme y su bigote blanco.
—Si está
esperando el tren que va a Granada, viene con retraso. Unos veinte
minutos.
La chica se volvió.
Unos diecinueve años o dieciocho. Tenía media melena con el pelo
marrón y unas gafas livianas. Llevaba unos vaqueros y un jersey con
cazadora propios del frío de aquella mañana. Nada ostentosa, pero
con una cierta gracia a la hora de vestirse. Tras aquel atuendo
informal, se le adivinaba un cuerpo hermoso. Lo curioso es que no
llevaba maleta. Tan solo un bolso de tela lleno de libros colgaba de
su hombro.
—Gracias.
—Puede esperar si
quiere en el bar de la estación. Como no hay demasiada gente a esta
hora, yo la aviso...
—Estoy bien aquí.
Gracias.
Capítulo 3
Teo fue al bar de la estación mascullando en su
pensamiento una reprimenda a su "niño interior" por
haberle obligado a romper su timidez con una muchacha desconocida
que, a todas luces no estaba haciendo nada distinto de lo que habrían
hecho los miles de pasajeros que han pasado por la estación, y que
no necesitaba ayuda. Lucas, el encargado del bar lo fregaba cada día
por la mañana temprano para intentar en vano que se le fuera la
mezcla de olores de café y de cerveza rancia de los bares viejos.
Fregaba el suelo y preparaba los cafés con una lentitud desesperante
debido a su cojera y a su avanzada edad. Aunque bien mirado, a una
persona con prisa jamás se le ocurriría meterse en aquel antro. Le
puso a Teo un descafeinado, como todos los días.
Mientras éste removía distraídamente el café
con la cuchara, vio por el viejo espejo frente a la barra a la chica,
que había entrado a sus espaldas. Ella hizo ademán de buscarse el
monedero dentro del bolso de tela.
Mientras la miraba, Teo sintió otro impulso en
su corazón. Su intuición le decía algo sobre aquella chica, ¿Pero
qué? A aquella sensación de inquietud que tanto conocía, se le
sumó una curiosidad acuciante. "Dios mío -pensó- va a creer
que quiero algo con ella". El hombre tragó saliva y se preparó
para que no se le notara la vergüenza, al mismo tiempo que se puso
disimuladamente alerta, esperando alguna pista de los
acontecimientos.
—Señorita, ¿me permite que la invite en mi
último día antes de jubilarme? Lucas, pon a la chica lo que pida.
Ella se volvió azorada, y empezó a decir que no, pero Lucas ya le
había acercado la taza, haciendo un ligero teatro y guiñándole un
ojo.
—Mira, a él lo conozco desde hace tiempo, y me
lo ha dicho con un tono de orden, así que le he hecho más caso a
él. ¿Solo o con leche? Ella se resignó y musitó "con leche".
Desde los dos metros que le separaban de Teo, le habló.
—Muchas Gracias otra vez. Y enhorabuena por su
jubilación...
—Va a gastar esa palabra de tanto decirla,
mujer. En vez de eso, disfrute el café. Es otra forma de dar las
gracias más original. Ella empezó a disolver los terrones de azúcar
en el vaso.
—¿Estudiante? Preguntó Teo rompiendo el hielo.
—Bueno, en eso estoy -dijo ella con media
sonrisa mientras miraba al café-. Voy a hacer la selectividad.
Debería haberla hecho el año pasado...
– ¿Ah, sí?- La curiosidad de Teo se despertó.
Un hombre viejo con mostacho blanco y uniforme tiene poderes
especiales a la hora de conseguir que los demás le cuenten cosas. Y
por una vez, él se aprovechó conscientemente de su condición.
—...Pero el coche de mi novio se quedó tirado en la carretera. Perdí la ocasión -dijo ella mientras removía distraídamente el café con la cucharilla-
—...Pero el coche de mi novio se quedó tirado en la carretera. Perdí la ocasión -dijo ella mientras removía distraídamente el café con la cucharilla-
—Pero hay otra convocatoria en Septiembre ¿no?
—Es una historia larga- dijo ella.
