PUDE HABER HECHO MÁS - los cuentos del Diablo II





LOS CUENTOS DEL DIABLO (II)

 

 

 

 

 

 

 

PRÓLOGO



¡Hola otra vez, compañer@! Cuánto tiempo sin saber de mí, ¿verdad? Aquí vuelve tu viejo amigo el Diablo, dispuesto a estar un rato contigo. Sí, justo contigo. Tú, que me estás leyendo. 

Como tú muy bien sabes, desde el principio de tus días he estado a tu lado, viéndote crecer. Lo sé todo de ti; conozco al dedillo tus pensamientos y tus anhelos; y también tus miedos y las zonas más recónditas de tu alma... 

Pero en esta noche solitaria en la que el viento frío sopla en las ventanas, creo que me apetece descansar. Me apetecería echar un trago contigo. Te propongo una pequeña tregua entre dos viejos y leales enemigos; si te parece bien...

Y aprovechando la ocasión ¿Te gustaría que oír una historia? Soy poderoso, pero también siento la soledad sobre mí. A veces, hasta el Diablo necesita a alguien a quien hablar...

Ven, no tengas miedo; sírvete una copa y siéntate en este sofá a mi lado. Déjate guiar por mis palabras esta noche y viaja de mi mano a otras vidas, a otros mundos -¿acaso no haces eso cuando lees?-. Así, ¡Muy bien! ¿Has probado el brandy? Bueno ¿verdad? Ya sabes que a mí sólo me gusta lo mejor...
...hum ¿...Por dónde íbamos...?


Sí. Verás, tras el último relato que te conté, descubrí que me gusta narrar historias en momentos de soledad, y la verdad, no se me da mal. Porque si quieres conocer historias increíbles acerca de los hombres y de sus lados más oscuros, entonces debes escucharme a mí. Yo te puedo contar cosas que jamás podrías imaginar ni aunque vivieras mil años. Nadie sabe más del hombre que el Diablo.

Esta noche te contaré una historia acerca de las palabras; en concreto de las que tú dirás en el futuro. Sí; has leído bien. Pongo a Dios por testigo que esto lo dirás, porque todas las almas de la humanidad que han pasado por mis manos, lo han hecho.

¿...Que qué frase es? Pongámosla así:


PUDE HABER HECHO MÁS

Capítulo 1


Siempre es lo mismo. Siempre espero en la puerta del cielo, al final del camino serpenteante y brumoso a las almas de turno que vienen confusas titubeando. Y cuando me ven tras su muerte, por fin comprueban lo que es el terror de verdad; y no las torpes imitaciones de miedo que han sentido acudiendo a las salas de cine en sus vidas terrenales. El verme a mí en persona impone, lo sé. Pero no puedo hacer nada al respecto.

De todos modos, se tranquilizan después cuando comprueban que a mi lado también les espera su ángel de la guarda, que por cierto, se lleva estupendamente conmigo. Al fin y al cabo, yo también soy un ángel como él.
Su ángel se me adelanta y los toma de la mano con mucho amor. Y cuando pasan por mi lado, a veces me gusta asustarlos un poco enseñándoles mis dientes y gruñéndoles levemente; aunque sé que lo peor no es el miedo que sienten al sentir mi presencia. Lo peor es que en ese preciso instante en que me conocen en persona, caen en la cuenta de que les soy familiar, demasiado familiar, como si algo en ellos fuera demasiado parecido a mí. Y eso les aterra; como a ti te aterraría saber que un león gigantesco ha estado respirando en tu nuca casi todos los días de tu vida. Hasta los más felices.

Aquí empieza la historia de un hombre igual a otro -no sabes cuánto se parecen las almas unas a las otras cuando abandonan su cuerpo- Llamémosle Robert, por llamarle algo, porque aquí los nombres no tienen importancia. Robert vino hacia nosotros por el camino de siempre, y al verme sintió lo mismo que todos cuando me ven. Y una vez más, Ariel, su ángel de la guardia lo tomó de la mano y me presentó. Los tres entramos en el cielo.

Mientras caminábamos por el prado verde, Robert se deshacía en preguntas torpes a Ariel, mientras me miraba a mí de reojo con pánico. Finalmente los tres llegamos a un edificio circular, grande como un estadio. Ariel dijo a Robert que iba a ser "auditado"; Lo cual aparentemente le tranquilizó, porque la palabra auditar, Robert la empleó mucho en su vida anterior en su trabajo de empresario. Ariel sabe muy bien cómo tranquilizar a los que tiene a su cargo.

