EL CRIMEN DE AMALIA KRUGER




EL CRIMEN DE AMALIA KRUGER


¿Alguna vez habéis descubierto con sorpresa, que habéis perdido las llaves de vuestra casa? Me supongo que sí.

¿Alguna vez habéis ido a pagar, y descubrís que habéis perdido vuestra cartera? Intuyo la misma respuesta.

¿Alguna vez os habéis dado cuenta de que habéis perdido vuestra vida?





 Nota,- Sugerencia musical: https://www.youtube.com/watch?v=f54TEAkoamc



CAPÍTULO 1

Sólo al final lo he visto. Siempre he sido un fraude.  Soy un policía de provincias de cincuenta y cinco años en estado de prejubilación inminente por enfermedad. Tengo una lesión de columna que me deja postrado de dolor en el sofá  días enteros, y en medio de todo esto lucho contra mi permanente deseo de beber; porque soy un alcohólico rehabilitado.

Tampoco puedo decir que haya sido alguien ejemplar en mi profesión, porque he  procurado siempre no complicarme la vida demasiado, aceptando favores y regalos aquí y allá por hacer la vista gorda, y aparentando que hacía mi trabajo, dejando en realidad todo bajo la alfombra.  Por supuesto, me he amparado en el corporativismo de mis compañeros para encubrir mi dejación. En mi trabajo nunca he sido notorio por nada en ningún aspecto. ¿Qué puedo decir ahora? Me es duro, muy duro reconocer que ni yo mismo  me enamoraría jamás de alguien como yo.

Nunca pude saber de en qué momento empezó mi deriva hacia este terreno pantanoso en el que llevo media vida, porque todo fue tan gradual que ni siquiera me di cuenta. Sólo sé que gracias a todo esto, pude tener acceso a una vida llena de detalles que mi sueldo no me permitiría en una situación normal. Pude pagar los estudios universitarios de mis hijos y pude costear algunos caprichos de mi mujer; cuando estábamos casados. Así transcurrió toda mi carrera profesional, ante la mirada de mis superiores y mis compañeros, que siempre mostraron un silencio exquisito -e insoportable- ante mí.

Pero si hice todo aquello, fue por el bien de mi familia; la cual, ironías del destino, hoy no sé ni dónde está. Ni mis hijos ni mi ex-mujer tienen desde hace años ningún tipo de contacto conmigo. Ni mucho ni poco.
Y por todo esto que os cuento, vivo solo, con fuertes dolores de espalda que me mantienen inmovilizado en el sofá varios días sin poder levantarme.  Pero lo peor, lo peor que llevo es esa sensación de vacío permanente y continua que se ha asentado en mi vida, y que no tengo forma de vencer, haga lo que haga, vaya donde vaya. Si me fumo un cigarro o me tomo un trago, sólo con dejar el vaso en la mesa; esa sensación, esa maldita sensación la tengo frente a mí, mirándome a los ojos.

He estado acariciando la idea del suicidio durante muchos meses. Muchas noches he estado jugando con mi arma reglamentaria, metiendo y sacando las balas en su recámara una y otra vez, y apuntándome con ella. Pero cuando estaba en este momento, siempre el vacío se veía desplazado por algo peor: el miedo. Y finalmente nunca apreté el gatillo; lo cual por otro lado es una obviedad, dado que estáis leyendo esto. Sin embargo, no estoy seguro de que en próximas ocasiones pueda salir airoso como hasta ahora. Tengo miedo de tener miedo. Tengo miedo de mí mismo.

Así he vivido en los últimos tiempos, hasta que en una de mis muchas noches de insomnio, tuve una revelación: el próximo caso que tenga en mi carrera, tengo que resolverlo bien por una vez en mi vida. Tengo que hacer mi trabajo como un policía decente, con todo mi empeño, con todas mis fuerzas; con todo mi ser.
No es un capricho, es la única posibilidad de tener en el futuro un salvavidas al que asirme cuando los sentimientos de haber desperdiciado mi vida me invadan en las interminables noches de soledad. Necesito hacer algo limpio y honesto...una prueba que me sirva para decir que al menos un pequeño trozo de mi vida tuvo algún sentido.