—Perdóneme -dijo Teo sonriendo- Son sus cosas;
tiene razón. En ese punto ella dejó de mirar al vaso para mirarle a
él. Le sonrió y bajó la mirada al vaso de nuevo. También ella
sintió una anómala necesidad de sincerarse con un desconocido.
Cogió su taza y su plato y se puso al lado de Teo.
—El caso es que en el verano del año pasado,
me salió un trabajo...ya sabe, de esos que una no busca, para unos
pocos días, para mis gastos... Estuve de cajera en un supermercado.
Pero al final debí de hacerlo muy bien, porque acabé de encargada.
Así que estudié lo justo (sonrió mirando al suelo). El caso es que
la dueña del supermercado se encariñó conmigo. Empecé trabajando
un poco por probar, y al final, fue la dueña la que me quiso renovar
el contrato.
—Todo bien entonces. ¿No?
—Sí...supongo que sí, Claro. Pero no saqué
la suficiente nota en Septiembre para entrar en medicina y me sentí
muy mal. Creo que me equivoqué al seguir trabajando. Le quité
demasiado tiempo a los libros.
—¿No te aconsejaron tus padres?
— Teo empezó a tutearla inconscientemente.
—Ellos...bueno, les molestó un poco al
principio, pero se acostumbraron pronto a la idea de tenerme en casa,
y trabajando. Además, vino bien aquello, porque con mi nómina pude
firmar como avalista para un préstamo que mi hermano mayor pidió
para abrir un bar en el pueblo...de modo que empalmé tras el
suspenso de septiembre con el trabajo otra vez.
—¿Y ahora?
– Ahora, bueno; hace unos tres meses tomé la
decisión. Le dije a Sonia, la dueña que me iba. Era el día 31 de
Junio y acababa de cobrar. Le dije que me iba justo en aquel momento,
porque si no lo hacía entonces, nunca iba a tener el valor
suficiente para hacerlo. Siempre he querido estudiar medicina. Es mi
sueño. Pero necesitaba dos meses para prepararme bien la
selectividad en septiembre.
Teo escuchaba en silencio junto a Lucas. Éste último había dejado de lavar los platos sin darse cuenta, y absorbía las palabras de la chica.
Teo escuchaba en silencio junto a Lucas. Éste último había dejado de lavar los platos sin darse cuenta, y absorbía las palabras de la chica.
—Y eso hiciste...lo de estudiar ¿verdad
muchacha?-Se metió Lucas en la conversación-
—Sí. Bueno, se hace lo que se puede. -con una
sonrisa torcida volvió la cabeza hacia él- Los libros nunca se me
dieron mal del todo. Mi media de COU es de notable alto.
Teo cayó en la cuenta de quién era la muchacha.
En el pueblo alguien vagamente le había hablado de "la hija de
la Paula"; una muchacha que era un lince en los estudios, pero
que los había dejado y se había puesto a trabajar. Sí. Debía de
ser ella.
— ¿Y dónde está el problema entonces?
Preguntó, sospechando Teo.
—La semana pasada a mi padre le dió un
infarto. Coincidió con las fechas de la selectividad. De modo que
llevé a mi padre al hospital, y cuando todo se arregló,
bueno...tampoco llegué a tiempo esta vez a los exámenes.
—Vaya por Dios, ...¡Qué mala suerte!—Dijo
Teo chasqueando la lengua y moviendo la cabeza.
—Gracias por el interés- La chica miró a Teo
a los ojos y sonrió. Sí que era guapa, tenía unos ojos color miel,
que hacían juego con algunas pecas en la nariz. La verdad es que las
gafas despistaban un poco.- De todos modos solicité una convocatoria
de gracia al tribunal, alegando lo de mi padre, y me concedieron
examinarme aparte hoy. Todos se portaron muy bien conmigo.
—...El caso - ella siguió hablando-es que yo
también estaba un poco baja de moral, y hace dos días, mi antiguo
novio me pidió volver, y empezar a trabajar los dos para ahorrar
dinero y casarnos dentro de unos meses. Incluso Sonia me ofreció de
nuevo mi trabajo como encargada. Y hasta a mis padres y a mi hermano
no les pareció mal...además, un noviazgo se lleva mal en la
distancia...Así que hace unos cinco días me planteé no presentarme
a la selectividad y dejar lo de los libros para siempre.