Una vez dentro del edificio, llegamos a una sala enorme cuyo elevado techo desprendía una luz crepuscular. En un extremo había una mesa larga con forma de media luna, en la que estaban "Ellos", vestidos con túnicas de algodón crudo. En esta ocasión había doce; lo que me indujo a pensar que a esta alma se le había encomendado un trabajo importante en su vida. Yo me quedé tras él, y Ariel también, dejándole solo en mitad de un círculo. Finalmente el orador que estaba en el centro de la mesa se dirigió a Robert, y le preguntó algo sencillo para empezar.

"¿Ha hecho algo en su vida que merezca la pena ser contado?"

Robert recuperó lentamente su antigua compostura de abogado y empezó a hablar de su vida pasada. Les contó cómo se había hecho a sí mismo partiendo de la nada, y de cómo poco a poco fue creciendo su poder económico y su prestigio. Señaló su generosidad y su caridad a la hora de repartir dinero a los menos favorecidos, y cómo la corporación industrial que el fundó, generó cuantiosos puestos de trabajo por todo el mundo, que ayudaron a innumerables familias a tener una vida digna con posibilidades de soñar...

Sin embargo, los sabios que le escuchaban no parecían tener la más mínima emoción en sus rostros. No parecían entusiasmados con nada de lo que les contaba Robert, lo cual contribuyó a que éste último empezara a preguntarse si había algo que estaba haciendo mal.

Cuando Robert terminó de contarles los capítulos más brillantes de su vida, un silencio incómodo se adueñó de la sala. Nadie decía nada.

—¿Eso es todo, Robert? –Aquella enigmática pregunta vino de uno de los extremos de la mesa. Parecía la voz de doblaje de Paul Newman en la películas "Dos hombres y un destino". Una voz perfecta, timbrada y tan prístina que Robert creyó que se oiría en el último confín del universo.
Robert inclinó la cabeza confundido
—Señor, no entiendo...
— Lo ha vuelto a hacer una vez más ¿verdad?
—Déjenos ayudarle en sus recuerdos, Robert -Dijo otra voz igualmente perfecta. ¿O no era una voz? Robert cayó en la cuenta de que quizá eran pensamientos que le lanzaban y que resonaban dentro de él.

Apareció en el centro de la sala una imagen sorprendentemente real de un niño llorando cuando su padre le quitaba su perrito recién adoptado de sus manos. Tan perfecta era la imagen que parecía que cualquier espectador que alargase la mano podría acariciar la cabeza del niño, el cual lloraba desconsolado mientras su padre se llevaba el cachorro a la perrera municipal. Pero además, ¡podía sentir las emociones de los personajes que allí actuaban!
—¡Por favor papá! ¡No te lo lleves! -Pero el hombre adulto no hizo caso y le dio la espalda, llevándose el cachorro, que gemía al oír los llantos estridentes del niño.

La escena se desvaneció y Robert reconoció al instante al niño de aquella escena: Él mismo, cuando tenía siete años. El padre de Robert no tenía ningún cariño especial por los animales, y jamás tuvo una conversación seria con su hijo en su niñez. Cuando el niño se hizo adulto, y su padre quiso hablar por fin de cosas serias con él, ya era tarde. Robert ahora era el interesado en no perder el tiempo hablando con un viejo chocho.

Robert palideció mirando a los doce hombres, que le miraban con rostro impasible. Volvió a sentir el dolor de pérdida y el amor que le tenía a su cachorro, pero su padre no percibió aquella emoción en lo más mínimo. instantáneamente una frase de aquel grupo extraño de seres le vino a la mente.

—No se preocupe, en este caso usted no tenía responsabilidades. Pero todo estaba preparado para que ocurriese así. Era necesario que Usted acumulase esa experiencia…  

Capítulo 2

Una nueva escena se hizo visible ante todos los asistentes en la sala. Ahora se veían dos niños de unos diez años. Uno de ellos vestido con un pantalón que no era de su talla y con el resto de su ropa descuidada, además de estar algo despeinado. Contrastaba con el otro niño, que vestía ropas nuevas y estaba peinado con una raya en el pelo como hecha con un tiralíneas. Éste último le estaba hablando al primero.