He de reconocer que me costó sudor y lágrimas el convencer a mis superiores para que me asignasen un último caso más, faltando unas pocas semanas para que me viniese la jubilación. Pero se lo pedí como el último favor a un viejo compañero. Usando este argumento infalible, no me lo pudieron negar. Finalmente el caso que me estaba destinado, mi último caso, mi última prueba; vino a mí.


CAPÍTULO 2

El 13 de Abril, Amalia Kruger, de 17 años de edad,  fue dada por desaparecida de su domicilio, en Santa Elena (Jaén), y posteriormente encontrada muerta ahogada en un pozo de una mina abandonada en las afueras de la localidad. Aunque los trámites de la autopsia siguen su curso, el mecanismo rutinario de investigación ha comenzado, y por sorteo, me ha tocado a mí desplazarme a Santa Elena desde la capital, para investigar el caso.

El 14 de Abril me presenté en la comandancia de la Guardia Civil, para solicitar todos los pormenores del caso. Poco a poco, los pequeños detalles se fueron uniendo, y una imagen difusa de la situación comenzó vagamente a formarse en mi mente. Amalia Kruger cursaba primero de bachillerato en el instituto de La Carolina, como tantos chicos de su edad. Según las fotos, tenía cierta belleza adolescente, con una constitución normal, ni delgada ni gorda. Pero aparecía poco agraciada en las fotos, a pesar de que tenía un rostro precioso; su pelo rubio le lucía demasiado graso, y la ropa que vestía no seguía los cánones de la moda de los jóvenes. No hacía falta ser Sherlock Holmes para darse cuenta de que no era muy popular en el instituto.

Según el informe de autopsia preliminar, no se apreciaban signos de violencia claros, pero sí arañazos, cortes y contusiones que podrían deberse, bien al forcejeo contra su asesino, o bien al hecho de intentar salir de aquel pozo lleno de agua. Al contrario que en las películas, en la realidad el informe de autopsia nunca dice nada realmente claro, aparte de que la víctima está muerta por ahogamiento. Podría ser un asesinato, una violación...o un accidente.

Les pregunto a los guardias civiles que la descubrieron. Los dos son dos pardillos recién salidos de la academia. Al contrario que sus superiores de vieja hornada, estos son grandes, fornidos e inocentes con cara colorada y dientes blancos. El que bajó a por ella para rescatar el cadáver parece algo nervioso cuando le pregunto. Creo que ha sido su primer rescate de una chica muerta, y la impresión en su conciencia aún la tiene fresca. Me enternezco de su torpeza y de todo lo que le queda de malo por pasar...

Me he buscado alojamiento en un motel de la autovía, en las afueras del pueblo. Me dispongo a acostarme con el sórdido pesar de imaginarme la espantosa situación que siempre una persona vive en los últimos momentos de su vida. ¿Pasaría mucho miedo? ¿Qué fue lo que realmente ocurrió? ¿Quién la odiaba? ¿Cómo era ella realmente? Me tomo un Tranxilium 15, junto con otro omeprazol para combatir la úlcera.

El sueño me rindió.

16 de Abril

Me persono en su casa e interrogo a Dolores García Koening, su madrastra. Los apellidos de origen alemán son típicos en esta zona, por haber sido repoblada con colonos de centroeuropa en tiempos de Carlos III. La chica era huérfana de madre, y su padre se casó con posterioridad con su madrastra actual, con la que me da que no se llevaba nada bien. Su padre murió hace dos años, de modo que Amalia quedó al cuidado de su madrastra, la cual a su vez se emparejó con un simio extraño que se paseaba semidesnudo en pantalones cortos por la casa.

Con la misma conversación que el cuñado de Rocky, aquel hombre, con pelos por todo su cuerpo menos donde debía tenerlos, violentaba mi vista, haciéndome mirar hacia la parte de la habitación donde él no estaba. Además, cuando le pregunto, este extraño hombre me responde con monosílabos. No sé si es tonto o se lo hace. Me anoto mentalmente a este sujeto para más adelante, por si necesitara volver a él.