Teo
gruñó con un matiz indistinguible entre admiración y decepción.
Según parecía contar aquella chica desconocida,las cosas que ella
quería aparentemente se le alejaban, y como en un extraño complot,
otras cosas distintas se le presentaban de frente.
—¿Tiene
tu novio miedo de perderte? El silencio de ella ante la pregunta de
Teo confirmó a él y a su amigo el blanco directo. Lucas le miró
arqueando la ceja, desaprobándolo por su osadía. Pero al mismo
tiempo, coincidiendo con él.
—Él
no tiene culpa en esto. Quizás yo fui dejando para después una
cuestión muy importante en nosotros. Quizás tampoco supe hasta qué
punto quería lo que quería...—la muchacha removía lentamente el
café con la cucharilla mientras le hablaba a la taza-... Podría
decir muchas excusas, como la del miedo al compromiso, o algo así.
Pero la primera culpable fui yo. No fui clara en expresar mis deseos.
Quizás escuché a todo el mundo antes que a mi corazón...
Esta
vez fue Teo quien se quedó completamente en silencio; y en estado de
alerta creciente por el rumbo que estaba tomando la conversación.
—...Pero
cuando anoche me despedí de mi novio y regresé a mi casa, ví los
libros en mi cama, supe lo que realmente era mi mundo. Sí. Ahora lo
sé... La chica hablaba, no para ellos, sino para sí misma. Teo
sabía mucho de ello porque su corazón también le había ayudado a
tomar sus grandes decisiones en su vida, al igual que el de aquella
chica. Tanto él como Lucas estaban ensimismados oyéndola. —...Esta
noche no he podido dormir. No estoy segura de querer para siempre
esta vida que llevo. Esta noche lo he pensado, y quiero presentarme.
Necesito hacerlo para poder respetarme a mí misma el resto de mi
vida. No me importa que los demás no lo vean. Lo decidí anoche. Me
he levantado y me he venido con los folios y con lo puesto andando.
—¿Andando
desde Moreda? —Sí- dijo ella levantando la vista y sosteniendo la
mirada a Teo, confirmando a los dos ancianos con su mirada los dos
kilómetros andados a pie al amanecer sola por la carretera.
—Pero
¿Tus padres lo saben?
—Mi
madre sí. Me he despedido de ella al salir. Mi padre se enterará
cuando salga del hospital esta tarde.
—¿Y
tu novio?
– Aún
no. He preferido dejarlo para luego, porque tengo miedo de que me
convenza. Cuando termine los exámenes y vuelva se lo diré. De todos
modos, yo pienso que el amor de verdad nunca perjudica los sueños de
la otra parte...
Teo y Lucas se miraron, mientras ella seguía hablando. No pudieron evitar sentir la fragilidad del destino de la chica por unos momentos. Si ellos fueran jóvenes otra vez...-la cantinela de los viejos -intentarían mil cosas sin miedo a fracasar, porque finalmente aprendieron que el fracaso ni es el fin ni es el infierno. El infierno viene después, con los remordimientos por no haberlo intentado. Y a ese sí hay que temer.
Teo y Lucas se miraron, mientras ella seguía hablando. No pudieron evitar sentir la fragilidad del destino de la chica por unos momentos. Si ellos fueran jóvenes otra vez...-la cantinela de los viejos -intentarían mil cosas sin miedo a fracasar, porque finalmente aprendieron que el fracaso ni es el fin ni es el infierno. El infierno viene después, con los remordimientos por no haberlo intentado. Y a ese sí hay que temer.
– Acaba
tu café, hija. Y prepárate, no vayas a perder tu último tren.
Capítulo 4
Teo
y la muchacha se despidieron de Lucas y salieron al exterior,
mientras el primero maquinaba sobre por qué su intuición le había
hecho entablar la conversación con ella. Y mientras, la megafonía
de la estación avisó de la inminente llegada del rápido con
destino Granada. La muchacha se paró en seco en la puerta, buscando
algo en su mochila. Y empezó a buscar con desesperación creciente.
Sacó libros, un neceser, ropa doblada.
—No
encuentro mi monedero.
