SECRETOS DE COCINA

 

SECRETOS DE COCINA

 

”Todos tenemos secretos”

 

 Capítulo 1







 Mari Pili entró en la casa gritando tras pegar un portazo, y caminó a paso rápido hacia la cocina buscando a su madre. Se la encontró de espaldas y ésta pegó un respingo al oír sus gritos.

 ― ¡Mamá...! ¡He aprobado...!¡He aprobado las oposiciones! Pilar se volvió y la miró boquiabierta en silencio. Un mechón de su pelo castaño se había salido del moño y le caía sobre la frente. Su sorpresa se tornó en alegría y se abrazó a su hija. Fue el único momento en que Pili se quedó callada. Tras separarse de su madre, Pili comenzó un torrente de palabras del que se comía la mitad de las frases. De cómo llegó a la delegación de sanidad, de cuántas baldosas contó por el camino hasta llegar intentando calmar los nervios...

—... Y pensé en darte una sorpresa; por eso no te dije nada por teléfono...¡Mamá, no me lo puedo creer!.

―Pues créetelo, hija, créetelo -Repuso Pilar, aceptando en secreto que le pasaba lo mismo. En esto se oyó un familiar portazo en el recibidor. Pedro, el marido de Pilar entró con el típico ruido del tintineo de las llaves al dejarlas en la bandeja de la entrada. De nuevo se repitieron las mismas explicaciones, parecidas frases, abrazos, besos...Pilar miraba toda la escena sintiéndose espectadora de sí misma.

 ―Bueno hija ¿Y cuándo empiezas...?
― Dentro de dos meses. Papá, me han dado plaza en Albacete...Iremos pronto a buscar piso.
―¿...Iremos? ―terció Pilar, con curiosidad y aprensión disimuladas.

―Mamá, -Pili cambio el tono de voz a otro más leve ― Paco y yo queremos irnos a vivir juntos...será bonito empezar una vida como tú y papá...Luego podemos casarnos dentro de un año o dos, cuando tengamos algo de dinero ahorrado.

Pedro miró de reojo a Pilar, y los dos intercambiaron sus miradas; dando por hecho que no se oponían. Los tiempos han cambiado mucho, parecían decirse el uno al otro.

 ―Bueno, anda. Vamos al bar de la esquina. Hay que celebrarlo -El hombre miró cierto anhelo en los ojos de su hija y añadió con un estudiado deje cansino.

―...Anda, llámalo a él también, que le esperamos en el bar. Y hablaremos de todo.

―No hace falta, papá. Ya viene de camino... Nuevamente Pedro, el patriarca de la casa miró en silencio a Pilar. Ésta dijo lo que se esperaba de ella.

―Yo mientras me quedo terminando la comida, que hoy se me ha hecho tarde...

―Muy bien -Asintió su marido. Los tres salieron de la cocina. La última fue Pili, que se volvió a su madre y rodeándole el cuello con sus brazos le dijo en voz baja tras un beso.

―Mamá, La vida es maravillosa ¿verdad?

 ―Sí, claro... -Pilar respondió con cara de sorpresa al principio, y sonrisa al final.


Capítulo 2 

La puerta se cerró, y la casa quedó en silencio, con Pilar dentro como testigo. En la nueva condición de soledad, de un modo reflejo pasó a asumir su auténtico rol. Entonces la extraña voz que era ella misma comenzó a hablarle al oído, como siempre.

«Es una pena ser tú misma sólo cuando nadie te ve ¿verdad?»

Pilar oyó la voz en silencio mientras caminaba por el pasillo, acariciando a su paso los muebles con la punta de sus dedos. La misma voz de siempre que le hablaba cuando estaba a solas. Siempre razonamientos geniales, impropios de una ama de casa de los tiempos de Franco.
Entró en la cocina y se asomó por la ventana para ver como su marido y su hija se alejaban lentamente calle abajo. Por la misma calle en que la pequeña Pili jugaba a dar saltos en los cuadros de tiza pintados en la acera.
La familia siempre había vivido en el tercer piso, un apartamento pequeño situado en un barrio obrero como tantos otros. Durante este tiempo sus miembros habían crecido unos y envejecido otros, hasta hoy...

