LA NAVIDAD DE CARLA
LA NAVIDAD DE CARLA
-¿Y si fuera cierto que los deseos pueden hacerse realidad?-
Capítulo 1
Carla se sentó en su asiento trasero del
coche de su padre, y dejó que su madre le pusiera los arneses del
cinturón de seguridad. Ella tenía siete años, y aquella mañana
estaba muy contenta. Comenzaban las vacaciones de navidad, y toda su
familia iba a celebrarla en la casa de su abuelo en el campo, lejos
de la ciudad.
El coche arrancó, y Carla se ensimismó
en mirar las calles pasar por la ventanilla del coche. Y mientras así
estaba, Pensó en el sueño que había tenido hacía dos noches. No
podía olvidarse de él, porque le pareció que era casi real.
Ella había soñado que estaba durmiendo
en su cama, cuando una mujer con el pelo azul vestida como un hada,
con un vestido blanco vaporoso la despertó con ligeros movimientos
susurrándole al oído:
—Carla, ¡despierta!
Carla se asustó al principio en su
sueño, pero la mujer la tranquilizó, y después de presentarse ante
ella como su hada madrina, le dijo una cosa en voz muy baja, pero
perfectamente audible.
—Yo soy el hada madrina que tú has
conocido en los cuentos. Me presento a todos los niños una vez en
sus vidas; y a todos les concedo un deseo…aunque generalmente me
aparezco disfrazada cuando son un poco más mayores. A veces me
aparezco cuando ya son ancianos, porque no he tenido tiempo de
hacerlo antes…-mientras hablaba, se acomodaba despreocupadamente su
melena azul, mirándose al mismo tiempo en el espejito de tocador de
juguete de Carla.
—…pero tú eres un caso especial.
Creo que tú ya estás preparada para que te conceda tu deseo.
— ¿Te presentas a todos, todos los
niños del mundo? -Preguntó Carla mirando con recelo a su extraña
visita.
—Bueno,…-dijo el hada tras un
silencio. —Verás, a veces los niños, o las personas mayores,
tienen su deseo tan claro que ni siquiera me presento en sus vidas.
Simplemente hago que su sueño se cumpla, sin más… Ellos creen que
les ha venido por ellos mismos. No piensan que ha sido por mi magia.
— ¿Y cómo es eso de un deseo?
-preguntó la niña a la misteriosa mujer también en susurros.
—Es precisamente como tú te imaginas.
La cosa que tú más deseas, yo puedo hacer que se te cumpla. Así,
sin más. No, no te pido nada a cambio…-dijo con una sonrisa
triunfal-Lo hago sólo porque tú eres tú.
Carla se quedó sin palabras con la boca
abierta. Estaba ante un hada de verdad, y no sabía por qué, no le
extrañaba lo más mínimo.
—…Es que no sé,…no se me ocurre
qué pedir.
— ¿Lo ves? Tú eres más madura de lo
que aparentas -El hada se dió
media vuelta y ̣—Está bien,
verás lo que voy a hacer. Dentro de tres días volveré a verte, y
te preguntaré entonces cuál es el deseo que más quieres...
Capítulo 2
Carla pensaba en el coche en su extraño
sueño, sin darse cuenta de que se estaba volviendo a dormir. No hay
cosa en el mundo más adormecedora para un niño que el estar dentro
de un coche en marcha. El asiento infantil tan confortable, y el
ronroneo suave del motor la fueron durmiendo poco a poco. Para cuando
su madre la despertó con suavidad, ya casi estaba en la casa de su
abuelo.
El abuelo Sebastián era un hombre que
había sido capitán de un barco de
guerra toda su vida. Y cuando le
contaba a Carla sus viajes, la niña lo escuchaba admirada. Según le
contaba en sus historias, había surcado los siete mares, y los reyes
de todos los países del mundo le conocían y le daban la mano cuando
se encontraban con él. Su abuelo era muy feliz con su trabajo, pero un día enviudó; y de repente, sintió que se había cansado de viajar. Así que con el dinero de
su jubilación, se compró una casa en el campo y aprendió a vivir
con pocas cosas. Además, hacía muebles de madera con sus manos y
vivía todo el año en el pequeño taller junto a su casa, llevando
una vida sencilla.
Carla bajó del coche a la carrera y
saltó como un perrito en los brazos de su abuelo.
— ¿Cómo estás, cariño? -Preguntó
su abuelo mientras la abrazaba e intentaba retener el olor de su pelo
aprovechando el momento.