Teo
frunció el ceño, preocupado. Lucas, desde detrás de la barra miró
preocupado a la muchacha mientras se secaba las manos con un trapo.
—¿Has
mirado bien, hija? -le inquirió Teo-
—Eso
hago. Dios mío, quizá con las prisas...no sé si lo eché en la
mochila antes de irme. La voz de ella adquirió un tinte de creciente
tensión.
—¡...Que
como no lo encuentre, no tengo dinero para comprar el billete, Dios
mío...!
Teo
se sintió afectado por la historia de aquella muchacha. Un
pensamiento le salió sólo: "Parece como si todo el mundo
conspirase contra ella". Y entonces se dio cuenta de que estaba
presenciando uno de los momentos más críticos de la vida de una
persona. ¡Este momento crítico constituía el laboratorio perfecto
para conocer cuál era la respuesta a "su pregunta"! Ante
una situación como ésta, podían ocurrir dos resultados
contrapuestos: O ganaba la chica y cumplía sus deseos de salir al
mundo, o ganaba la carta del destino. Ese ente odiado por Teo, porque
es el nombre que se le da a lo que en nuestra vida tenemos, y que no
hemos elegido.
El
hombre se dio cuenta de que aquí podía encontrar la respuesta a su
eterna pregunta. Tan sólo tenía que adoptar una actitud de
observador como la del naturalista anglosajón de los documentales de
National Geographic. Debía de ser fríamente implacable y, ocurriese
lo que ocurriese, no intervenir. Así tendría una prueba de primera
mano. ¡Por fin iba a pillar a Dios trabajando... !
Al
ser consciente de la idea de ser un testigo privilegiado, su corazón
empezó a latir con fuerza. Teo sintió cómo la emoción le poseía,
y empezó a vivir con intensidad los segundos del reloj que
transcurrían, mientras se oía el pitido del tren que se acercaba.
Se pararía durante dos minutos escasos, porque ya tenía mucho
retraso acumulado.
— ¡Dios!
Otra vez no...—La chica dejó de buscar en la mochila mientras
levantaba la cabeza con los ojos fuertemente cerrados, para controlar
la desesperación que la iba embargando. A pesar de su imparcialidad,
Teo la miraba y sufría por dentro.
Teo
le sostuvo la mochila haciendo ademán de ayudarla a buscar las
llaves, pero recordó su promesa de no intervenir. Para desviar la
atención de aquello simuló fijarse en la bolsa.
El
faro de la locomotora se hizo visible en el horizonte, con lentitud
aparente hacia el trozo de andén donde estaban los dos. La muchacha
comenzó a aceptar con dolor la realidad de que, con la despedida a
su madre, con las explicaciones, con el abrazo de despedida que ambas
se dieron; simplemente no llegó a meter su monedero en la mochila.
Los
dos sabían que podía montarse en el tren sin billete, pero cuando
el revisor la descubriera, la bajaría en la siguiente estación. No
llegaría a Granada para hacer el examen. Últimamente los
reglamentos eran terriblemente estrictos debido a la picaresca
reinante del momento. Únicamente dando castigos ejemplares se podía
combatir aquella lacra; y todo el personal de Renfe estaba avisado
sobre el grado de tolerancia que había que tener: cero. También Teo
podría echar mano a su billetera y pagarle el viaje... Pero entonces
intervendría en los hechos, y él se quedaría sin una respuesta
objetiva a su cuestión.
El
jefe de estación se estaba sintiendo nervioso también por momentos.
Su corazón le latía deprisa mientras miraba cómo la joven
desconocida se consumía en la desesperación. Pero para saber el
desenlace final, debía de no intervenir, pasara lo que pasara. Sin
embargo, Teo se preguntó por qué su corazón le latía tan deprisa.
El
tren emitió un pitido ahora mucho más sonoro. Ya era visible. Y
aunque parecía lento, Teo sabía que el viento los echaría hacia
atrás por la velocidad. No había tiempo ya para decidir nada. Se
diría que las cartas estaban echadas, pensó.
—¿No
hay otra posibilidad de presentarse, hija? Tal vez puedas explicar
esto ante el tribunal; no sé...