Se preguntó cómo había podido pasar tan deprisa el tiempo «Si sólo han pasado unas pocos cumpleaños»... Pilar movió la cabeza levemente en tono de negación. Era casi increíble; la vida se le había pasado en un suspiro.

Como la carne en salsa ya estaba hecha, pensó en hacer una gran ensalada de segundo plato. Fue a la alacena a por patatas, escogió cuatro de tamaño mediano y comenzó a pelarlas. Mientras lo hacía, sus pensamientos simultáneos y desordenados se silenciaron y comenzaron a hablarle; esta vez de uno en uno. No había modo más eficaz para relajar la mente que el hacer cosas con las manos.
Pilar recordó entonces que tenía que felicitar a Marisa, la vecina del bloque de enfrente, por su nuevo nieto. Casi inmediatamente pasó a meditar sobre cuánto dinero quedaba en el sobre de los ahorros para comprar algo de ropa para su hija. Necesitaría de todo ahora que empezaba una vida nueva...

Troceó las patatas y las echó en la olla exprés. Nuevamente fue a la alacena a por un par de hojas de laurel y una pastilla de caldo. Una sensación desagradable no la abandonaba.

«Si todo ha salido bien ¿Por qué te sientes mal?»

Cerró y ajustó la olla. Miró el reloj de la cocina y calculó que si comenzaba en ese momento, la comida estaría lista antes de tiempo y tendría que recalentarla después. Era mejor dejarlo todo para empezar a calentar más tarde. Luisa se enjuagó sus manos gastadas y se las secó con la balleta que pendía de su delantal.

«No está todo tan bien, ¿verdad?» La voz de su amiga imaginaria volvió a la carga, con la precisión de un láser.

Sí está bien. Su hija ha aprobado las oposiciones de enfermería, y una nueva vida se abre ante ella ―Pensó Pilar respondiendo inconscientemente.

«Pero ¿Y tu vida? ¿Nadie habla de tu vida?»

Luisa negó con la cabeza en señal de desagrado, como intentando sacar por centrifugación a los malos pensamientos de su cabeza. Pero aquella sucesión de ideas permanecía justo a su lado. Mejor dicho, dentro de ella. La bestia de sus pensamientos se estaba desperezando.

Volvió con sus recuerdos al año 1959 en que su padre decidió sacarla de la escuela para ayudar en la casa, porque eran demasiados hermanos varones que cuidar y su madre a duras penas podía con todo.

Luisa entrecerró los ojos con fuerza, cuando recordó su último día de clase cuando era aún una niña. De cómo el maestro estuvo especialmente amable con ella, como sólo lo es quien sabe la trascendencia del momento y que se despide de ella para siempre. La alumna más brillante del colegio abandonaba los estudios.

La pequeña Pilar hizo lo que se esperaba de ella aquel día. Dejó la escuela y comenzó a ayudar en su casa. Los tiempos eran duros. Los siguientes años pasaron volando; tanto que casi sin darse cuenta se vio casada y embarazada de su segundo hijo, atendiendo una casa, unos hijos y un marido. Así pasaron navidades, semana santa y la feria del pueblo en un carrusel repetitivo en el que tras unas pocas vueltas, había llegado al momento actual. Y en apenas un abrir y cerrar de ojos.

Despertó de su ensoñación, se levantó del taburete de madera y puso la olla al fuego. Recordó que también había que empezar a calentar la carne en salsa a fuego lento. Cuando toda la familia coincidía en casa en días especialmente señalados, la comida debía de ser abundante; como una ceremonia ancestral para ahuyentar la escasez.
Cayó en la cuenta entonces, de que todos sus cuidados, todos sus desvelos durante tantos años, apenas fueron notados por nadie. Toda la maestría que tenían sus platos, o la limpieza y el orden de la casa, eran sistemáticamente ignorados sin ningún reconocimiento. Sin testigos de su esfuerzo; sin nada que agradecer.

Varias preguntas absurdas le vinieron a la mente, como casi siempre que llevaba un buen rato a solas. Su innata, prodigiosa y no cultivada capacidad mental había vuelto a salir de su escondite como un gato tímido, y como siempre, a manifestarse en forma de acertijos mentales.