—Muy bien, abuelo, pero tenemos que
hablar...
—Vale. Luego hablamos esta tarde -dijo
su abuelo sonriendo y guiñando un ojo. A continuación abrazó a la
madre de Carla y ayudó a su padre con las maletas mientras los dos
hablaban animadamente.
El resto del día transcurrió preparando
la comida y jugando en el jardín de la casa con Hobbo,
el perro que el abuelo
se encontró abandonado en la carretera. Bueno, más bien fue el
perro quien encontró al abuelo. Un
buen día apareció por la
carretera, cansado y hambriento de comida y de caricias. El
abuelo Sebastián le dio ambas cosas, Hobbo sintió pena al verlo tan solo, y decidió adoptarle quedándose con él... Bueno, más
o menos esto fue lo que el abuelo contó a Carla.
Carla terminó de jugar con Hobbo, y
sudorosa acudió a la cocina para merendar. Después buscó a su
abuelo en el almacén al lado de la casa. Allí estaba ocupado
tallando la pata de una mesa.
—Abu,…
—¿Hum..?
—Si a ti te dijeran que te van a
conceder un deseo, ¿cuál elegirías?
Su abuelo guardó silencio tras la
pregunta mientras tallaba una pata de madera con su torno. A
continuación levantó la cabeza y miró a Carla con una sonrisa
burlona y una ceja arqueada.
—¡Vaya...! Carla, no sé… ¿Y tú, qué
elegirías? -le preguntó mostrando curiosidad.
—No lo sé. Pensaba que me lo dirías
tú…
—Pero Carla ¿Por qué me preguntas
algo así?
Carla se sinceró con su abuelo, y le
contó aquel extraño sueño que tuvo. Ella esperaba que él se riera
de sus cosas, pero no fue así. El abuelo mantuvo mucha seriedad y
aparentemente le creyó; lo cual la llenó de alegría. Para Carla el
hombre más listo del mundo era su padre. Pero el más bueno era su
abuelo.
—Vale, lo intentaré. Imaginemos que vamos
a ensayar. ¿Qué cosa es la primera que se te ocurre? No lo pienses
demasiado.
Carla giró sobre sí misma con los
brazos abiertos y mirando al techo.
— ¿Dinero? Ser rica y tener mucho
dinero
—Muy bien, Carli. ¿Y qué harías con
él?
—Pues…comprar cosas, hacerte regalos
a ti, y a mis padres.
El abuelo se sonrió y la miró divertido
— ¿Vas a estar todos los días
comprando…?
—Humm, no, claro...
—Y después de comprar ¿qué vas a
hacer?
Carla se quedó pensativa. Era verdad.
Cuando no comprase, estaría haciendo las mismas cosas que cuando no
era rica. Su rostro entonces se iluminó.
— ¡También me iría de viaje y
conocería el mundo entero, como hiciste tú!
—Sí, pero para eso no hace
falta ser rica…Además, los niños tienen que ir a la escuela para
aprender. Aunque sean los más ricos del mundo. Sólo viajarías en
vacaciones.
Carla se dio cuenta de que el comprar y
el viajar eran una parte pequeña en la vida de una persona. Se quedó
pensativa un momento, y luego pensó despacio.
—Quizá es mejor desear otra cosa que
no sea dinero.
El abuelo Sebastián parecía no haberla
oído, porque se le veía muy concentrado en la talla, pero tras un
momento respondió.
—Muy bien, Carla. ¡Pues adelante! ¿Hay
otra cosa que te guste aparte del dinero?
Esta vez la niña tardó menos en
pensarlo.
— ¡Ya está! ¡Pediría ser guapa,
guapa! La más guapa del mundo...
El abuelo se rió mucho y palmeó las
manos contra sus rodillas.
— ¡Pero si ya eres guapa! Eres la más
guapa del mundo
—Sí, pero eso es para ti, claro. Eso
es hacer trampa, abu…-dijo Carla poniendo la boca con forma de
morro.
—Carla, la belleza es una cosa un poco
rara, porque no depende de ti. Depende de cómo te vean los demás, y
eso no lo puedes controlar tú…hasta puede ocurrir que nunca seas
guapa para todo el mundo. Siempre habrá alguien que piense que hay
alguien más guapa que tú…
—Bueno, sí…
—…Además, luego cumplirás años y
te harás vieja y arrugada como yo. En una vida no se es guapa todo
el tiempo, Carli. ¡Tanto el dinero como la belleza se acaban!