—¿...Que
no me presenté porque me olvidé el dinero del billete del tren?
—respondió ella con voz queda- La excusa tenía muy mala pinta.
Jamás colaría algo así.
El
tren pasó delante de ellos con violencia, estruendo y viento.
Finalmente se paró mientras entre el ruido se avisaba por la
megafonía automática de la estación que la parada duraría dos
minutos solamente. Una puerta de un vagón se abrió automáticamente
con un soplido frene a ellos, dejando a la vista el interior.
El
ferroviario se volvió para decirle algo en mitad del estruendo de
los motores Diesel, cuando se fijó en sus ojos brillantes tras las
gafas. Ella estaba fija mirando la puerta del vagón abierta mientras
se pasaba nerviosa las dos manos por su pelo. Teo notó la emoción.
Había algo que estaba fallando en su plan. Su corazón latía
angustiado, comunicándole una sensación de apremio que él mismo no
sabía muy bien interpretar.
Teo
levantó la vista al cielo gris esperando algo que no sabía qué
era.
La
sensación de malestar que sentía, le hacía preguntarse una y otra
vez dónde estaba el fallo, pero la única respuesta que obtenía era
el silencio. Mala cosa, -pensó Teo- porque con ese tipo de urgencias
su corazón nunca contestaba. Además, el hombre cayó en la cuenta
de que nunca le había preguntado a su corazón para decidir en
nombre de otra persona. Una vez más, se formuló la pregunta
dirigiéndola hacia su interior "¿Estaba todo bien?". Por
fin le vino un pensamiento que venía a ser algo así como "La
pregunta no está bien formulada"
"Pero
¿por qué?" se preguntó él, cerrando los ojos un momento. "El
plan es correcto...¿O no?". Su corazón respondió con una
sensación de desagrado y vacío, que Teo entendió como un "no",
que resonó en el interior del ferroviario como un clarín de guerra.
—"Yo no estoy cambiando su destino" Pensó Teo intentando
justificarse mientras miraba al horizonte. —"Lo estás
haciendo ahora mismo". La respuesta fulminante dejó a Teo
estupefacto, porque un torrente de lucidez inundó su mente en un
instante.
La
chica, ajena a las aventuras en segundo plano que tenía el jefe de
estación reparó en que Teo estaba inmóvil, idiotizado mirando al
infinito. Giró lentamente sobre sí misma, buscando un milagro
mientras miraba nerviosa a todos lados. Reprimió un sollozo mientras
miraba a todas partes sin saber qué hacer, sabiendo que faltaban
segundos para que sus sueños se perdieran para siempre.
Finalmente
tragó saliva y se dispuso a recibir el golpe. Se volvió a Teo y
esperó a que éste bajara el banderín que tenía en la mano para
ofrecerle la suya, con lágrimas en la cara. Debía volver a su vida
de siempre, que por lo visto era la suya. Al menos lo intentó...
—Gracias
de todos modos. Lo que no puede ser, no puede ser y además es
imposible... -dijo con voz quebrada, encogiendo los hombros mientras
forzaba una sonrisa para disimular su dolor- Tengo que volver a al
pueblo...
Teo
cogió su mano bruscamente, y tiró de ella, empujándola al interior
del vagón. Acto seguido corrió a por la mochila, y se la tiró
dentro en una volea, justo antes de que la puerta neumática se
cerrara. Eva se asomó por la ventana, sin entender nada al
principio. Teo le dijo por señas que no se preocupara. Porque nadie
le pediría el billete.
La
chica casi perdió el equilibrio por la fuerte aceleración del tren
que iba con retraso; Se asomó a la ventana y gritó mientras el
andén se movía hacia atrás —¡me llamo Eva!, y un minuto
después, en un susurro musitó "gracias" . Teo era una
figura menguante en el paisaje que al minuto dejó de verse. Todavía
confundida, pero feliz con el corazón latiéndole deprisa; entró en
el pasillo del vagón, buscó un asiento libre y se acomodó en él,
apoyando la cabeza junto a la ventanilla. Inmediatamente se incorporó
como un resorte al caer en una cuestión "¿Esto está
ocurriendo de verdad?".