—Albert, el resto del grupo me ha encargado que te lo diga yo. No queremos que sigas saliendo con nosotros...ellos dicen que no soportan tu olor, y que puedes tener piojos...
El otro niño calló y le miró al principio con ojos confundidos. Después sonrió torpemente y bajó la cabeza por la vergüenza. No pudo decir nada, porque las palabras no le salían de la garganta. Finalmente se dio media vuelta y se alejó con los hombros hundidos. El pequeño Robert se quedó contemplando cómo se iba.

Absolutamente todos los asistentes percibieron las emociones; la vergüenza y la humillación del niño que se iba. En cambio el joven Robert, su interlocutor; tan sólo destilaba una cierta incomodidad por ser él quien tenía que transmitirle aquello, pero por otro lado, era algo asumible para conseguir ser el líder del grupo.
Cuando la escena acabó, “Ellos” miraron a Robert, esperando algún comentario. Él hundió la cara entre sus manos.
—¿...Cómo pude haber sido tan monstruoso? —atinó a decir con un hilillo de voz— Dios mío, ¿qué habrá sido de él? Si yo pudiera volver a verlo..., si yo...

—...Como puedes ver, Robert, el dejar abandonados a seres valiosos ha sido siempre una constante en ti. No lo has hecho deliberadamente, es cierto. Pero el mal funciona así: necesita inconsciencia para existir; y tú le proporcionaste su fuente de energía al rendirte tan pronto a la costumbre de una vida egoísta y fácil. Rara vez se te ocurrió ponerte en el lugar de los demás...

—Observa —La voz de uno de aquellos hombres con túnica resonó dentro de su interior —que las escenas realmente importantes en tu vida, apenas las percibiste. Al contrario, enfocaste tu esfuerzo hacia una sucesión de nimiedades que sólo eran grandes a los ojos de quienes no te conocían...—La voz no era acusadora, ni denotaba enfado. Parecía sólo una observación —...Te convertiste en un actor de teatro, actuando en un papel irreal. Y finalmente, el personaje se apoderó de ti.

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Ariel sentía compasión por su protegido, pero sabía que no podía hacer nada. Yo intenté consolarle.
—Vamos, Ari, Tú lo hiciste genial, como siempre lo haces con los que están a tu cargo…
Ariel se quedó por un momento mirando al suelo, mientras me respondía.
—Sí, pero no se puede evitar sentir compasión. Esta vez tu trabajo fue mejor que el mío.
—Tampoco yo tengo mérito por eso, Ari. Me limité a abrirle los ojos y mostrarle todas sus posibilidades, lo mismo que tú. Y él eligió su destino. Los hombres no saben cuánto poder tienen al ser dueños de sus vidas.


Capítulo 3

Una nueva escena empezó a materializarse ante los ojos del abatido Robert. Ahora él estaba dentro de una casa humilde con las puertas y las ventanas cerradas. Estaban en algún país de la Unión Soviética, en el año 1930. El miedo y el frío empezaron a ser experimentados por todos los asistentes a la sala. Un Robert con aspecto juvenil estaba asustado sentado en el suelo, de espaldas a la puerta de su casa, mientras fuera se oían gritos de una multitud gritando consignas políticas. Los gritos iban creciendo, y la tensa espera terminó de golpe con los golpes frenéticos, acompañados de una voz de una joven. Era una voz aterrada, que se superponía a un murmullo cada vez más cercano.

—¡Robert!, abre la puerta por favor! - Robert reconoció por la voz a Anna, la chica más hermosa de todo el pueblo. Y además, judía.

Robert tenía a su cargo a su madre y su hermana. Si ayudaba a Anna, podrían acusarle de haber ayudado a una judía. Podían lincharle y quitarle su ya escasa propiedad, tras la ocupación de sus tierras por los comités comunistas de campesinos. Sólo había una cosa peor que un capitalista en la Ucrania de aquellos años: ser judío. Stalin había lanzado una campaña de exterminio contra ellos, aún cuando Hitler no gobernaba Alemania. El muchacho decidió no abrir, por miedo. Los golpes se hicieron más fuertes. Su madre y su hermana callaban y bajaban la vista al suelo.