— ¡O sea, que la belleza tampoco la
pido! -Carla se estaba ofuscando.
—Yo diría también
que no…Si quieres lo dejamos por
hoy y te tomas tu tiempo para seguir pensando deseos, Carla.
Además…estoy pensando en que mañana me voy a levantar temprano y
voy a buscar setas para que tu mamá las cocine. ¿Quieres venir
conmigo?
Carla lanzó un grito y abrazó a su
abuelo. No había cosa que le gustase más en este mundo que ir al
bosque con su abuelo a buscar setas.
— ¡Siii!
—Pues acuéstate temprano hoy, porque
si no, te costará trabajo mañana levantarte.
Muy temprano, a la mañana siguiente,
Carla sintió una sacudida en su cama. No era el hada, era su abuelo
que la despertaba.
— ¡Es la hora! -dijo en un susurro el
abuelo.
El caminar al amanecer en el bosque era
la cosa más maravillosa que se podía hacer. El frío no era nada en
compensación con el paisaje inolvidable que desfilaba ante Carla. Hobbo iba y venía buscando animales invisibles, y sus jadeos sonaban, a veces cercanos, y otras lejanos.
— ¿Has seguido pensando en tu juego de
pedir deseos? -dijo el abuelo, divertido, mientras andaban.
—Aún no… -repuso Carla.
La niña pensó en lo que había
desechado ya. Había desechado el dinero y la belleza. ¿Qué otra
cosa podía pedirle al hada? La juventud y el amor, ya los tenía.
Después de pensarlo mucho, le confesó a su abuelo que no se le
ocurría nada más.
— ¡Pues vaya asunto! Resulta que no
puedes pedir ni dinero, ni belleza, ni amor, ni juventud; porque ya
lo tienes todo.
—Podría pedir que me haga
inteligente...dijo Carla
— ¿Más...? Creo que eso va a dejar en
desventaja al resto de la humanidad.
— ¿Qué hago entonces, abuelo?
El abuelo apartó un matorral con su
bastón y le enseñó un grupo de setas que estaba escondido.
—Pídele lo que tu corazón te diga,
Carla.
— ¿No me arrepentiré luego, Abu?
—Creo que no, Carla. Nadie se
arrepiente de haber hecho las cosas con el corazón.
El resto de la mañana transcurrió entre
paseos por la hierba húmeda del bosque, risas, y las historias que
su abuelo le iba contando mientras andaban por los estrechos
senderos, a veces tan estrechos que apenas eran visibles. Finalmente
cuando volvieron a casa, la madre de Carla cocinó las setas según
la receta de la abuela, que se la enseñó cuando era una niña.
Todos las comieron con hambre y buen humor, porque los paseos en el
campo abren mucho el apetito.
Por la tarde, Carla fue con su padre en
el coche al pueblo de al lado, para comprar herramientas para el
abuelo. Y como por arte de magia, llegó la noche señalada para la
respuesta de Carla. La niña se fue a dormir pronto, no porque
tuviese muchas ganas de comprobar si el sueño del hada era verdad o
no; sino porque realmente estaba muy, muy cansada.
Capítulo 3
Una leve corriente de aire tibio en el
rostro despertó a Carla, y la espabiló al instante. Allí estaba de
nuevo su hada madrina. Con un vestido tan vaporoso como el primero,
pero con unos extraños zapatos con tacón de cristal, y además,
ahora su pelo era de color verde. Ni muy claro ni muy oscuro.
— ¡Hola Carla! Lo prometido es deuda
-Dijo guiñando un ojo y sonriendo con picardía.
— ¡Ahora tienes el pelo verde! -Dijo
Carla.
—Cariño,...es que cuando adopto forma de
mujer, no sé qué me pasa, que nunca estoy contenta con mi pelo.
¿Cómo me ves? Dime la verdad...-Preguntó a Carla con algo de
ansiedad.
—También así estás bien -repuso
Carla hablando lentamente.
— ¿Sí? -hablaba el hada madrina
mientras se miraba en un espejito que hizo aparecer con su varita
mágica — ¡Oh, bueno!, creo que me cambiaré el pelo otra vez.
Dime querida ¿Has pensado en tu deseo?
—Sí -dijo la niña mirándola
fijamente y con mucha seriedad.