Preguntándole a su madrastra sobre si le era extraño que su hijastra hubiese aparecido muerta donde la encontraron, me responde que a Amalia le encantaba la naturaleza y dar largos paseos. Además, no tenía amigos, y el campo está a unos pocos cientos de metros de su casa. Sigo acumulando detalles en mi mente.

La madrastra no tocó la habitación de la chica, siguiendo las indicaciones de la Guardia Civil. De modo que cuando entré, me preparé para tener una impresión de cómo era Amalia Kruger. No falla. La habitación de una persona es la imagen de sí misma. Según su madrastra, Amalia se encargaba siempre de limpiar su habitación siempre. Y viendo la diferencia de la habitación con las del resto de la casa, llego a la conclusión de que había dos mundos distintos en ella. Dos mundos en colisión.

La habitación era sencilla, pero luminosa y ordenada. Lo cual me llamó la atención, porque el resto de la casa era desorden y apestaba a humanidad. Amalia tenía pocos amigos, pocas cosas y poca ropa. Sobre la mesa un lápiz y un par de bolis bic, y los libros del instituto. Todo ello apilado con cuidado (¿Cariño?). Pero me llamó la atención un detalle.
No tenía ordenador.

Le pregunto a su madrastra por este hecho, y ella me responde que la situación económica familiar era muy mala, y que aunque Amalia recibió una cuantiosa beca de estudios por sus calificaciones, tuvo que darle el dinero a sus progenitores, para que la nueva pareja de su madrastra abriera una tasca en el pueblo. Aquella mujer se había pulido el dinero de su beca para gastarlo en un hombre al que conocía sólo hacía unos meses.

Me llama también la atención el hecho de que su madrastra no guarda luto por ella. Ni usa ningún tipo de prenda oscura.

Salgo de aquella casa aspirando grandes bocanadas de aire fresco, después de haberme zambullido en el mundo de Amalia Kruger. Y empieza a preocuparme la sordidez que se destila en él. En mi instinto de policía viejo, la certeza de que ella no era feliz se ha asentado en lo más íntimo de mi ser, como un texto grabado en piedra.

CAPÍTULO 3

Por la tarde acudí al instituto y tras una breve charla con su grupo de profesores, me dirijo a la casa de Aurora Godoy, la profesora que aparentemente más la conocía; la de literatura. Ahora está de baja por problemas de depresión. La llamo por teléfono y le pregunto si puedo verla hoy mismo.

 Una vez en su casa y tras ofrecerme un trago, que rechazo con toda mi voluntad, su profesora me habla de Amalia; de su vocación de ser escritora, de su enorme sensibilidad, e incluso de un talento para estudiar muy por encima de la media de su clase, pero que no la ayudaba a ser la más popular precisamente. Al parecer todos se reían de ella y la hacían llorar con frecuencia en la clase.

Me contó de las tribulaciones del profesorado para conseguir un mínimo de interés por aprender por parte de los alumnos, sin ningún resultado. El número de ellos que terminan el bachillerato para ingresar en la selectividad y posteriormente en la universidad, es irrisorio año tras año en este instituto.

Así mismo, el ambiente de relación entre el propio alumnado también es violento y soez, habiendo una ley de silencio difícil de romper ante los profesores. La pobre mujer asistía en primera persona a la continua y diaria humillación que sufría Amalia frente al resto de la clase, intentando en vano la profesora frenar aquel proceso que la disminuía a diario...Mientras ella me contaba esto, se emocionó y rompió en sollozos. Realmente apreciaba a Amalia no sólo como alumna, sino también como una persona cuya fragilidad llamaba demasiado la atención en una clase con códigos de conducta tribales.

Intuyo que la muerte de Amalia supuso el golpe final a su vocación docente. Por lo que observo, Aurora se ha rendido, y pronto presentará la documentación para tramitar su jubilación. Dada la similitud de su situación con la mía personal, me dan ganas de confesarle que a mí me pasa igual, y de aceptarle aquel trago que me ofreció al principio. Pero recuerdo mi promesa de investigar como nunca lo he hecho, y me mantengo neutral y silencioso.