Los golpes frenéticos primero aumentaron con la desesperación de la muchacha, para ir disminuyendo de intensidad conforme la desesperanza iba agotando su energía. Pero seguía golpeando la madera con palmadas cada vez más quedas, hasta que finalmente las voces del tumulto llegaron, y tras un aumento brusco de gritos de multitud, los golpes cesaron. Sólo cuando un rato después, el rumor del gentío se fue alejando en la distancia, Robert abrió de nuevo la puerta. La calle estaba vacía, en un silencio acusador.

El joven Robert no quiso preguntar a nadie, aunque tampoco nadie en el pueblo quiso hablar sobre aquel horrendo crimen, por saberse todos culpables. No quiso saber qué le había pasado a la chica, aunque de todos modos él lo sabía. Era Anna, la hermosa hija de un rico comerciante judío del pueblo, con la doble acusación de judío y capitalista. Todos los hombres jóvenes del pueblo la deseaban—incluído Robert-, y al mismo tiempo odiaban su riqueza, siguiendo las consignas del gobierno de Stalin. La chica fue linchada y muerta cruelmente horas después, como el resto de su familia.

Varios años después, Robert consiguió emigrar desde Rusia a los Estados Unidos aprovechando la segunda guerra mundial, y empezó una nueva vida sin pasado conocido. Ese fue siempre su secreto jamás revelado ni siquiera a su mujer, ni a sus hijos. Un peso oculto que su alma llevó en silencio. 




La escena se fue difuminando, y esta vez, Robert rompió a llorar, frente a los doce seres de edad avanzada que le miraban impasibles.

—...Tuve miedo...no quería que me llamasen amigo de los judíos....me hubieran matado a mi y a mi familia...
—¿Estás seguro?—la voz de Paul Newman en el doblaje castellano se volvió a oír de forma prístina —Realmente nunca sabrás si hubieras muerto o no. No nos diste una oportunidad a nosotros de intervenir en los hechos.
—Por otro lado, el pensar en opciones que no pasaron, ya no tiene razón de ser...—dijo otro de ellos con una barba blanca y ojos celestes.

Robert meditó aceleradamente sobre el comentario. No sabía qué hubiera pasado si la hubiese escondido a tiempo. Por otro lado, vio con súbita claridad que el mantener la vida a expensas de los demás era algo profundamente vergonzoso en el cielo. Cada palabra pronunciada por aquellos extraños jueces tenía el significado perfecto y le hacía reflexionar aceleradamente. Y la certeza de que casi todas las cosas de su vida habían sido un error, terminó por asentarse definitivamente en su alma.

—Volví a fallar ¿verdad?— dijo en un rapto de realidad lúcida mientras mantenía la mirada en el suelo. El silencio de los sabios que le miraban fijamente fue la respuesta perfecta.

—…Todas esas obras de caridad que nos contaste que hiciste, no han sido toda tu vida sino un intento de compensar a tu pasado—dijo otra voz de los ancianos—tu supuesta caridad no fue algo genuino, sino tu intento de ocultar lo que hiciste.


—Por favor, decidme…¿Ella está ahora…?
—Ella está bien ahora, no te tienes que preocupar nunca más por ella.
Robert entendió el significado de la palabra nunca más revolviéndose de dolor, y entonces se volvió hacia mí, y me dijo con cara de sorpresa

—¡Tú! ¡Tú me aconsejaste que no abriera la puerta!

—Yo te mostré lo que tú querías ver, amigo. Un camino rápido para no sufrir, justo como tú querías... Pero ¿no es cierto que Ariel estuvo a tu lado empujándote a que confiaras en tu corazón?...¿te acuerdas? —Le respondí con frescura mirando a Ariel en señal de reconocimiento, la cual me lo agradeció con una bajada leve de su cabeza—Además, ¿A quién se le ocurre hacerle caso al Diablo?

Un corto murmullo de risa colectiva se dejó oír en el grupo de los sabios, incluyendo a Ariel y a mí. Robert no daba crédito a sus ojos. Comprendió desesperado que nada era más cierto ni más real que todo lo que estaba viviendo. Hasta que el Diablo se burlaba de él. Y lo que es peor, ¡En el cielo también se reían con sus contestaciones ocurrentes!

—Amado Robert— La voz de uno de "ellos" se elevó por encima de su monólogo— No estamos aquí para juzgarte. Tan sólo te hemos ayudado a recordar tu vida pasada.
—Tuviste miedo.—Otro anciano con barba recortada y cara juvenil se dirigió a él—Y el miedo es lo opuesto al amor. Y te hizo olvidarte de tu sentido del deber.
—...Y de la compasión...—Una nueva voz del grupo se añadió a la conversación
—...Y del amor...—Sentenció una voz de mujer.