Con
mucho disimulo miró a un lado y a otro mientras discretamente se
pellizcaba el dorso de la mano. Una sonrisa feliz iluminó su rostro
al sentir dolor, y acomodó de nuevo su cabeza mientras veía cómo
el paisaje se aceleraba. Se prometió a sí misma abrazar a aquel
hombre en cuanto volviera. Al cabo de unos minutos miró su reloj y
sacó unos folios para repasar, aunque ahora sabía que todo iría
bien. No sabía exactamente cómo de bien; pero ya no le importaba.
Estaba montada en Su Tren. Lo sabía. Tenía el presentimiento de que
el revisor no la echaría del tren en la próxima estación. No sabía
por qué, pero tenía esa certeza...
Efectivamente,
Buitrago, el revisor del tren se había quedado en tierra. Lucas le
había hecho señas para que entrase en la cafetería, alejándose
del tren. Una vez que lo vio entrar, Teo levantó el banderín
ordenando la salida, la cual cumplió el maquinista de modo diligente
para compensar el retraso. Un error frecuente que ocurre al dar vía
libre al tren, sin haber comprobado dónde está su revisor. No
habitual, pero perfectamente posible.
Capítulo
5
Cuando Buitrago se dio cuenta de lo ocurrido, a
punto estuvo de matar a aquellos dos viejos chochos, aunque en el
último minuto tuvo lástima por ellos. "Hay que ser comprensivo
-se dijo para sí- con los idiotas".
Lo
cierto es que a Lucas se le ocurrió hablar en el último momento con
el nuevo revisor sobre el asunto de la porra semanal que su antecesor
tenía con él. Esta casualidad fué aprovechada por Teo, en cuanto
el revisor se metió en la cantina. Cuando vieron las consecuencias,
los dos viejos se miraron evitando reírse. Había que seguir con la
farsa; y tras disculparse, le invitaron a unas cuantas rondas gratis
de cerveza mientras esperaba al siguiente tren para Granada. Esto,
unido a una conversación intrascendente, le impidió al otro pensar
demasiado. Al cabo de dos días, nadie recordaría el incidente.
Estos errores son frecuentes en las estaciones antiguas.
Una
vez que el Buitrago se fue en el siguiente tren, Teo vio alejarse el
tren. Y mientras, su cerebro repasaba todos los acontecimientos;
hasta que su rostro se iluminó con una sonrisa. Ya tenía la
respuesta.
A
la pregunta de si el destino lo creamos nosotros o nos viene dado,
Eufrasio tenía razón. Son las dos cosas a la vez. Primero la chica
formuló su deseo de viajar, con su hermosa determinación. Y
después, en una segunda parte, procedió esa cosa invisible y
poderosa que todos llamamos Destino, de acuerdo con sus deseos. Sólo
hay una forma en que dos trenes opuestos no choquen en la misma vía:
no circulando a la vez. Primero uno y después, el otro.
Teo
lo supo cuando a través de sus presentimientos, él se implicó en
la historia de ella. Pensó que no estaba afectando a su futuro, pero
no era cierto. Sus pensamientos, sus dudas...todos ellos fueron
tenidos ya de antemano en cuenta por el Universo. También recordó
que Lucas entró en la escena entreteniendo al revisor para que
perdiera el tren, al mismo tiempo que a que a Teo se le ocurriera la
idea rápida de ordenar la partida del tren -¿Y cómo se coordinaron
los dos, con lo complicado que es Lucas para hacer lo que se le pide,
que es el peor camarero del mundo?- Demasiadas ocurrencias en
demasiado poco tiempo.
El
caso es que en dos minutos escasos, la chica había cambiado
totalmente su futuro al pasar en su vida de una vía muerta a otra
que se perdía en el horizonte. Y todo ello bajo una aparente
casualidad...
"Tenías
razón, viejo cabrón" Dijo a un Eufrasio invisible mientras
miraba a las vías vacías por donde la muchacha partió en su tren.
FIN
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"No
se puede ser el observador de un evento, sin alterar el evento
observado" -Principio de incertidumbre de Heisenberg-
"Los
dioses siempre nos aparean según nuestros deseos"
-Homero-
Me encantó.
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