«¿Es práctica una belleza invisible?» «¿De qué sirve una persona con talento en una isla desierta?»
«Si tan capaz eras cuando niña, ¿Cómo te ves ahora así?»

La espita de la olla exprés comenzó a girar con pereza. Pilar ajustó el reloj de cocina en forma de limón dándole media vuelta. Una lágrima asomó a su ojo derecho. No tenía que estar llorando.
Pilar pensó que debía ser la emoción que da la alegría y no le dio más importancia, pero tras un rato de seguir igual, se dio cuenta de que no era eso. Era auténtica tristeza.
Últimamente siempre pasaba lo mismo. Las preguntas invisibles iban aumentando su agresividad in crescendo hasta el momento cumbre, en el que la tristeza estallaba en su grado máximo.

Se sintió culpable por aquella sensación que aparentemente era propia de personas egoístas, inmaduras. ¿Cómo era posible que le estuviera pasando esto a ella? Ninguna madre del mundo envidiaría a su propia hija por haber conseguido su sueño, aún viviendo en el seno de una familia humilde...
El ring del limón mecánico la sobresaltó, y se levantó del taburete de madera para quitar la olla del fuego. Ahora sus movimientos pasaron a ser mecánicos mientras pensaba en el porqué de todo. Ya no sólo era la vida de su hija, sino también la suya propia. Sus manos quitaron la espita y agarraron la balleta esperando a que el vapor cesara. A continuación abrió la olla.
La vida de su hija. La vida de ella...
Luisa cayó aterrada en la cuenta de que estaba enfadada con su hija, con su vida y con el mundo. Entonces comprendió el porqué de aquel vacío vago y persistente que sentía en su interior. ¿Dónde estaba su vida? No la de su hija, sino la suya. ¿En qué momento se perdió en una vorágine de mediocridades y días vacíos?

Levantó la cabeza y le pareció que los muebles de la cocina ya pasados de moda la observaban, como eterno público silente. Y siguió imaginando que ellos la entendían tras haber estado día tras día absorbiendo sus emociones y compartiendo su soledad. La cocina había comenzado con ella su vida de casada y había envejecido con ella; los muebles de madera blanca ya amarillenta, su olla exprés antigua, el frigorífico de esquinas redondeadas... Y Pilar también vieja. El silogismo final Pilar-cocina se presentó ante ella como una realidad oculta tras un velo de cotidianidad.

Pilar esperó a que apareciera la pregunta final, la bestia devastadora del remordimiento, que como siempre, aparecía tras toda una retahíla de silogismos. Se preparó para escucharla, como otras veces.

«¿Y ahora qué?»

Esta vez se enfrentó a ella con valor, no como otras veces. Pilar necesitaba hacerle frente, más por ella misma que por cualquier otra cosa, porque sentía que si no lo hacía, iría perdiendo terreno en cada ataque de su conciencia y cada vez le sería más difícil mirarse en el espejo, viendo como su autoestima se reducía a la nada. Definitivamente era ésta la ocasión.

―¡Tú no eres real... ―Pilar se avergonzó al verse hablando con voz enfadada a la habitación. Pero luego siguió manteniendo un rictus desafiante. No sabía nada de psicología, pero sentía que lo que acababa de hacer era bueno; le hacía bien. Y sacó lo que le quedaba dentro.
―¡...Pero yo sí lo soy...!―Continuó hablando con tono tembloroso por la emoción. Pilar dejó que las lágrimas salieran, sabiéndose sola en su cocina. A continuación se sentó en su taburete, dejando caer los hombros tras la dura tensión.
―¡...Hice cuanto pude, con lo que tenía y con lo que sabía..!-dijo entre sollozos.

A continuación ”la voz” desapareció y el silencio absoluto se hizo en la cocina. Los muebles de la cocina parecían observarla como si tuvieran vida propia, y parecieron tomar nota de la escena. Pilar terminó de reprimir los sollozos y se limpió los ojos con el pañuelo. ”La voz” había sido derrotada por fin. Un asomo de orgullo la hizo sonreír, aún con las mejillas mojadas.