Robert levantó la mirada extrañado. Aquella palabra "amor" había sonado con un tono especial. Quiso preguntar acerca de ello, pero todos los hombres y mujeres togados abandonaron la gran mesa y se acercaron a él, formando un círculo de unos tres metros a su alrededor.

—Señor, ...no entiendo...
—Nosotros no condenamos a nadie, Robert. Y estamos dispuestos a ascenderte a un nivel superior, una vez que has aprendido de tus errores...pero...
—...Pero has de ser tú quien se sienta preparado para esto....—Ahora la voz de mujer siguió con la frase. Era una de las pocas mujeres que estaban en el consejo.

Observé como tantas veces, la expresión de incredulidad de Robert al oír aquello ¿Entonces no existía un Dios que todo lo juzga? ¿Y por tanto el infierno no existe? Intuía que faltaba poco para que todas las respuestas le fueran dadas. A un momento de felicidad le sucedió otro de extrañeza, a juzgar por la expresión en su rostro. Todos los asistentes en la sala le miraron en silencio, esperando que dijese algo.
—¡...No puedo...!
—¿No te sientes preparado entonces? —Habló la voz de mujer.

El silencio continuó entre los presentes. Sobraban las preguntas entre los seres perfectos. Una vez más, Robert se contorsionó y escondió su cara entre sus manos.
—¡No puedo perdonarme...! —Sonó con un grito de sorpresa, unido a una lucidez intensa como la de un condenado a muerte, que habló asumiendo el papel de su propio juez—He sido débil con quien no debí, y no tuve piedad con los que eran mejores que yo...

Robert cayó de rodillas y empezó a sollozar ante la mirada silenciosa de los sabios que lo rodeaban en silencio. Una sensación de desencanto y de compasión pareció asomar en los rostros inexpresivos de todos los asistentes.

—...Pude haber hecho más...pude haber hecho tantas cosas...—Las frases se alternaban con los sollozos. Alzó su cara. Ahora su voz era triste y tan sincera como la de los sabios que le rodeaban. La desesperación se le había ido de su rostro, para ser sustituida por la lucidez serena ante lo inevitable. Robert hundió su cara entre sus manos.

—Entonces, sólo Lucifer puede ayudarte -La voz de uno de ellos resonó en la sala. 

-Último Capítulo -

Todos se volvieron hacia mí, pillándome in fraganti limándome las uñas. No se puede evitar, El Diablo es coqueto. Robert se me acercó y con voz temblorosa me imploró.
—Señor...¿Cómo puedo deshacer todo esto? ¿Cómo puedo liberar esta carga?¿Tú me puedes ayudar..?
—Sí, Robert. Yo te puedo ayudar. Tendrás que venir conmigo a un sitio y trabajaremos juntos.

—¡...Al infierno...? -dijo con voz alarmada y triunfante a la vez. Por fin empezaba a comprender todo el mecanismo de la vida. Nadie juzga a nadie... Pero al mismo tiempo nadie puede escapar de sí mismo.
Recordó entonces un pasaje de la biblia "¿...Quién puede esconderse de la cólera de Dios...? Ahora lo entendía todo. 

—Si te gusta llamarlo así, sí, Robert. Al infierno.

Robert se despidió de Ariel con un emotivo abrazo ante mí, y a continuación se vino conmigo. Los dos caminamos por donde vinimos, aunque paulatinamente el paisaje, antes de una belleza de ensueño, se iba transformando en algo solitario y tenebroso. Ahora las nubes de una fuerte tormenta acechaban en el horizonte. Algún que otro relámpago se hacía notar en la lejanía. Robert empezó a tener frío, mientras yo me subía un poco las solapas de mi chaqueta. El paisaje a nuestro alrededor tenía un punto de inmensidad y de sobrecogimiento que parecía ir en aumento. La bruma nos rodeó.

—Dime una cosa ¿Cómo podré quitarme esta carga de mi alma?
—Mirando a los ojos a tus errores, y enfrentándote a ellos y sus consecuencias, compañero. Aceptando tu dolor y transformándolo en sabiduría y belleza. Conmigo revivirás una y mil veces las escenas más vergonzosas de tu vida, y junto a mí, contemplarás cómo afectaron a las vidas de los demás.