Le pregunto si cree que es un asesinato. Me contesta que no lo sabe, pero menciona el hecho de que unos días antes de su muerte ocurrió un tumulto amoroso en el instituto que fue sonado, en el que Amalia fue literalmente machacada en el recreo  por la chica que sale con el chulito de moda. Esto la hace pensar. Aunque odia lo que le hicieron, no se atreve a acusar a nadie.

Me deja los últimos trabajos que ella le presentó en su clase para que los hojee despacio. Incluso me dejó otros más antiguos; tareas de clase a las que les hizo fotocopia, sin que Amalia lo supiera. Eran de una sensibilidad y de una belleza ingenuamente sobrecogedoras.

Una vez en el motel, tomo una ducha y me siento en una mesita. Tomo los trabajos de Amalia con reverencia y comienzo a leerlos despacio; digiriendo cada letra, cada giro de su bolígrafo.... Y siento cómo las emociones me traicionan. Amalia Kruger tenía un talento innato escribiendo. Sus comentarios de texto eran brillantes, casi geniales para su edad. El léxico de sus expresiones era perfecto, y la originalidad, junto con un toque de gracia salpicaba sus cuadernos.

Leo también algún poema que ella le presentó a su profesora para preguntarle por su opinión, ya que ésta última la animaba a componer poesía. Uno de los poemas estaba dedicado a un compañero de clase al que amaba en silencio.

Para una persona como yo, que ha perdido la fe en las personas, el leer las poesías en las que ella atisbaba un horizonte hermoso por encima del mundo gris y mediocre que la rodeaba, hizo que la vista se me nublase...la belleza y la sensibilidad se alternaban con su sufrimiento diario en el instituto y con la soledad en aquellas notas manuscritas con letra redondeada. Y me doy cuenta de que tengo lágrimas en la cara ¿Por qué? ¡Porque yo fui así a su edad!, me respondo a mí mismo automáticamente. Yo también escribí poesías acerca de praderas inmensas y de la mujer de mi vida. Porque el chico de 17 años que alguna vez fui yo y que estaba escondido en alguna parte de este cuerpo de cien kilos de hombre maltrecho y envejecido, se sentó a leer los poemas de Amalia, y a través de las letras, mis ojos vislumbraron el aire fresco, la lluvia fina sobre el rostro y el amor limpio hacia los príncipes  azules.

 Al principio por lástima hacia ella, y finalmente  por lástima hacia mí, lloré hasta que el sueño acabó con mi lucidez, gracias al Tranxilium una vez más.

CAPÍTULO 4

18 de Abril

Voy de nuevo al instituto, para entrevistarme con Sergio Payer,  el supuesto "macho alfa" de la clase que entabló un fugaz noviazgo con Amalia. Al parecer, su novia era otra, a la que llamaremos hembra alfa (ambos muy populares en la clase). Pero Sergio, en un momento de calentón y habiéndose peleado con ella, fue en busca de Amalia, para desfogar sus energías.

Según me cuenta el muchacho, con menos cerebro que una zanahoria, se le declaró a Amalia, y le dijo que la amaba. Al parecer ella se lo creyó y cayó en sus brazos. Un polvo rápido aquella misma noche.

Le pregunto por qué eligió a Amalia de entre todo el elenco de chicas del instituto. Él me responde que "porque sabía que le gustaba y era la más facilona de todas". Yo le miro con la peor de mis miradas y continúo recabando datos. Por un momento, creo que no voy a poder, creo que voy a abalanzarme sobre él y liarme a hostias hasta matarlo, pero no, no puedo. No debo hacerlo, como aquella vez hace cinco años, que mandé al imputado al hospital y tiré a la basura todo el caso.  Necesito que este payaso me diga más cosas. No puedo estropearlo todo. Esta vez no…

...Según el relato de este babuino, al día siguiente, el muchacho "se arrepiente de su amor" y vuelve con su antigua novia, la cual echa toda la culpa de la infidelidad a Amalia, a la que literalmente destroza en público en mitad del instituto, con paliza incluida y revolcón por el suelo. El resto de sus compañeros se limitó a grabar la pelea en sus móviles.