Capítulo 3 

 

Un murmullo de conversaciones entremezcladas y de risas empezó a subir de tono, hasta que la puerta se abrió y todos entraron. Pili y Paco, su novio. Y detrás Pedro.
―...Bueno, tendré que empezar a llamarte hijo a ti también...
―¡Le llamas por su nombre de pila, papá! No me pongas nerviosa...
Todos entraron en el salón, en donde la mesa familiar estaba puesta con el mantel de lino que sólo se ponía en la navidad. Los platos, los cubiertos, la ensalada de patatas como entrante, el estofado...Todos lo celebraron con admiración.
―Nunca podré hacerlo como tú, mamá...
―Bueno, eso mismo le decía yo a la abuela y ya ves...
―Mamá, ¿Qué te pasa? ¿Has llorado? -Todos los ojos de los presentes buscaron los de ella, que no sabía qué decir.
―Eso es de la emoción del momento -dijo Paco con una sonrisa.
Los tres estaban en un semicírculo y la miraban con una media sonrisa
―Dicen que no hay boda sin llanto, ni entierro sin risas...-sentenció Pedro, el cabeza de familia ―Bien. ¡A sentarnos! Paco ¿Un botellín?
―Si se empeña...
Así transcurrió el resto de la comida, que se prolongó hasta las cuatro de la tarde. Pilar se levantaba, iba y venía trayendo cosas, llevándoselas y finalmente yendo a fregar los platos cuando llegó la hora de los cigarros. Pili se levantó y fue a la cocina en busca de su madre. Pilar madre fregaba los platos, de espaldas a ella.

―Mamá, dime la verdad ¿estás triste?
―Hija, soy así de tonta, ya se me pasará.
―Yo sé porqué estás así.
Pilar levantó la mirada del fregadero y fugazmente exploró los ojos de su hija, temiendo por un momento que supiera más de lo que ella quisiera.
―¿Por qué...?
―Porque tienes ya los síntomas de la menopausia. ¿A que no estás tomándote las pastillas...?
Pilar suspiró aliviada en su interior y al mismo tiempo le lanzó una sonrisa estudiada.
―¡Mamá! ¡Tienes que tomártelas!
―Vale -dijo cansinamente ―Luego me las tomaré.
―¡Ahora!. Delante de mí...
Pilar abrió una caja de la alacena de las especias y se tomó la dichosa pastilla de tratamiento hormonal ante los ojos de su hija, que expresaron alivio. Las dos se abrazaron y volvieron a seguir dando viajes para traer los platos del comedor.

Tras las copas y la llegada del resto de sus hijos mayores, quedaron en ir todos a un pub a tomar copas. Pilar y su marido Pedro quedaron en casa los dos en silencio, viéndolos por el balcón.
―Pedro haz el favor, baja a tirar la basura.
―Podías habérsela dado a la niña cuando se iba...
―Ya...
Los dos salieron del balcón. Pedro buscó su tabaco para aprovechar y fumarse un cigarro fuera. Mientras, Pilar vino de la cocina con una gran bolsa de plástico. El hombre la asió y salió cerrando la puerta. Los pasos de él escaleras abajo se fueron atenuando más y más.

Pilar se quedó sola de pie en el comedor, pensando sobre el día transcurrido. En la bolsa de basura iban las dichosas pastillas de la menopausia, las que tuvo que tomarse delante de su hija, para tranquilizarla y hacerla volver a su vida, que apenas empezaba. Los hijos, cuando son pequeños necesitan ignorar la identidad de los reyes magos; pero cuando crecen, necesitan creer que su hogar es un manantial de seguridad y estabilidad.

Ellos no imaginaban que no era la menopausia lo que le hacía llorar. Ni los sofocos, ni el síndrome del nido vacío. Era simplemente otra cosa, demasiado real, demasiado cotidiana como para caer en ella. Era el conocimiento cierto y lúcido de lo que se es y -aún más duro- de lo que no se es. Y de haber llegado a la edad en la que el soñar pasa a ser un pensamiento grotesco.

Pilar miró hacia el final del pasillo, en donde la puerta de la cocina abierta dejaba ver su interior. Los muebles parecían guiñarle un ojo guardando su secreto.

Se volvió en dirección opuesta y miró el anochecer del cielo que se asomaba por el balcón. Por fin el día le trajo una buena sensación: había hecho lo que tenía que hacer. Una vez más.



FIN

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