—¡Dios mío! —Robert comprendió al fin la auténtica esencia del infierno. Era esto y no ese sitio lleno de fuego y almas abrasándose que le enseñaron en la iglesia —¿Estaré así toda la eternidad?
—No, compañero. Sólo hasta que aprendas a perdonarte.

—¿Y cuando llegamos al infierno?
Miré mi reloj Patek-Philippe de doce mil euros (¡qué coño!, soy El Diablo) y le respondí risueño...
—Ya estamos. —La bruma gris nos envolvía haciendo casi imposible el ver nada más allá de unos pocos metros de distancia.
—¿Puedo hacerte otra pregunta?
—Las que tú quieras, compañero. Conmigo ya no tienes límites.
—...Son tantas las que se me ocurren...¿Cuándo comenzamos el ...sufrimiento, o sea, el entrenamiento..? Y Anna, la chica...era muy importante en mi vida, pero...¿porqué vino justo a mi casa?¿acaso era...?

—La respuesta a la primera pregunta es...empezamos ahora mismo, Robert. Y respondiendo a la segunda...Sí. Era tu alma gemela, y siempre estuvo esperando a que tú le dijeras algo. Ambos soñabais el uno con el otro ¿Recuerdas con qué gentileza dio los últimos golpes en tu puerta con su mano? ¿Se te ocurrió pensar que era alguien que te amaba que se despedía de ti para siempre?

Observé cómo encajaba el primer golpe con un jadeo. Este tipo tenía buena madera para sufrir. Quién sabe, tal vez algún día no muy lejano se encuentre en condiciones de salir del infierno y volver...El tiempo lo dirá.

—¿Sabes una cosa? —Me dijo Robert—Creo que acabaremos siendo buenos amigos. Nunca pensé que el Diablo fuera así. Mis padres me contaron esto del infierno de otro modo...
—...Amigo, la próxima vez, haz menos caso a tus padres y más al Diablo - Robert soltó una carcajada, que se unió a la mía. Todavía tenía las mejillas llenas de lágrimas. Buena señal. Creo para mis adentros que lo conseguirá. Esta alma tiene buena factura...
—...Sigamos con el trabajo...—Respondió Robert con tesón. Me dispuse a preparar el siguiente golpe con una sonrisa, y aunque no lo parezca, con amor hacia él. No hay mayor placer para un maestro que el encontrar un buen discípulo...


EPÍLOGO

Mi querido amigo, espero que te haya gustado mi relato. ¡Yo he disfrutado contándotelo! 

¿Cómo? ¿Qué qué utilidad tiene mi trabajo? ¿Que para qué empujo al error a los hombres? Por favor...Todavía no lo has visto ¿verdad?

Guárdate estas palabras para siempre, compañero: Sin fracaso, no hay evolución. Sin dolor no hay felicidad. Sin error, no hay sabiduría.

Así es, amigo mío. Yo te soy necesario para que tú mejores. Tus caídas te otorgan humildad, sensibilidad y auténtico poder. Te hacen apreciar a las personas como nunca lo hubieras hecho si ningún disgusto te hubieses llevado, precisamente porque no hay mejor forma de conocer el valor de una persona, que perderla...

Del mismo modo, no hay mayor motivación que la que sientes mientras caes al vacío. Ni ningún trofeo victorioso te enseña ni una centésima parte de lo que enseña el dolor de la derrota; ni ninguna valentía es mayor que aquella que surge tras haber sentido la devastación del miedo.

Sólo enfrentándote a Mí puedes ir al cielo, amigo mío. Sí, querido; yo soy tu sargento instructor; el que de común acuerdo con tu Ángel de la Guarda te tolera los pequeños primeros fallos, pero que es bestialmente implacable cuando los cometes en tu madurez con pensamientos sofisticados. Como puedes ver, nada es azar en la vida, precisamente porque yo me encargo de ponerte justo ante los combates que necesitas superar. Y si rehuyes uno sólo de ellos, ten por seguro que haré que te lo vuelvas a encontrar en condiciones aún más severas. Nadie puede engañarme a mí, por muy patéticamente listo que se crea. Por eso me disfrazo de coincidencias, de casualidades fatales que algunos mortales han bautizado con la "ley de Murphy"...
¡Imbéciles! Nadie escapa de mí. ¡La ley de Murphy soy yo...!



FIN








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Pude haber hecho más por Manuel Valenzuela Martínez se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.

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