—Oigámoslo... –Dijo el hada
acercando su oreja a Carla.
Carla tardó un instante breve en
contestar.
—Realmente no quiero nada; creo que
todo lo que quiero lo tengo ya.
El hada se acercó a Carla, que estaba
sentada en su cama. La estudió mirándole a los ojos fijamente y
finalmente se dio la vuelta y le dijo:
—Hmm, eso que dices es muy, muy maduro
para una niña tan joven...
Carla se abrazó a su osito mientras el
hada seguía hablando y paseando por la habitación.
—Cariño, has sido tan sumamente
sincera, que te otorgaré un don extra que no me has pedido...
Carla se quedó con la boca abierta,
esperando cuál sería ese don.
—...Y es que a partir de hoy mismo te concedo que
todos y cada uno de los días de tu vida restantes, serán una
aventura tan vibrante como provechosa.
Carla esperó creyendo que era un sueño,
pero todo parecía demasiado real. No hubo una explosión de colores
ni una lluvia fina de lucecitas. No pasó nada y ella se quedó algo
extrañada, pero no dijo nada.
— ¡Muchas gracias! No sé cómo podré
agradecerte todo esto que has hecho por mí...
—No hay de qué querida, pero realmente
me he marcado un pequeño farol -sonrió con picardía —no he usado
mi magia; lo que te he dicho que te otorgaba, simplemente es algo
inevitable que les ocurre a las niñas que son como tú…y sin
necesidad de trucos.
Carla se quedó callada mirando a aquella
hada, y a toda aquella escena. Estaba en su habitación, y en secreto
se pellizcó la mano para ver si era un sueño. Pero sólo sintió el
dolor del pellizco.
—Bueno; ¿No merezco un abrazo? -Dijo
el hada poniéndose coqueta.
— ¡Pero si no has hecho nada!
—Vale ¡pero puedes darme un abrazo
gratis!-Dijo el hada haciéndose la contrariada, y Carla corrió
hacia ella y le abrazó emocionada. Después, ya nada más recordó
aquella noche.
Al día siguiente, Carla no contó nada a
su abuelo de lo ocurrido por la noche, simplemente porque con la
emoción de los regalos y el jugar todo el día con Hobbo, le hizo
olvidar su sueño. Tampoco su abuelo le preguntó, aunque sintió
deseos de hacerlo. Y así pasaron las fiestas de navidad, en mitad de
las muchas cosas pequeñas que conforman la felicidad. También
llegaron los regalos para Carla: una muñeca de sus padres, y una
navaja pequeña para cortar las setas, de su abuelo.
Tras el día de navidad, llegó la
despedida. Carla se despidió un poco triste de su abuelo con dos
abrazos, y se montó obediente en el coche, mientras sus padres se
despedían también del abuelo. Finalmente el coche arrancó, y la
figura del abuelo se quedó atrás en el camino.
Capítulo 4
Sebastián se quedó solo, agitando la
mano al coche que se alejaba
—Adiós -dijo con voz queda y triste, sabiendo
que nadie le oía. Rápidamente rectificó, porque a su lado estaba
Hobbo; con la lengua fuera y sus hermosos ojos marrones. Tenía el
cruce de raza de todos los perros del mundo, y la verdad; su aspecto
era un poco estrafalario. Pero su mirada era tan afable y juvenil,
que su aspecto no importaba.
El hombre se salió pensativo del camino
y lentamente volvió a su casa, acompañado por el perro, que le
seguía.
—Viejo carcamal, sabes más de lo que callas -le
dijo al perro, el cual pareció sonreír entre sonoros jadeos.
A él también hace algunos años se le
había presentado el hada que concede un deseo, aunque tenía un
aspecto distinto -por lo visto- al que Carla vio. Igualmente le habló
de que le concedería el deseo que más anhelase…
Sebastián, ya en la última etapa de su
vida, le respondió que después de todos sus años vividos,
verdaderamente no tenía ningún deseo por cumplir, y aquellas
necesidades que aún no conocía; seguramente tampoco las necesitaba…
"De acuerdo entonces…"-dijo
aquel ser mágico disponiéndose a irse.
"¡Espera, quizás sí hay algo que
desee!"
"Tú dirás…"
"...Mirándolo bien, me siento algo
solo. Creo que no me importaría un poco de compañía para compartir
lo que me queda de vida..."
Y Hobbo le concedió su deseo.
FIN
-Derechos reservados-
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