Amalia se fue huyendo con la camisa rota entre sollozos a su casa, abandonando las instalaciones del instituto. Los profesores simplemente las separaron y adoptaron una actitud equidistante.

Con un cabreo mezclado con un hondo pesar, me encamino de nuevo a la casa de Amalia Kruger, para preguntarle a Dolores, su madrastra por aquella historia, esperando una corroboración de los hechos, así como la continuación de la historia.

Después de tenerme diez minutos esperando en la puerta, me abre envuelta en una bata mugrienta y hortera, y me deja entrar. La casa está hecha un asco conforme los días pasan, y la peste a licor está por todos sitios; lo que da a entender que era Amalia la encargada de la limpieza. La madrastra me cuenta que efectivamente aquel día su hija vino con la ropa hecha jirones, ¡casi desnuda! y llorando a gritos. Cuando le contó lo que había pasado, Dolores le pegó un bofetón a su hijastra, "por puta". Amalia se precipitó a su cuarto, donde se la oyó llorar todo el día.

Le pregunto sombríamente el porqué de aquel proceder, y ella me respondió que..."naturalmente porque es necesario que las niñas aprendan. Porque después la vida es más dura de lo que parece". A continuación su madrastra empieza a llorar ante mí, compadeciéndose por "su" pasado personal lleno de privaciones. Interrumpo sus llantos para despedirme con sequedad y abandono aquel hogar asqueroso, donde hasta las flores de plástico se marchitan y se secan.


CAPÍTULO 5

19 Abril
Tras una improductiva charla interrogatorio con Marta Ballesta, la hembra-alfa que atacó a Amalia, no puedo sacar nada en claro porque la tal Marta no para de llorar. Es tonta con maldad, como los peores tontos que  existen. Pero no la veo con agallas para matar a nadie. Tan sólo es una ilusa con más tetas que cerebro que ha terminado creyéndose su papel, y desempeñándolo en la vida real, como Johnny Weismuller creyéndose Tarzán en sus últimos años.
Justo cuando salgo de allí, recibo un mensaje en el móvil. El examen de la autopsia ya ha llegado. Voy al cuartel de la Guardia Civil a recoger una copia. Aunque estos teléfonos del demonio me permiten hoy día descargarme la copia directamente, soy un policía viejo que cree aún en sus instintos. Quiero hablar de nuevo con los guardias que encontraron el cadáver. Quiero ver si hay algo que pasé por alto. Algo que me dé una luz.
Bingo. En el pequeño bar del cuartel me encuentro con Antonio Gómez, el joven guardia que rescató su cadáver. Me hago el encontradizo y me siento con él, que parecía tener muchas ganas de hablar también.

Saco el impreso de la autopsia ante él y leo en voz alta el resultado: Muerte por ahogamiento tras varias horas de caer al pozo, porque sus heridas habían empezado a cerrarse cuando ella murió. Tampoco hubo violación.

El guardia se quedó perplejo, y empezó a tocarse el pelo de la cabeza mientras hacía gestos evidentes de pensar.
--¿Qué pasa? le pregunté
-- El pozo en el que encontramos el cadáver. Era muy profundo, Pero el nivel del agua le permitía hacer pie.
-¿Cómo lo sabe? -Inquirí-
-Lo comprobé cuando bajamos a rescatar el cadáver. En realidad no dije nada porque todos pensábamos que alguien la había asesinado y había tirado el cuerpo al pozo.
-Entonces ¿por qué murió?
-No lo sé, señor. Podría haber aguantado mucho tiempo allí abajo- Respondió el guardia- El caso es que, si lo hubiera visto bien, habría visto hasta huecos y salientes en la pared y hubiera podido salir con sus propias manos. Parecía que el pozo era insalvable. Pero sólo lo parecía...
- ¿Está usted seguro?
-De hecho yo salí así del pozo, comisario...até el cuerpo para que fuera izado. Pero luego salí yo con mis propias manos.

Los dos nos miramos el uno al otro. No había mucho más que decir.

Todas las piezas encajaron súbitamente. Amalia Kruger no fue asesinada. Simplemente sufrió un accidente cuando paseaba por el campo para huir del mundo asqueroso que la rodeaba, porque estando sola -qué gran sarcasmo- era el único modo de sentirse a salvo. Cayó al pozo faltando poco tiempo para el anochecer, y en la oscuridad, flotando en el pozo, se rindió. No era la profundidad del agua. No era la aparentemente insalvable pared del pozo. Era todo lo demás. Simplemente fue consciente de que a nadie realmente le importaba que siguiese viva. Y se abandonó a la muerte. En estos momentos veo sus ojos azules abiertos mirando a la oscuridad, y dejando de luchar...


CAPÍTULO 6
20 de Abril

Presenté mi informe a mis superiores, que como era el último de mi carrera, hice con todo el desparpajo del mundo, porque todo ya me da igual. Amalia Kruger murió por un accidente al caer en un pozo de una mina sin tapar, de las muchas que hay en las inmediaciones por la antaño pujante minería del plomo. Pero todos fueron culpables en el pueblo de ello. El no saber, el no querer saber, el egoísmo junto con una conciencia adormecida, hicieron que Amalia Kruger pensase que no merecía la pena vivir en aquel ambiente hostil que la martirizaba a diario.

Culpables sus compañeros; por vivir en ese estado de pereza cómoda en el que uno siempre encuentra un motivo ingenioso -o gracioso- para no dar la cara por nadie, sabiendo lo que está pasando.

Culpable su madrastra, por su crueldad inconsciente y extrema. Por no tener capacidad alguna de encariñarse con nadie, salvo consigo misma.

Culpable su profesora de literatura. Al igual que Amalia, ella también se rindió y dejó de luchar.

Culpables sus otros profesores, que se ampararon en un buenismo equidistante, culto y progresista que no era sino una coartada elegante para no mojarse por nada ni por nadie, ni buscarse problemas innecesarios, ni perturbar su perímetro de comodidad ni sus planes de jubilación. Siempre es más fácil echar la culpa al bestialismo de los alumnos.

Culpable, la estúpida pareja de moda en la clase, que utilizaron a Amalia para reafirmarse en sus roles respectivos,  eligiéndola porque era frágil. Porque para ellos, en su maldad estúpida, inmadura e inconsciente, la vida era una prolongación de un juego de rol.

Y todos en general, culpables por cobardes, por estúpidos, por inmaduros, por inconscientes, por ser seres mediocres y ávidos de comodidad, por su enorme pereza moral disimulada con excusas coherentes sólo en apariencia.

Malditos, malditos seáis todos para siempre. El código penal no contempla vuestros delitos tan refinados y ocultos, que destruyen a otras personas, en medio de una impunidad escandalosa. En medio de una ignorancia que no es tal, sino una cortina vaporosa que disfraza la irresponsabilidad y la inconsciencia bajo un manto de bondad aparente.

Ni que decir tiene que mi informe fue reescrito y ajustado a la normativa por mis superiores. Pero no me importa. Puesto que a nadie le interesaba, me quedé con los cuadernos de poesía de  Amalia y cuando me siento al atardecer en la hamaca de mi terraza,  los leo y releo, sumergiéndome en su mundo.  Por una vez he sentido dentro de mí la belleza, la ligereza y el amor de Amalia Kruger por las gotas de rocío, por los cielos grises y húmedos que se unían con la tierra en forma de lluvia...tal como escribía en sus poemas. 

Salí para siempre de la comisaría del casco viejo de Jaén, y empecé a andar calle abajo hacia el Bulevar, con las manos en los bolsillos. Jubilado total. Silbando y reparando en la belleza sencilla de un geranio solitario y encarcelado que se asomaba para saludarme tras la reja andaluza de una ventana.  Poesía pura.

Nuevamente me emociono y las lágrimas afloran a mi ojos, y parpadeo disimulando. Desde que leo sus poemas, veo la belleza en cada esquina. Este es el regalo que ella dejó para mí, aunque no nos llegásemos a conocer. Porque ahora que lo pienso, los dos hicimos una sola cosa en la vida con sentido: yo, ser un policía por una vez;  y ella, ser poetisa.
Dicen que no existe el azar. Dicen que las vidas iguales acaban atrayéndose…

FIN

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